Lex Femme.
Por Margarita Arellano Hernández.
En un México Prehispánico la mezcla de varias culturas cada una con diferentes formas para horrar a sus muertos. Cuando llegaron a América los españoles en el siglo XVI trajeron sus propias celebraciones y tradiciones para celebrar a sus difuntos, al convertir los nativos al nuevo mundo se dio lugar a un secretismo que mezclo las tradiciones europeas y prehispánicas haciendo coincidir con las festividades católicas con el día de todos los santos y todas las almas, algo que influencia en la evolución de las actuales costumbres del día de muertos fueron las epidemias que azotaron a México llevando a la creación de los cementerios fuera de la ciudad en 1861 el gobierno empezó hacerse cargo de los entierros. En 1859 se consolido la costumbre de adornar las tumbas con flores y velas y visita los panteones el día 1 y 2 de Noviembre.
El día de muertos es un ritual catalogado en 2008 por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Hoy en día en algunas familias se han perdido nuestras tradiciones, es importante dar a conocer a las nuevas generaciones que nuestro México es pluricultural, rico en creencias, ritos y leyendas, tienes que sentirte orgulloso de ser mexicano y de nuestra festividad de muertos.
Cuando era pequeña esta tradición de día de muertos era toda una fiesta, mi madre colocaba una mesa grande de madera, nos llevaba a comprar lo que llevaría la ofrenda y mientras caminábamos rumbo al mercado nos platicaba la historia de esta tradición, recuerdo que me decía, que el altar tenía que llevar los gustos y sabores de la comida que les gustaba a nuestros difuntos, ya que llegaban a partir del 31 de octubre a las doce de la noche los santos inocentes los niños muertos y que el día 2 de noviembre llegaban los santos difuntos los adultos. Recuerdo que siempre nos contaba lo mismo, pero cada año lo hacía y yo lo disfrutaba como si fuera la primera vez, me decía que los difuntos llegaban a llevarse el sabor y olor de la comida, pero que era muy importante poner siempre la fotografía del difunto ya que representa que nosotros los vivos los recordamos, además tenía que ser muy colorido el altar para poder atraerlos y que la flor de cempasúchil, el copal y el incienso les ayudaba a que no se perdieran y siguieran su camino.
Era tan hermoso encontrar las calaveritas de azúcar con el nombre del difunto, ese olor a flores, aun lo recuerdo, los tamalitos, el rico mole, el champurrado, el chocolate yo ayudaba a mama hacerlo con el molinillo casero, el atole de granillo, dulce de calabaza, las cocadas, el jamoncillo, los cigarros y la botellita de tequila o mezcal con su gusanito para el abuelo. Todos ayudábamos a poner el papel picado, cuando terminábamos, mi madre quemaba el incienso alrededor de la ofrenda, mientras rezábamos el padre nuestro, en ocasiones vi a mi madre triste y a la vez emocionada pues decía que mis abuelos vendrían a comer los tamalitos de frijol, pero sobre todo ese rico pan espolvoreado con azúcar rosada.
Cuando daban las doce campanadas del medio día, mi madre rezaba y despedía a mi hermanito Ángel, que nunca conocí, a la vez le daba la bienvenida a mis abuelos y tíos, en ocasiones mi padre prendía un puro, mientras agarraba de la mano a mi madre, nosotros junto a ellos. La verdad yo ansiaba que fuera el día tres, para degustar los dulces.
Correo. Lexfemme.12@hotmail.com
Lex Femme
Nuestras tradiciones y nuestros muertos
Por Margarita Arellano Hernández.
En un México Prehispánico la mezcla de varias culturas cada una con diferentes formas para horrar a sus muertos. Cuando llegaron a América los españoles en el siglo XVI trajeron sus propias celebraciones y tradiciones para celebrar a sus difuntos, al convertir los nativos al nuevo mundo se dio lugar a un secretismo que mezclo las tradiciones europeas y prehispánicas haciendo coincidir con las festividades católicas con el día de todos los santos y todas las almas, algo que influencia en la evolución de las actuales costumbres del día de muertos fueron las epidemias que azotaron a México llevando a la creación de los cementerios fuera de la ciudad en 1861 el gobierno empezó hacerse cargo de los entierros. En 1859 se consolido la costumbre de adornar las tumbas con flores y velas y visita los panteones el día 1 y 2 de Noviembre.
El día de muertos es un ritual catalogado en 2008 por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Hoy en día en algunas familias se han perdido nuestras tradiciones, es importante dar a conocer a las nuevas generaciones que nuestro México es pluricultural, rico en creencias, ritos y leyendas, tienes que sentirte orgulloso de ser mexicano y de nuestra festividad de muertos.
Cuando era pequeña esta tradición de día de muertos era toda una fiesta, mi madre colocaba una mesa grande de madera, nos llevaba a comprar lo que llevaría la ofrenda y mientras caminábamos rumbo al mercado nos platicaba la historia de esta tradición, recuerdo que me decía, que el altar tenía que llevar los gustos y sabores de la comida que les gustaba a nuestros difuntos, ya que llegaban a partir del 31 de octubre a las doce de la noche los santos inocentes los niños muertos y que el día 2 de noviembre llegaban los santos difuntos los adultos. Recuerdo que siempre nos contaba lo mismo, pero cada año lo hacía y yo lo disfrutaba como si fuera la primera vez, me decía que los difuntos llegaban a llevarse el sabor y olor de la comida, pero que era muy importante poner siempre la fotografía del difunto ya que representa que nosotros los vivos los recordamos, además tenía que ser muy colorido el altar para poder atraerlos y que la flor de cempasúchil, el copal y el incienso les ayudaba a que no se perdieran y siguieran su camino.
Era tan hermoso encontrar las calaveritas de azúcar con el nombre del difunto, ese olor a flores, aun lo recuerdo, los tamalitos, el rico mole, el champurrado, el chocolate yo ayudaba a mama hacerlo con el molinillo casero, el atole de granillo, dulce de calabaza, las cocadas, el jamoncillo, los cigarros y la botellita de tequila o mezcal con su gusanito para el abuelo. Todos ayudábamos a poner el papel picado, cuando terminábamos, mi madre quemaba el incienso alrededor de la ofrenda, mientras rezábamos el padre nuestro, en ocasiones vi a mi madre triste y a la vez emocionada pues decía que mis abuelos vendrían a comer los tamalitos de frijol, pero sobre todo ese rico pan espolvoreado con azúcar rosada.
Cuando daban las doce campanadas del medio día, mi madre rezaba y despedía a mi hermanito Ángel, que nunca conocí, a la vez le daba la bienvenida a mis abuelos y tíos, en ocasiones mi padre prendía un puro, mientras agarraba de la mano a mi madre, nosotros junto a ellos. La verdad yo ansiaba que fuera el día tres, para degustar los dulces.
Correo. Lexfemme.12@hotmail.com