POLÍTICA ZOOM
Ricardo Rapahel.
El ogro y su impunidad.
Se derrumba el muro de la moral neoliberal y algunos no quieren todavía darse cuenta. Durante demasiados años, unos cuantos varones impusieron el tono de la conversación pública. Sus libros, cátedras, análisis, artículos y conferencias definieron los términos para nombrar y recrear la realidad.
El gobernante en turno necesitó de ellos para legitimarse, atendió o simuló atender sus recomendaciones mientras satisfacía la insaciable ambición de relevancia que padece la inteligencia mexicana.
Son los intelectuales beneficiados por el ogro filantrópico —afortunado término de Octavio Paz para definir a las burocracias subordinadas de la política.
Mayormente, estos pensadores financiaron su modo de vida con recursos aportados por el contribuyente. Facturaron libros carísimos para decorar los anaqueles vacíos de las oficinas públicas; recibieron comisiones de obra escultural, pagada a precio de oro, para presumir en las glorietas del país; produjeron sesudas investigaciones, presuntamente científicas, para validar los desatinos del político en turno; cobraron salarios inmorales para escribir textos que nadie leyó; recibieron publicidad gubernamental que nadie conoció, diseñaron campañas de comunicación que nunca comunicaron.
Sin empacho ni culpa fueron costosos parásitos del erario. El pueblo pagó su mudanza al penthouse social donde habita el resto de la élite mexicana.
La Auditoría Superior de la Federación tiene constancia abundante de las huellas que el ogro filantrópico fue dejando a su paso; también organizaciones como Fundar o Artículo 19, en lo que se refiere a la publicidad gubernamental. Los rastros han sido igualmente denunciados en reportajes periodísticos dedicados a la corrupción de las universidades públicas.
Puesto a elegir, el ogro filantrópico prefirió la plata al plomo para doblegar a la pluma. Así fue como, durante la fábula neoliberal, pudo hacer y deshacer a su antojo porque los intelectuales relevantes fueron dóciles en su cuestionamiento.
Gracias a su plata, el ogro obtuvo lealtad y también que olvidaran la deuda con la sociedad que pagó por su trabajo. Hizo que escribieran discursos para el poder y desde el poder. Los volvió elitistas, arrogantes, soberbios. Consiguió que menospreciaran los términos plebeyos que requiere la comunicación democrática.
La complicidad entre el ogro filantrópico y los intelectuales tuvo como propósito principal la impunidad recíproca. El gobernante hizo un daño grande al país sin que el pensamiento crítico lo contuviera porque compró a los varones de la palabra privilegiada.
Ellos también son responsables de los estragos que impuso la moral neoliberal: la desigualdad que alcanzó niveles indecentes, la remilitarización de la violencia del Estado, el repliegue de los presupuestos y los recursos a la salud, la educación, la justicia y la política de género.
La derrota de la moral neoliberal es buena noticia para las generaciones que vienen y también el balance que la historia está imponiendo sobre la reputación de los intelectuales que, por acción o por omisión, la promovieron.
Sin embargo, resulta un pésimo augurio que el nuevo ogro también tenga apetito grande por la impunidad. Sus métodos son distintos, pero a la moral en construcción tampoco le gusta el pensamiento que contrasta.
En la nueva fábula del poder, el gobernante no compra a sus críticos, los anula. El ogro despierta desconfiando y así se pasa el día. A diferencia del anterior, no está dispuesto a la filantropía intelectual, porque prefiere destinar los recursos públicos a otras causas que le parecen más nobles.
En su lugar, encontró eficiente la edificación de un tribunal mediático cotidiano en el que el ogro es a la vez juez, fiscal y magistrado de última instancia. Ahí usa palabras con sabor a plomo para reducir al mínimo la disidencia.
En unos cuantos meses, el ogro de la palabra hiriente ha sepultado la carrera de muchos profesionales, es responsable del hundimiento económico de varios medios de comunicación y, sobre todo, de la alienación perniciosa que polariza al pensamiento en función de los intereses del gobernante.
Son otros los mecanismos, pero la critica y la reflexión intelectual continúan sometidas al poder. Cada vez que el ogro hiere a un adversario, la democracia pierde un contrapeso y el país ve diezmada su diversidad.
Este ogro mira con un solo ojo y por eso es incapaz de reconocer que en el mundo caben muchos mundos. Como el cíclope, no conoce otra forma de tratar a sus adversarios que devorándolos. Habla de la purificación de la política como un deber nacional que solo él merece conducir y discrimina a partir de una sola alternativa: sujetos leales o enemigos a su causa.
La independencia le irrita, la critica lo enfurece, el pensamiento alterno lo desecha. No sería deseable ver de vuelta al ogro filantrópico, pero tampoco estamos bien con este nuevo ogro.
Mientras tanto nuestra sociedad, sin el estímulo de las ideas, deambula en el purgatorio. No habrá moral que sustituya al neoliberalismo sin una nueva generación de intelectuales capaces de construir verdadera distancia emocional, económica y política con el poder.