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Las dictadoras.

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/Clara Scherer/

Sobre ellas hay mucho que decir. Desde comentarios banales como “en cada casa hay una” (Federico García Lorca nos la pintó de cuerpo entero: la terrorífica Bernarda Alba) hasta ridiculeces tales como que el papel en una dictadura corresponde siempre a los hombres. Ese techo de cristal se ha roto pocas veces en la historia, y es tan condenable que una mujer ejerza el poder de esa manera, como sí lo hace un hombre.

Desde las frías y lejanas estepas rusas, el nombre de Catalina la Grande resuena. En el esperanzador renacimiento español, baila sola Isabel la Católica; en las tierras de don Segundo Sombra, se levantan las cejas con María Estela Perón; en la heroica Albión, hasta los vientos cambian con Margaret Thatcher, y en la de la juventud como divino tesoro, Rosario Murillo amarga la comida.

El recuerdo de esposas y amantes de cualquier poderoso estremece por los estragos causados en las vidas de los ciudadanos. Pero ellas sólo habían conquistado ¿el corazón? de un hombre (como tod@s, vulnerable), y éste, ¿enamorado?, le consintió cuánta barbaridad pasó por su capricho.

Carlos Barragán se pregunta ante la incertidumbre actual: “¿Tienen las mujeres reservado un papel importante en el aparente debilitamiento de las democracias? ¿Pueden competir contra los ‘hombres fuertes’ de la política?” y nos ilustra: “El psiquiatra Gustav Bychowski escribió Psicología de los dictadores en el que habla del nexo paternal entre el dictador y el pueblo. ¿Será ahora un nexo maternal?, ¿será igual de fuerte? (https://www.elconfidencial.com/mundo/2019-03-07/mujeres-dictadoras-8marz…).

¿Por qué tan pocas dictadoras? Por los prejuicios misóginos que han dado poder a los hombres. Deben hacer frente a obstáculos igual que ellos, pero además, a las despiadadas críticas, desgastándose en luchas contra rancias ideas. Y lo seguirán haciendo. Otra circunstancia: el ejército. Tenían prohibido el acceso. Así llegaron muchos, pero no ellas.

Ahora, con las políticas de igualdad, no hay razones válidas para creer que una mujer no se convertirá en dictadora. Diane Ducret en su libro Las mujeres de los dictadores, narra lo terrible que ellas han sido. Dicen que el libro es toda una lección y que no deja espacio a la esperanza de que una mujer no ejerza el poder como el más déspota de los dictadores. Ellas han ¿promovido? la crueldad contra las mujeres ejercida por sus amados dictadores.

Algunas —¿las ilusas?— argumentan que las mujeres ejercen el poder de una manera diferente. ¿Será? Hasta ahora, no lo han demostrado. Una frase atribuida a Michelle Bachelet: “Si una mujer entra a la política, cambia la mujer. Si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”. En México, en estos últimos años y por la fuerza de los movimientos feministas, tenemos muchas mujeres en la política, pero el cambio, si es que ha habido alguno, ha sido para fortalecer a un hombre, quien decide en todo. Un “cuasi dictador”, caprichoso, voluble y vulnerable. Impredecible. ¿Recuerdan el 8M de 2022?

Uno de los caminos para evitar toparse con dictador@s: establecer reglas claras y organismos autónomos. Ciudadanizar tareas que se auto adjudican quienes detentan el poder. Que la cultura cívica inicie por compartir tareas de cuidado, estableciendo un Sistema Nacional, con presupuesto y métodos claros. Y decir cuidado es, por indispensable, decir ternura. Modificar hábitos violentos y promover la cooperación entre las y los individuos. Rechazar la naturalización de las violencias, base de las pedagogías de la crueldad.

Cambiar la receta de reparto del poder. Hay que escuchar a los feminismos, a sus muchas reflexiones, iniciando con la de desmontar el mandato de la masculinidad tóxica, que se incrusta también en la subjetividad de las mujeres. Hay que denunciarles.

 

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