**De memoria .
/Carlos Ferreyra Carrasco /
Los criterios para la formación cultural de los mexicanos, pueden resumirse en esta imagen donde posan, muy contentos, López empeñado en la demolición de todo aquello que contribuya al fortalecimiento intelectual de los mexicanos; Damian Alcázar, que en su inexistente carisma actoral, encontró una vertiente devaluando los cargos de elección y el PigMenio que ha encontrado una vertiente muy generosa en el enmierdamiento de este país, su gente, su historia y sus instituciones.
Buceando en los canales de la televisión, tropecé con La Dictadura Perfecta, una vieja cinta supongo la que marcó de por vida a Daniel. Recuerdo habernos conocido en el programa radiofónico de Federico Lamont, donde en charla ligera hablamos de todo y de nada.
Al salir del programa, sugerí un desayuno en la cafetería del hotel de Reforma 1, donde la presencia de Alcázar levantó un revuelo que convirtió nuestra mesa en el centro de atracción de meseras y comensales.
Al principio el actor se mostraba cohibido, pero conforme pasaron los minutos, si, los minutos, fue adquiriendo confianza, su sonrisa fue más abierta y sus miradas se hicieron casi seductoras.
Obviamente autografió y dedicó los cartelitos que milagrosamente aparecieron por cualquier lado. Fue una mañana gloriosa para Alcázar que a partir de ese aplaudido astracán, supo que había encontrado su camino a la gloria.
Algo parecido a Chabelo y su eterna presencia en las pantallotas, pero sin la gracia del niñote, Damián repitió la fórmula del provinciano asustadizo, transformado por el poder mínimo de una alcaldía, en el imprescindible, el hombre de las grandes decisiones, el atrabiliario dueño de las vidas de sus gobernados.
Por la virtud de la pudrición nacional, el tipo llega a la Presidencia de la República. No faltan los momentos en que sin decir agua va, disgustado con algún colaborador, saca la pistola y en pleno despacho oficial, ante sus colaboradores, le revienta la cabeza de un balazo.
Entiendo que bajo la fórmula que tan buenos dividendos le ha rendido, pretende hacer una secuela y seguir con la temática del humilde que se gradúa de soberbio por las incontroladas e impunes rutas de la corrupción oficial.
Impoluto como lo es, busca quien le proporcione 50 millones de pesos, pero no los busca él sino sus enviados que han visitado a los grandes capitales nacionales. El colmo, dicen que han acudido no sólo a Slim, sino hasta a Claudio González.
También me tropecé con una enredadísima serie llamada Falsa Identidad. Nunca había conocido ninguna obra surgida del binomio EpigMenio Ibarra con Carlos Payán, nuestro misterioso e ignoto cónsul en Barcelona, sede de las más importantes casas editoriales en español.
En verdad asombra la capacidad del o de los guionistas para imaginar toda suerte de avatares en torno a una pareja, ella, víctima de su marido un energúmeno sin oficio ni beneficio hijo de un comandante de policía municipal en Sonora.
Dos cosas sabemos de Ibarra, nació en 1952 en Guatemala y ha tapizado los canales hispanos en Estados Unidos, hoy con difusión mundial, con narcos, policías corruptos, mandatarios narcos, todos puntualmente ubicados en México.
La serie es una feria de sangre donde los malvados personajes asesinan así, como quien dice por darle gusto al dedo. Nunca hay consecuencias y lo mismo matan en la calle que en una casa de colonia de medio pelo, en el campo, donde sea. No se molestan en decir qué hacen con los despojos humanos.
Una escena me lleva a recordar a Carlos Monsiváis que en cierta ocasión le comentó a Juan Orol la increíble balacera a través de un ventanal donde mueren los perversos pero no se rompe un solo vidrio.
Con esa lógica que aplicamos, le explica al escritor que los espectadores quieren ver morir a los malos, no les importan los cristales.
Bueno, en un tiroteo con metralletas, las vitrinas llenas de copas limpias, no se rompe un plato, un vaso y le da razón a Orol: no importan las vajillas, sino cuántos malevos caen en el enfrentamiento entre ellos. La policía siempre vigilante se entera mucho después de terminar la sarracina.
La cinta tiene como escenario el University Club y utiliza como personajes a narcos colombianos que hablan en argentiñol, venezolanas que aparte de “catire” no usan otra expresión que las caracterice y otras nacionalidades más.
Todos estos personajes se empeñan en mostrar la suciedad de los mexicanos, puercos en alma y cuerpo. De principio a fin, la serie exhibe la extrema vileza de los nacionales, la bondad y solidaridad de los extranjeros avecindados y la nobleza, el valor casi suicida de un bailarín gringo.
Los nobles y solidarios son narcotraficantes, cuando no están matando gente o explotando niñas prostitutas. En síntesis, es un escaparate que muestra y demuestra un país vicioso, repleto de podredumbre. Eso, para el chapín Ibarra, somos los mexicanos, pero todo sea por ganar harta lana, ¿verdad Payán?