Denise Dresser.
Para Maite Azuela, querida.
El jueves 21 de enero hubo 1,803 fallecidos por Covid-19 según los datos oficiales; la cifra más alta para cualquier país latinoamericano en un solo día. México acumula casi 150 mil muertes según las cifras gubernamentales que tienen un subregistro importante. En las próximas dos semanas superaremos a India para ocupar el tercer lugar de fallecimientos a nivel global. Detrás de la acumulación de números inertes hay madres, padres, nombres, lutos, familias destrozadas, afectos añorados. Los mexicanos que faltan y cuya ausencia debería producir indignación ante un gobierno indolente, una estrategia de vacunación ineficiente, y una respuesta claramente insuficiente. López Obrador habla de dejar atrás la politiquería pero ha caído en ella con una vacunación voluntariosa.
En México los criterios para la aplicación de la vacuna no surgen de una deliberación institucional que incluya al Consejo Nacional de Salubridad. Emanan directamente de la cabeza de AMLO, sin ton ni son, sin rigor científico, sin lineamientos técnicos. Por eso se vacuna a los maestros en Campeche antes que a los trabajadores de salud en la primera línea de batalla. Por eso se vacuna primero a los Siervos de la Nación pero no a aquellos con comorbilidades y en mayor situación de riesgo. Por eso la Guardia Nacional y los adultos mayores en zonas rurales están en el primer lugar de la fila, mientras millones de mexicanos son relegados al último lugar. El gobierno se ha dedicado a politizar y centralizar antes que a inmunizar.
Basta con analizar la “estrategia de vacunación”, si se le puede llamar así. Hace casi un mes México festejó el arribo del primer lote de vacunas. Ahí estaban los miembros del gabinete, parados junto al avión de DHL, celebrando, aplaudiendo. Pero hasta el momento se han aplicado casi 500,000 dosis, a solamente el 0.38% de la población del país. Enfrentamos serios problemas -de logística, de cantidad, y de voluntad- como argumenta la doctora Roselyn Lemus-Martin, en un articulo reciente. No hay un sentido de emergencia, sino un ritmo lento. No hay una clara urgencia de vacunar a la mayoría de la población en el menor tiempo posible, sino un sinnúmero de trabas, decisiones tardías, obstáculos y pretextos.
No queda claro que México haya adquirido las dosis prometidas, ni negociado los acuerdos anunciados, ni pensado cómo promover la colaboración público-privada para enfrentar uno de los retos más importantes del país. Parecería que la vacunación no es una prioridad para el gobierno. En lugar de centrar toda su atención en ello, el Presidente pasa la mañanera criticando a la DEA y desacreditando al INAI. He ahí a AMLO distrayendo, rechazando el cubrebocas, y finalmente contagiándose porque siempre ha subestimado la pandemia.
La falta de seriedad desplegada por las autoridades contrasta con lo que comienza a ocurrir al norte de la frontera. Desde el primer día, Biden informa de manera realista que Estados Unidos está en guerra, vive un estado de emergencia, y se avecinan semanas muy duras. Mandata el cubrebocas obligatorio, un paquete ambicioso de apoyo económico, el incremento de las pruebas y el rastreo de contactos, la producción acelerada de jeringas y guantes, la prueba Covid-19 y cuarentena obligatoria a todos los viajeros que llegan al país, la coordinación federal con los estados, la incorporación del sector privado -Walmart, Starbucks, CVS, Walgreens, estadios de beisbol, estacionamientos- al esfuerzo nacional de vacunación. No busca centralizar, al contrario. No busca excluir, sino sumar.
Pero aquí prevalece la politización, la tergiversación, la falta de información. Y mientras tanto, el gobierno le apuesta a dos vacunas (CanSino y Sputnik V) que todavía no están aprobadas por Cofepris. Una muestra baja eficacia en personas de la tercera edad, y otra no tiene resultados publicados de la fase III. La 4T no está tomando decisiones sobre el plan de vacunación basándose en la ciencia; está recurriendo a la improvisación. Y si seguimos con la misma velocidad y número de dosis aplicadas al día, será imposible vacunar al 75% de la población antes de que haya un número mucho mayor de decesos o contagios. Esas “pequeñas tajadas de muerte” -descritas así por Edgar Allan Poe- dejarán un país enlutado y un gobierno al que no le importó. Ojalá que ahora sí comience a importarle.