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/ Francisco Cabral Bravo/
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos.
Sin la justicia, ¿Qué son los reinos sino partida de salteadores? (San Agustín).
Los megalómanos lo son por sí mismos. Tienen imágenes delirantes de sí mismos y así mismos se convencen de su grandeza. La repetición es intencional: se trata de subrayar el así mismo para destacar el único viaje posible del pensamiento y propósito del megalómano: desde sí y para sí, origen y destino, cumbre y nunca abismo, acierto y nunca error.
Pedro Arturo Aguirre ha escrito una deliciosa Historia Mundial de la Megalomanía en la que recoge pasajes absurdos, insólitos, indignantes o ridículos de los megalómanos que en el mundo han sido. Lectura recomendable sin duda.
Pero hay algo más del así mismo y desde sí mismo en la vida del megalómano, lo es desde adentro, pero necesita a los otros, y muchos son, muchísimos los que optan por dar incienso y razón a los megalómanos, culto y adoración, adulación y obediencia.
Sin ellos, los megalómanos le hablarían al vacío, comandarían batallones de fantasmas y contarían entre sus seguidores a los invisibles. Para ellos existen. Son capaces de aplaudir la decisión más descabellada, dar la razón a la sinrazón, arrodillarse a su paso cantando loas y enfrentarse a puñetazos o con bombas a quienes difieran.
Los mega espejos o mega aduladores existen en todas partes. Si el gran líder dice una barbaridad la aplauden y defienden; si los pone a cantar en coro, lo hacen; si los viste de un color, se lo ponen, si dice que el sol enfría, lo juran, y si afirma que a partir de hoy el agua del mar es dulce la saborean.
Sometimiento que para el megalómano es lealtad.
Por eso escalan posiciones altas, las más altas después del inmortal. Viven de arrullar el corazón del megalómano, de acariciar el suelo que pisa y de inclinar la espalda. Mientras el megalómano está en la cumbre, tienen un sitio asegurado en la cima. No aconsejan, repiten, no piensan, obedecen; no preguntan, asienten; no discurren, acatan; no alertan, halagan.
Prohibido el pensamiento propio. Y aunque de vez en vez tengan alguno, lo reprimen. Los hay calculadores, mezquinos, ingenuos, inteligentes, cobardes, manipuladores, ambiciosos. No importa el calificativo que merezcan, el megalómano los necesita en círculo, redándolo, halagándolo. Sin éstas sombras él sería menos luz; sin éstas obediencias sería menos fuerte; sin éstas presencias cabizbajas sería falible. Todos los megalómanos del pasado y del presente han requerido de estos mega espejos, en grupos de cinco o formados en ejércitos, contados por miles o por millones. Casi siempre se recuerda a los megalómanos funestos que arrastraron a países a la guerra o a pueblos enteros a la autodestrucción; a grupo de fanáticos al suicidio oa individuos a la inmolación. Pero poco se habla de los mega espejos, los que hicieron posible alcanzar el poder y lo ejerciera hasta desembocar en el desastre.
Los mega aduladores son un peligro para todos, incluso para los poderosos que no están enfermos de megalomanía y que pueden terminar en ella, agobiados de tanto tener razón, de ser tan brillantes y no equivocarse nunca.
Y son un riesgo para las organizaciones, las comunidades, los estados y los países, tienden un círculo en torno al caudillo y le inventan un mundo, espejos que le devuelven al líder la imagen que éste tiene de sí mismo y de la realidad.
Son capaces de desvirtuarlo todo, de negarlo todo, con tal de seguir cerca del poder y amamantarse.
No pasan a la historia, pero cómo inciden en ella.
¡Cuidado, mujeres y hombres de poder. Cuidados ciudadanos. México tiene problemas a raudales. Tenemos todo tipo de problemas: grandes y chicos.
Son tantos nuestros problemas, tantísimos que, a ratos, de mirar a otra parte y salir corriendo.
Dos son, sin embargo, nuestros meta-problemas mayores. Primero un discurso machacón que insiste en que ya sabemos cuáles son las soluciones y que el problema es sólo de voluntad e implementación. Segundo y muy vinculado a la anterior, la poca disposición, casi diría aversión a mirar la realidad con ojos frescos, a probar cosas nuevas, a experimentar, a intentar y quizá atinarle.
¿De verdad avanzamos? ¿Es cierto que somos distintos a los de antes? Nos faltan muchas de las piezas del rompecabezas requerido para entender, y para encontrar esas piezas faltantes, tenemos que crearlas. Sí, sí, inventarlas, con rigor, pero también con ojos agudos y honestos, con imaginación grande y con la valentía para equivocarnos. Urge dejar de seguir privilegiando particularmente entre otros a los que ya tienen hoy una posición de poder, la copia y la repetición.
Nos hace falta volver a creer en nosotros.
Una de las armas que tienen los grandes negociadores es su capacidad de escuchar. Este punto lo subrayo varias veces, ya que es una técnica fácil de aprender y poderosa en su uso en una negociación. Lo que me sigue sorprendiendo es que funcionarios, gobiernos dejaron de escuchar hace algunos años.
Y si algo se requiere de la clase política en 2022 es un poco de silencio. Pero lo más importante en el 22 es escuchar a los ciudadanos. Y sí, las encuestas son una forma de entender lo que sienten y necesitan los mexicanos. Pero claramente no es suficiente para entender como se comportarán en los siguientes años. Pero los partidos, posibles candidatos, la clase política en general se han dedicado a hablar, perdón, disculpe usted a gritarse entre sí.
Ni siquiera se preocupan de dar la impresión de que quieren escuchar al pueblo. O estar presente. Y esto conllevará costos para los procesos electorales en los siguientes tres años.
Dan discursos, pero ni remotamente escuchan.
Siendo está mi primera columna del 2022, les presento entonces algunas sugerencias de “cómo escuchar”:
Usar lenguaje verbal para demostrar que está escuchando. Parafrasear repitiendo con tus propias palabras y sin juzgar lo que comunicó la contraparte.
Identificar emociones y reflejarlo en tus comentarios sin juzgar o ser negativo. Al usar esta técnica el negociador (o en este caso el político) puede demostrar que: 1) Está interesado en lo que está diciendo la persona. 2) Las personas se sienten escuchadas. 3) Esta técnica ayuda para que las personas compartan información y proporcionen más detalles que ayudan a tomar decisiones. 4) Y lo más importante, esta técnica de escuchar asegura que no estemos mal interpretando el mensaje. Sí, lo sé, muchos de ustedes dirán cómo es posible que con estas técnicas se pueda escuchar a millones de mexicanos, o por lo menos dar la impresión de que los estamos escuchando. Obviamente es un trabajo de años.
Como dijo en 390 A.C Diógenes el Cínico “Callando es como se aprende a oír, oyendo como se aprende a hablar; y luego, hablando se aprende a callar”.
Escrito por Maurice Joly en la segunda mitad del Siglo XIX, Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (Seix Barral) es un clásico de la literatura política que puede y debe releerse, hoy, no para entender el pasado, sino el presente. Su vigencia es asombrosa.
Desde la presentación de los editores: “Montesquieu defiende la causa de la democracia y de la libertad dentro de la ley. En un mundo maquiavelizado Montesquieu queda sin habla. Porque el aliado número uno de su interlocutor (Maquiavelo) ya no es la astucia inescrupulosa de El Príncipe modelo, sino la apatía política del pueblo sojuzgable”.
Joly hace decir a Maquiavelo: “Por lo tanto, no destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquisiará su mecanismo. De este modo iré golpeando por turno la organización judicial, el sufragio, la prensa, la libertad individual, la enseñanza”.
Concentro parte de esta columna en el tema de la prensa:
Maquiavelo: “la prensa tiene el talento de hacerse aborrecer, porque solo está siempre al servicio de pasiones violentas, egoístas, exclusivas, porque denigra por convivencia, porque es venal, e injusta; porque carece de generosidad y patriotismo”.
Montesquieu: ¡OH! Si vais a buscar cargos contra la prensa, os será fácil hallar un cúmulo.
Si preguntáis para qué puede servir, es otra cosa.
Impide, sencillamente, la arbitrariedad en el ejercicio del poder; obliga a gobernar de acuerdo con la constitución; conmina a los depositarios de la autoridad pública a la honestidad y el pudor, al respeto de sí mismos y de los demás.
En suma, para decirlo en una palabra, proporciona a quien quiera se encuentre oprimido el medio de presentar su queja y ser oído.
Mucho es lo que puede perdonarse a una institución que, en medio de tantos abusos, presta necesariamente tantos servicios”.
Dice el Maquiavelo de Joly que el estadista “no debe temer, llegado el caso, hablar como demagogo, porque después de todo él es el pueblo, y debe tener sus mismas pasiones. En mi obra aconsejo al príncipe que elija como prototipo a un gran hombre del pasado, cuyas huellas debe seguir en todo lo posible.