El rector y la ley .

**A juicio de Amparo .

/María Amparo Casar /

Inaudita la forma en que el presidente de la República ha tratado a la Universidad Nacional Autónoma de México y a su rector sobre quienes no tiene autoridad alguna. La Constitución es más que clara al respecto: “Las universidades y las demás instituciones de educación superior a las que la ley otorgue autonomía, tendrán la facultad y la responsabilidad de gobernarse a sí mismas …”.

El Presidente le debe una disculpa al rector de la UNAM por haberse referido a él y a la institución que encabeza de la manera en que lo ha hecho: sometidos al pensamiento neoliberal, derechizados, individualistas y defensores de los proyectos neoliberales. Al rector le ha llamado Poncio Pilatos, hipócrita, simulador, politiquero y emisor de “choros mareadores”.

Quizá no le quede claro que la UNAM no es un órgano descentralizado de la administración pública, sino un órgano de Estado regido por la Constitución y por su Ley Orgánica. Que no es una dependencia de su gobierno y que el rector no es su empleado. Que no lo puede injuriar por no ceñirse a su política de educación superior o por defender la autonomía de la que es garante. Que no hay una relación jerárquica entre él y el rector.

López Obrador ha puesto al doctor Enrique Graue y a la Universidad Nacional Autónoma de México, que él encabeza, en una situación imposible. Todo por defender a su entenada la ministra Yasmín Esquivel a quien, haciéndole un flaco favor, ha calificado como una ministra que ha defendido y apoyado sus proyectos, “que no le ha fallado”. Fíjese bien, no la pondera por haber defendido y apoyado a la Constitución que es para lo que está en la SCJN, sino por haber sido fiel al proyecto del presidente en turno. Pero la embestida contra la UNAM y su rector van más allá de los repetidos intentos del Presidente de tener a la Corte bajo su control. También quiere una universidad subordinada.

Entiendo que no hay una única interpretación sobre los alcances de la autoridad de la UNAM y sus órganos colegiados para retirar un título mal habido. El punto no es ése. O no sólo ése. El punto es que, desde hace años, el Presidente ha emprendido una ofensiva contra la UNAM —y en general contra los centros públicos de educación superior— por considerarla neoliberal y no plegarse a su proyecto.

Le pido al lector que imagine cuál habría sido la reacción de López Obrador si el rector Graue y/o la Junta de Gobierno y/o el Consejo Universitario le hubiesen retirado, sin más consideraciones, el título de licenciada en Derecho a la ministra Esquivel por lo que el propio Presidente calificó de un “pecado de juventud”. Esto es, el propio Presidente da por bueno que hubo plagio, pero lo minimiza.

A mí no me cabe duda. La narrativa del Presidente hubiese sido precisamente la contraria a la que hoy sostiene. Habría dicho sin ambages: el rector de la UNAM ha excedido abiertamente sus facultades y ha retirado el título de licenciada en Derecho a la ministra Esquivel porque ella está comprometida con el cambio que yo represento.

En todo caso, el único pecado que ha cometido el rector Graue es asumir un principio contrario al del Presidente de la República y eso sí que es un delito imperdonable. Le ha dicho al Presidente que la ley sí es la ley.

Por fortuna no imagino en boca del rector de la UNAM una frase como la de que “no me vengan con eso de que la ley es la ley, aunque la UNAM carece de los mecanismos para invalidar su título yo doy la instrucción de hacerlo”.

Viene la sucesión en la UNAM. El blindaje que tiene nuestra universidad nacional es mucho mayor al que tenía el CIDE al que, ilegalmente, le impuso un director que no ha hecho más que destruir el prestigio académico de la institución y provocar un éxodo de profesores y alumnos que ya no encontraron cauce para ejercer su libertad de cátedra y de pensamiento.

Pero la UNAM no está a salvo. Desde el estrangulamiento presupuestal hasta iniciativas para el cambio de leyes, pasando por el armado de un movimiento político que la polarice, el Presidente tiene un sinnúmero de instrumentos para hacer que la UNAM zozobre.

El problema es grave. El Presidente cree que la solución a los grandes problemas nacionales está en su persona y sólo en ella. Nunca ha concebido a la comunidad científica —en particular a la UNAM— como fuente de conocimiento para mejorar al país. Como toda institución o sector profesional, la universidad y su cuerpo de profesores e investigadores, deben ser su comparsa.