El babas…

**De memoria.
/ Carlos Ferreyra Carrasco /
El presidente de México, dado a motejar a sus antipatías personales, en su notorio déficit mental no registra que esos sobrenombres se le han revertido.
Y hoy arrastra una larguísima cauda entre ellos el mas usual y popular, El Cacas, resultado del día en que comentando un hecho que no era de su agradó, remató el frustrado análisis con la expresión: “¡fuchi, caca¡”.
A tal grado la difusión que la semana pasada un acto publico fue interrumpido por las incontenibles carcajadas que provocó un pequeño de poquísimos años de vida, que llamó la atención de su madre, a gritos: ¡Mira, mamá, el Cacas!
Peje es algo que acepta, mientras no le acomoden completa la denominación de ese animal de claras reminiscencias prehistóricas. Lo ha dicho: “soy peje, pero no lagarto” y es que el saurio equivale en el uso popular, a un espécimen abusivo, voraz y agresivo. O sea…
Hay otros alias que le son meritoriamente colgados pero que son tapados por los que actualmente lo caracterizan.
No soy, pero si lo fuese, no admitiría una burla pública de un mandatario cuando se tratan asuntos de gobierno, políticos y económicos.
Basta mirar la cara del mandatario mexicano para detectar que hay algo descompuesto dentro de ese craneo. Los ojillos chiquitos, risueños, la boca semiabierta, casi babeante y la actitud de quien le jugó una gran broma a su cuate tras ganarle en el billar.
Lamentable la imagen, peor la intención pero ya no se trata de un caballero que urge de guía solidario que lo reencauce. Se trata de la idea que en el resto del mundo se hacen de México y los mexicanos.
Chicoché, culmen de la sensibilidad musical, de la cultura del tabasqueño, canta ‘huy qué miedo! Y sirve para la gracejada a costillas de los mandatarios gringo y de Canadá que reclaman la política energética mexicana, violatoria del Tratado entre los tres países.
Pero como de costumbre, falló el penalti. Chicoché aporta otro estribillo que lleva de la mano a los ciudadanos hasta la Casa Gris de Houston: ¿Quién pompó?
Si hay que ser comprensivos, la casi totalidad de los habitantes de este país no matamos a ningún hermano, así sea por accidente como seguramente se adujo en su momento; tampoco dejamos en silla de ruedas al pitcher que nos ponchó.
Tampoco justificamos como usos y costumbres la quema, vivos, de personas linchadas y claro que nos duele el asesinato de militares cuyo pecado para recibir tal castigo, fue la captura de un narco protegido en México pero reclamado por Estados Unidos.
Pudimos recurrir a la ley, nuestra ley y acordarnos que el narco fue capturado, enjuiciado y encarcelado. Cumplió la pena que le asignaba nuestra legislación. Y fue legalmente liberado.
Veinte millones de dólares era la recompensa que, es de temerse, exigirán mandos castrenses, el gobierno federal o ése señor que siempre está al alba, el fiscal Jerz.
Los muertos, en la filosofía del Peje sabiamente repetida por Gatel, ya se murieron. Esto es, nada podrán reclamar…