Evaluar, valorar, reinventar

Jorge Francisco Cabral Bravo.

La antítesis de la política es la renuncia al diálogo, la opción de la confrontación como primera instancia y el desprecio de la realidad que enfrentan los ciudadanos.

El ahora exsecretario intentó pasar por la SSPC sin sobresaltos. Sin planteamientos estratégicos o de la política pública que lo desgastaran.

Menos de dos años estuvo Alfonso Durazo al frente de la SSPC. Deja atrás, sin resolver, la agenda más urgente y trascendental de este país para dedicarse a lo que en realidad quería: la gubernatura de Sonora.

Sin ocupar un rol operativo por el cual tuviera que asumir responsabilidades. Sin diálogo con las víctimas que lo expusiera a reclamos. Sin incomodar al Presidente con objeciones frente a la militarización o a los recortes presupuestales. Sin problemas. Sin agenda. Sin impacto.

Se dedicó, fundamentalmente, a ser el vocero de las cifras delictivas. Cifras que, además, comunicó de forma deshonesta. Primero, presumiendo como un éxito  la “contención” de la violencia, en los niveles más altos de nuestra historia reciente. Luego, adjudicándose la reducción d ellos delitos que en realidad se desplomaron debido a la pandemia.

Sería injusto, no obstante, decir que su paso por esta dependencia fue intrascendente. El Secretario Durazo dejó huella. Su herencia se refleja en el desmantelamiento del aparato civil de seguridad del gobierno federal. Un legado tan innegable como nocivo.

Todo vacío de poder se ocupa y el que permitió Alfonso Durazo lo aprovechó el Ejército. Pasamos de tener una Policía Federal que servía como contrapeso de las Fuerzas Armadas, a una Guardia Nacional que no es otra cosa que el aumento del despliegue de la SEDENA. Lo mismo sucedió con el Centro Nacional de Inteligencia (antes CISEN) que, a pesar de estar adscrito a la SSPC, ha quedado en manos de un militar en retiro.

Así, la autoridad civil se quedó sin rol operativo, y, por lo tanto, se amputó también su poder político.

Antes, por lo menos, se podía condicionar el apoyo de la Policía Federal a los estados a cambio de reformas policiales y de justicia, hoy la secretaría federal encargada de esas agendas se ha quedado sin Zanahoria y sin garrote.

Esa es la SSPC que va a heredar Rosa Icela Rodríguez: una dependencia sin las herramientas necesarias para hacer política de seguridad pública o reconducir la estrategia operativa de seguridad interior, una secretaria cuya función se ha reducido a contar delitos y plantear protocolos que muchas veces quedan en el papel ante su reducido peso frente a los gobiernos estatales.

Rosa Icela Rodríguez puede arribar con la intención de encabezar un modelo de coordinación, información y despliegue similar al que operó en la CDMX o buscar impulsar reformas de largo aliento como la de las policías locales. Sin embargo, si aún no lo sabe, pronto se dará cuenta de que la institución a la que llega juega un rol secundario debido a su falta de fuerza operativa, a la reducción de sus recursos presupuestales y a la pérdida de interlocución con los gobernadores, que hoy saben que tienen que tocar la puerta de los militares.

Lo cierto es que Durazo no es el único culpable de ese desmantelamiento. Fue algo aprobado e impulsado por el propio Presidente.

Por eso recompensó a Durazo con una candidatura; porque supo comportarse como al mandatario le gusta: con lealtad y sumisión. Ahora le tocará en 2021 a los sonorenses decidir si ellos también quieren premiar al sumiso exsecretario.

En otro tema, uno de los grandes riesgos en la pandemia es no ver, pero no porque el COVID afecte orgánicamente el sentido de la vista. Se nos están perdiendo de vista los elementos cruciales de la educación, de su sentido mismo; no queremos ver que las adaptaciones de la educación a distancia pueden significar verdaderas transformaciones, y no sólo cambio de medios. Si una clase frontal, expositiva y no activa, es poco recomendable para lograr aprendizajes significativos, una clase televisada se vuelve una práctica aún menos adecuada; arriesgamos a que la fórmula se desgaste velozmente, y que se hunda en rutina, desánimo y finalmente alejamiento.

En las conversaciones de maestras y maestros, a lo largo y ancho de todo el país hay una gran tensión: ya viene el momento fijado por el calendario oficial para plasmar la evaluación del primer trimestre del ciclo escolar, 13 de noviembre es la fecha fatal.

¿Cómo evaluar en las condiciones extraordinarias que la pandemia implica? Es claro que no como se hace con los ciclos típicos. Ya desde ahora hay conflicto y dolor: la inadecuada exigencia en algunas escuelas, en zonas escolares enteras, incluso como instrucción transmitida de las secretarías de educación estatal, ha sido un apego antipedagógico a la “evidencia”. Que las familias manden fotos en las cuales se vea que los niños están viendo la televisión. Y que le pongan hora. Y que el profesor las reúna. Y que el director junte todo y lo envíe a la supervisión, y que … ¿de verdad creen que hay una oficina de la Secretaría de Educación Pública en la que alguien pasa viendo fotos de todo el país?

Por supuesto que no. Es la pedagogía del control. Bueno, no se le puede llamar a eso pedagogía. Son las prácticas del control y la vigilancia.

Imaginemos lo que no se lograría en orientación, ánimo y consuelo si eso miles de magabites y esos millones de pesos en voz y datos se usaran para conectar a niñas y niños con sus pares, en actividades coordinadas por sus docentes.

¿De verdad pensamos que entregar tres o cuatro hojas por día, por asignatura, para tareas que deben devolverse a la semana, ameritan los cinco o siete pesos por hoja, “es que traen dibujitos, con colores, y gasto mi tóner” dice el dependiente del cibercafé o ciberpapelería, debe sumarse y acumularse y de ahí sacar la base de una calificación justa, ponderada y que retroalimente el esfuerzo personal y el aprendizaje logrado?

¿Exámenes? Menos. ¿Cómo una profesora podría evaluar lo que otro maestro, el de la tele, expuso? Puede hacer los test, pero nada más alejado, insolidario y en el fondo inútil que ver si contestan lo que yo defino del programa que mi alumno vió sólo y sin mi participación.

¿Queremos que sean verdugos de lo ajeno nuestras maestras y maestros? No, no se vale.

La propuesta debe ser otra. Ver la realidad y actuar en consecuencia. ¿Qué proponer? Reconocer que esta situación extraordinaria de nuestro presente no debe regir el arreglo del pasado; reconocer que es un buen momento para sacudirse el yugo de una tradición “notaria”, notas que son números, que etiquetan y hacen “niños de seis” que son menos que “niños de diez”.

Pedir autoevaluación. Le estamos pidiendo a niñas y niños que desarrollen con los más precarios elementos capacidades de autocuidado, automotivación y autosuficiencia. Seamos entonces congruentes y asumamos que pueden ir desarrollando la madurez requerida para una autoevaluación honesta: no entendí, o la verdad que no me esforcé, o investigué por mi cuenta mucho más.

Pidamos a la SEP que tome valor y de muestra de sensatez. Eso si sería regresar al recto sentido de evaluar, valorar lo que niños y niñas hacen.

Y recuerde, al respecto encontré una frase por ahí que dice: “Estudia, lee, investiga, para que cuando seas grande no seas ni el juguete vulgar de tus pasiones, ni el esclavo servil de los tiranos”.