Retrovisor
/ Ivonne Melgar /
En la madrugada del 8 de marzo, diputadas de distintos partidos dejan a un lado sus trilladas descalificaciones para celebrar un acuerdo: van a llevar a la Constitución la reforma de la 3 de 3. Y es la vicecoordinadora de Morena, Aleida Alavez Ruiz, quien así lo confirma.
El México feminista que reclama que ningún acosador al poder pone agenda en San Lázaro, después de que una decena de congresos estatales hizo suya esa iniciativa que excluye de las boletas y de los cargos públicos a deudores de pensión, agresores sexuales y hombres violentos con sus familias.
Y aunque en tribuna las legisladoras tiran su energía en alusiones a García Luna o en descalificar el muro que rodea a Palacio Nacional, todas se comprometen con esta reforma que en 2022 una extraviada CNDH impugnó ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Pero el México feminista se abrió camino entre los ministros, que le dieron la razón a esa causa que, estratégicas, Las Constituyentes –Yndira Sandoval y Patricia Olamendi entre muchas– formularon para exigir decencia en la representación popular.
Ajenas a los forcejeos del cabildeo parlamentario, centenares de adolescentes y jóvenes avanzan con sus amigas de la prepa, la colonia, el trabajo, hacia el Zócalo para fundirse en la proclama de que se quieren vivas.
Es el México feminista que ninguna propaganda negra pudo frenar y lleva por pulseras y collares unos paliacates verdes, recordándonos que el derecho a decidir sobre sus cuerpos no es sólo una sentencia que la SCJN dictó hace 16 meses. Bailan, patinan, cantan y confrontan al Estado y a sus padres.
Con ellas, en la CDMX y en decenas de ciudades, marchan las madres con carriola y niños de brazos porque no quieren verlos crecer en un país donde la noche es adversaria de las mujeres y desafiarla es un riesgo de muerte.
Es el México feminista de las buscadoras de hijas desaparecidas y víctimas de feminicidios impunes que no se cansan de denunciar el pacto patriarcal en ministerios públicos y juzgados.
Esta vez sus contingentes van acompañados de otras mujeres: las que exigen el pago de pensión, como la incansable Diana Luz Vázquez; las que fueron separadas de sus hijos, ese daño que la ley llamará violencia vicaria; las que señalan discriminación por ser afromexicanas, por vivir con discapacidad; las universitarias de instituciones públicas y privadas, las maestras, las sindicalistas y las funcionarias del Poder Judicial que se han puesto las gafas moradas para juzgar con perspectiva de género, entendiendo las desigualdades que a muchos ahí siguen pareciéndoles normales y que ahora ellas saben que son resultado de estructuras culturales que a todos nos toca desmontar.
Es el México feminista que va más allá de la criminalización mediática de las jóvenes que encubiertas martillean las vallas metálicas y reciben el cobijo de las que dan la cara por ellas con el grito de “¡fuimos todas!”
Porque todas las generaciones confluyen en una conmemoración que viene de décadas atrás. Por eso, aun en medio de la austeridad sexenal que sepultó programas de y para las mujeres, el Inmujeres presidido por Nadine Gasman promueve sin tregua las unidades de género que prenden alertas en las dependencias gubernamentales, advirtiendo que el acoso laboral no es normal. Entonces su desnormalización sacude oficinas y pone en aprieto a los abusadores.
Es el México feminista donde ya se aclara en circulares oficiales que en el 8M no se regalan flores ni se felicita, porque es un día para dimensionar las brechas que debemos cerrar en un país donde a nombre de los usos y costumbres se tolera el matrimonio infantil y se regatea la paridad a los pueblos indígenas. Y ahí está la diputada Eufrosina Cruz (PRI) para recordárnoslo.
Porque frente a las nuevas luchas siguen ahí las viejas resistencias machistas acentuando las contradicciones en una sociedad donde el embarazo adolescente alimenta el círculo intergeneracional de la pobreza y el abandono de los padres incrementa la cifra de los hogares jefaturados por mujeres en todos los sectores sociales.
Es el México feminista con uno de los Congresos más igualitarios del mundo, gracias a la paridad que hace nueve años se volvió principio constitucional, incrementando en el último bienio el número de gobernadoras de dos a nueve y que, a regañadientes de los coordinadores en la Cámara de Diputados, llevará en abril a una futura consejera a la presidencia del INE.
Esa paridad que todavía en 2015 le regateaban los senadores a la Corte cuando las senadoras cerraron filas para apuntalar a Norma Piña Hernández, la ministra presidenta que este miércoles se definió comprometida “con las mujeres en situaciones diversas de vulnerabilidad acrecentada” y a la que sus colaboradoras, emocionadas por su mensaje del 8M, vitorearon con un orgulloso “¡ministra feminista!”.
Es el México feminista ciudadano, donde florecen las experiencias íntimas compartidas como los talleres de Monólogo autobiográfico y Standup Feminista Mx de la artivista Itzel Arcos, una marea plural en la que las mujeres aprenden que lo personal es político por encima de definiciones presidenciales y al margen de todos los partidos.
Y nadie que pretenda gobernar a ese México violeta podrá ignorar su brío revolucionario.