Guadalupe Loaeza
Para Elena.
“…con todo el amor que hay en mi corazón, que desde el principio hasta el fin, a cada palabra y a cada letra, late por ti. Te adora como siempre…”, es una de las tantas despedidas de miles de cartas que diariamente le escribía don Joaquín Talavera a Marcela Autrique, desde que la conoció en Córdoba, en el año de 1956: “(…) me voy a cambiar de corazón por uno de plástico porque ya no me cabe tanto amor por ti…”, decía una en la que le comentaba que la acababa de ver media hora antes, pero que ya la extrañaba. Entonces su novia, de quince años, se mordía las uñas, era tímida y era la joven más bonita y cortejada del estado de Veracruz. Andando el tiempo, las misivas de amor del joven veracruzano se fueron encendiendo de más en más, especialmente en la época en que se fue a París gracias a una beca otorgada por “Rotary International”. Entre examen y examen del posgrado de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sorbonne, don Joaquín no dejaba pasar un solo día sin escribirle a su “Marcelita”, a lo largo de dos años, contándole, con lujo de detalle, todo lo que hacía, visitaba, comía, aprendía, conocía, descubría y emprendía en la Ciudad Luz, la cual la hizo suya a partir del momento en que puso el primer pie. Finalmente, los novios se casaron en 1960. El único cambio que se dio en su relación sentimental fue que en lugar de escribir largas epístolas de amor, don Joaquín se las decía a Marcela, al oído, con todo y su puntuación. Sesenta años vivieron casados, enamorados, divertidos, pero sobre todo, muy viajados. Entre que hacían su respectiva maleta y la deshacían, viajaron juntos por todo el mundo.
Siendo don Joaquín estudiante en París, se enteró que el capitán Jean Casting estaba buscando descendientes de combatientes mexicanos que hubieran participado en la Batalla de Camarón del 30 de abril de 1863, fecha simbólica en la que un batallón de la legión extranjera francesa llevó a cabo una de las acciones más heroicas de su historia, cuando dos compañías del primer regimiento de la legión destacado en México, compuestas por poco más de sesenta hombres, confrontaron un ataque de dos mil soldados del Ejército mexicano. El bisabuelo de don Joaquín, el general Francisco Talavera, curó a centenas de soldados franceses y mexicanos. Recordando a aquel bisabuelo valiente que participó en la batalla, en 1960, don Joaquín unió su vida a la Asociación Camarón A.C. Fue tal su compromiso, en memoria y lealtad hacia los valores del general Francisco Talavera que en 1989 el presidente Francois Mitterrand le concedió a don Joaquín la “Condecoración de la Orden Nacional al Mérito en grado de oficial”, como reconocimiento a su labor en Camarón y por su acción al servicio de la amistad entre Francia y México.
Cada vez que pienso en Joaquín Talavera Sánchez, evoco su eterna sonrisa. Siempre lo veía sonriendo, siempre amable y atento con todo el mundo, en especial, con su Marcelita, cinco hijos y 15 nietos. Cada vez que nos encontrábamos en su notaría platicábamos de su pasión por Francia y por la música de Agustín Lara, de hecho, en la boda de su nieto Imanol, cantó frente a su familia e invitados, “Amor de mis amores”. Mientras los novios bailaban don Joaquín cantaba con tal sentimiento, que muchos de los presentes no pudieron evitar las lágrimas. Debo decir que don Joaquín me contó muchas anécdotas de Lara en Córdoba, como cuando tocaba el piano en el prostíbulo de mejor reputación, el de Doña Paca, Francisca Betancourt.
Últimamente cada vez que por las mañanas abro las páginas de mi periódico, lo hago con el alma en un hilo temiendo llegar al espacio donde se encuentran las esquelas, muchas de ellas de víctimas del Covid-19. Nunca me imaginé que el lunes encontraría una que me llegaría derechito al corazón. Con ojos incrédulos leí: “Con tristeza participamos la partida de nuestro querido padre, Joaquín Talavera Sánchez. A la vez que celebramos su vida pues supo hacer de cada momento una perla que en secreto llenaba con magníficas burbujas de oro y alegría. Hizo de su vida una obra maestra y se va con todo lo que dio”.
Nada más de imaginarme la tristeza de “Marcelita” al evocar todas las cartas que escribió don Joaquín al “amor de sus amores” y la de mi amiga Elena, la “niña de sus ojos”, no pude evitar las lágrimas por la partida de un ser humano excepcional.