*
/ Leopoldo E. Corona Orencio /
Cinco mil kilómetros de una larga y asombrosa travesía están a punto de culminar, desde las montañas Rocallosas y los Grandes Lagos de Canadá y Estados Unidos, sobrevolando la Sierra Madre Oriental de México, llenando de vida los campos de Coahuila, Nuevo León, Durango, Chihuahua y Tamaulipas, las mariposas monarcas llegarán a sus hermosos santuarios de pinos y oyameles en los Estados de México y Michoacán.
Los Mazahuas, una de las etnias que habitan en estos dos estados de la República Mexicana, por años han sido testigos del arribo de las primeras mariposas monarcas durante el último frente frío de octubre, lo cual ocurre entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, motivo que les llena de alegría y regocijo, pues seguros están, que las almas de sus seres queridos viajan en las amarillas alas de las mariposas para visitarlos.
Dentro de la cosmovisión Mazahua los “días de muertos” inician el 31 de octubre por la tarde y las primeras almas que llegan con el ágil aleteo de las mariposas, son las de los niños fallecidos, por lo que los altares en estos días están llenos de juguetes, colores y dulces para recibirlos con todo el amor y el cariño. Juegan y comen durante todo el día 1 de noviembre y por la tarde, junto con la luz del sol, entre juegos, travesuras y cantos se retiran llevándose sus dulces, para así dar paso a la llegada de los adultos fallecidos, el 2 de noviembre.
Otra de las concepciones de nuestros pueblos originarios, de los mexicas o nahuas, es que existe un lugar llamado Chichihualcuauhco, un maravilloso espacio al que iban los pequeñitos fallecidos, recordando que, dentro de la cosmovisión indígena, al lugar al que partías después de la muerte, no dependía de tu comportamiento en la tierra, como en la visión cristiana, sino de la manera o la circunstancia en la que morías.
Según el tipo de muerte podías partir a alguno de los cuatro lugares sagrados, el Ilhuícatl-Tonatiuh o cielo del sol, al que iban los guerreros muertos en combate y las mujeres que habían fallecido dando a luz; el Tlalocan, un paraíso lleno de plantas siempre verdes, al que partían quienes fallecían ahogados; el Mictlán, el más conocido, que era el lugar al que viajaban quienes no iban ni al Tlalocan ni al Ilhuícatl-Tonatiuh; y el Chichihualcuauhco, lugar al que viajaban los pequeñines.
Así los niños fallecidos partían al Chichihualcuauhco también llamado Tonacacuauhtitlan o Xochatlapan, que significa “el lugar del árbol de pechos de leche” o “árbol nodriza,” que era un espacio lleno de tranquilidad al que llegaban los niños que morían sin haber probado alimento alguno o maíz.
En este paraíso se encontraba un hermoso y frondoso “árbol nodriza” lleno de frutos en forma de senos maternos, de los que goteaba leche y los pequeñitos en medio del regocijo y la tranquilidad del lugar, esperaban amamantándose, el momento en el que Tezcatlipoca, el dios creador y destructor les permitiera reencarnar y regresar a la tierra.
Por eso en México a los niños chiquitos se les da su “chichi”.
Fray Bernardino de Sahagún, en sus crónicas describe el Chichihualcuauhco como un lugar de espera: “El que moría muy niñito y era una creatura que estaba en la cama se decía que no iba allá al mundo de los muertos, sólo iba allá al Xochatlapan. Dizque allí esta erguido el árbol nodriza, maman de él los niñitos, bajo él están haciendo ruido con sus bocas los niñitos, de sus bocas viene a estarse derramando leche».
Fray Bernardino de Sahagún, explica que los pequeñitos fallecidos, iban a este lugar, a donde no permanecerían eternamente, solo por un tiempo en espera de un nuevo nacimiento. Manifiesta esta idea de los ciclos de creación y destrucción, vida, muerte y renacimiento, un ciclo constante en la cosmovisión nahua–mexica en la que la muerte es solo parte de un proceso continuo de transformación y renovación.
El sincretismo de nuestras cosmovisiones prehispánicas y católicas enriquece nuestra cultura.
Leopoldo E. Corona Orencio
Investigador de temas indígenas