68… y más ¿o menos? /2

Sin tacto.

 Por Sergio González Levet

 

Sigo y concluyo la historia de nuestro buen amigo que mantuvo por varios años la ilusión de ser beneficiario del programa 68 y más.

Conté en la entrega anterior que el día que cumplió 65 años fue cuando el Gobierno de la República cambió a 68 la edad mínima, así que tuvo que esperar tres años.

Llegó por fin el día esperado en que cumplió los 68 años completitos y se apuntó de inmediato en el programa que ofrece universalmente un pago de poquito más de 2,600 pesos bimestrales.

Pero… pero resulta que en la oficina en la que entregó sus papeles le dijeron que debía esperar tres meses, “para ver si habían aceptado su solicitud”.

Nuestro amigo esperó, esperó, esperó, y reconoce que a fines de septiembre recibió una llamada en su casa. Una voz esperanzadora le dijo que estaba aprobado y que debía acudir en unos días a cierta oficina para recoger su Tarjeta de Bienestar.

Fue presto el día y la hora indicados, y llevaba en la bolsa y en la ilusión, de nueva cuenta, todos los papeles que le habían pedido.

El trámite fue casi expedito, porque el negrito en el arroz fue que lo citaron a las 9 de la mañana de un sábado en el lugar señalado, y ahí encontró a otras personas maduras como él que igualmente habían recibido la llamada telefónica citatoria, ¡y las puertas cerradas!

Tuvo que esperar una media hora hasta que llegó apresurado un empleado con uniforme y cubre-bocas reglamentario, y hasta eso abrió con celeridad la reja, la puerta y la oficina. Así que entró con sus iguales, se sentó en una silla y esperó a que lo llamaran.

Cuando dijeron su nombre, se levantó y echó mano de sus documentos, pero no fue necesario porque sólo le pidieron que firmara un recibo y que se tomara una fotografía, una vez que le entregaron una tarjeta de débito de Banco Azteca, el consentido del actual régimen.

Con la tarjeta de débito en mano, pensó que por fin se había hecho realidad su sueño imposible, su anhelo inspirado.

Pero no.

Uno de los amables empleados, el que había dado una explicación clara y profunda, histriónica y gesticuladora, del sencillo trámite que habían hecho todos, le dio la mala noticia de que debía esperar 15 días hábiles, lo que significaba unas tres semanas, para acudir a la sucursal de Banco Azteca a que le habilitaran su tarjeta. Ahí le dirían qué saldo tendría en aquel momento, para que pudiera pasar al cajero o a la caja a recoger su huidizo dinero.

Pasaron lentos los días, pero como no hay plazo que no se cumpla (¿ni deuda que no se pague?), llegó el de octubre en que finalmente pudo acudir a la sucursal, hizo la debida cola, lo recibió un funcionario, registró y habilitó su tarjeta y…

¡El saldo estaba en ceros!

El banquero azteca le dijo que tenía que estar pendiente de las noticias, porque el Presidente iba anunciar cuándo se iba a hacer finalmente el depósito.

Es la hora en que nuestro buen amigo todavía no cobra el apoyo de AMLO…

 

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