*Se les coloca en un contexto de alta tensión política donde cualquier error se magnifica y cualquier acierto se minimiza, en contraste con lo que escriben de políticos
Editorial.
30.12.2025 BPNoticias.- En 2025, México vivió un momento histórico: por primera vez una mujer administró la Presidencia de la República. Sin embargo, este avance democrático ha venido acompañado de un recrudecimiento de los discursos de odio y de la violencia digital dirigida contra las mujeres en la política.
En un balance del año 2025, lo que debería ser un símbolo de igualdad y representación se ha convertido también en un espejo de los prejuicios y narrativas patriarcales que aún atraviesan la vida pública del país.
La violencia política de género se ha trasladado con fuerza al espacio digital. Redes sociales y plataformas de comunicación se han convertido en escenarios donde se reproducen estereotipos y se amplifican ataques que buscan minar la autoridad de las mujeres en el poder.
Se les cuestiona con mayor severidad que a sus pares masculinos, se enfatizan sus vínculos personales por encima de sus capacidades profesionales y se les responsabiliza de manera individual por decisiones que, en realidad, corresponden a estructuras institucionales más amplias.
El patrón es claro: cuando una mujer ejerce liderazgo con firmeza, se le acusa de autoritaria; cuando muestra sensibilidad, se le tacha de débil. Se les exige explicaciones inmediatas, se les atribuyen responsabilidades que no les corresponden y se les critica por no encajar en el molde tradicional de sumisión que históricamente se ha impuesto a las mujeres.
La paradoja es cruel: se les cuestiona por ser fuertes y se les desprecia si no lo son.
En este sexenio, la violencia digital se ha exacerbado. Los ataques en línea no solo buscan desacreditar la gestión de las mujeres políticas, sino también erosionar su identidad personal.
Se subraya su vida privada, sus relaciones familiares o amistosas, como si fueran más relevantes que sus decisiones de gobierno. Este recurso narrativo refuerza la idea de que las mujeres no pueden ser juzgadas únicamente por su desempeño institucional, sino que deben ser evaluadas bajo un lente personal y emocional que rara vez se aplica a los hombres.
La construcción de narrativas diferenciadas sobre las mujeres en el poder revela un sesgo profundo: se les coloca en un contexto de alta tensión política donde cualquier error se magnifica y cualquier acierto se minimiza.
La exigencia de perfección es constante, mientras que la tolerancia hacia sus pares masculinos es mucho mayor. Este doble rasero no solo afecta la percepción pública, sino que también limita la posibilidad de que más mujeres se animen a participar en la vida política.
Los discursos de odio contra las mujeres políticas no son simples opiniones: son mecanismos de exclusión que buscan perpetuar la desigualdad. Al cuestionar su preparación, al responsabilizarlas de manera individual y al exigirles explicaciones inmediatas, se refuerza la idea de que su presencia en el poder es excepcional y no parte de un derecho legítimo.
Se trata de una violencia simbólica que, en el espacio digital, se convierte en violencia real con consecuencias emocionales, sociales y políticas.
La llegada de una mujer a la Presidencia debió abrir un camino hacia la normalización de la participación femenina en los más altos niveles de decisión. Sin embargo, lo que se observa es un intento de deslegitimar esa presencia mediante narrativas que apelan a estereotipos de género.
La crítica política legítima se confunde con ataques misóginos que buscan reducir a las mujeres a roles tradicionales, negándoles la posibilidad de ejercer autoridad sin ser cuestionadas por su género y en cada paso, el doble rasero para juzgar a las mujeres políticas se hace presente.
Se les castiga por llegar al poder, por no someterse a los dictados del patriarcado. Porque no obedecen a los hombres que les ordenan lo que hay que hacer pues cada uno cree que tienen la verdad absoluta y las mujeres, sea el cargo que tengan, deben obedecer siempre sus deseos y creencias.
El reto para México es doble: por un lado, consolidar la igualdad sustantiva en la política; por otro, enfrentar la violencia digital que se ha convertido en un nuevo campo de batalla.
La sociedad debe reconocer que los discursos de odio contra las mujeres en el poder no solo dañan a las personas directamente atacadas, sino que también erosionan la democracia al limitar la pluralidad y la diversidad en la representación política.
En este 2026, el país tiene la oportunidad de demostrar que la presencia de una mujer en la Presidencia no es un hecho aislado, sino el inicio de una transformación cultural.
Para lograrlo, es necesario desmontar los estereotipos, enfrentar los discursos de odio y garantizar que las mujeres puedan ejercer su liderazgo sin ser reducidas a su identidad personal ni sometidas a exigencias imposibles.
Solo así se podrá construir una política verdaderamente incluyente, donde las mujeres sean reconocidas por su capacidad y no por los prejuicios que aún persisten en la sociedad.













