/Gauri Marín/
Desde 2018 han sido varios los intentos por articular una oposición a nivel nacional. Tras la elección y ante el pasmo inicial y desorganización de los partidos tradicionales, hemos atestiguado cientos de desplegados llenos de lugares comunes y fantasías, pero también de algunos intentos organizativos a los que habría que prestar mayor atención. Uno de los primeros fue el de los autodenominados Chalecos México, cuya movilización logró su mayor expresión pública el primero de diciembre del año pasado cuando líderes partidistas y políticos se unieron a la convocatoria de su marcha.
2019 también nos trajo otros intentos francamente penosos como la plataforma Futuro 21, integrada por políticos caídos en desgracia como Gabriel Quadri, José Narro, Beatriz Pagés, Jesús Ortega y Zambrano.
Ahora, Futuro 21 se ha aliado con organizaciones homófobas y provida (es decir, anti-derechos de las mujeres) aglutinadas en torno a Sí por México, agrupación que dio a conocer esta semana Claudio X González y Gustavo de Hoyos. Por su desplegado, pareciera más bien que se trata de una agrupación en venta al mejor postor para las próximas elecciones: “vamos a demostrarle al gobierno y a los partidos políticos que SÍ somos la diferencia entre ganar o perder unas elecciones”.
Con un perfil similar también se encuentra Frena, frente de ultraderecha al que los medios ya han dado una amplia cobertura. Por la vía partidista, México Libre sigue en su intento de obtener su registro (aunque de obtenerlo se estaría frente a un claro impedimento de avanzar hacia una reparación colectiva de los miles de muertos durante el sexenio de Calderón).
También nos encontramos con un PRI ausente —lo más notorio a nivel nacional quizá es que Sauri Riancho presida la mesa directiva, mientras lo más decadente es el intento de alianza con el PRD— y al PAN que, sin rumbo ideológico ni programático, ha decidido ser el anti de toda acción de gobierno.
De este último partido, lo más interesante es que Ricardo Anaya esté tomando la línea discursiva de los intelectuales de la transición democrática; una historia “de un magnífico esfuerzo colectivo que hoy está bajo amenaza”, concluyendo que López Obrador es un acomplejado porque no es demócrata, a diferencia de Javier Corral y de los “intelectuales que han demostrado su compromiso con la democracia”.
Dejando entre paréntesis lo que se puede decir del insulto de “acomplejado”, no debe pasar desapercibido que el segundo video de Anaya, tras anunciar su regreso a la vida pública, sea sobre este tema porque si a algo se han dedicado los académicos de la transición en estos casi dos años de gobierno es a defender férreamente lo que consideran su legado.
La narrativa de la transición a la democracia es la más articulada y con un lenguaje aceptable para un amplio número de personas, de tal forma que, si sus constructores ideológicos se animan a militar abiertamente, quizá se estaría frente a una oposición que resulte, con ganas, un poco decente.