El balcón de Miau 3.
Por Sonia González Arana.
Ha hecho mucho frío y eso no ha impedido los rondines por las mañanas. Ayer verifiqué que la portera barriera la calle. Vi que los vecinos limpiaran sus zapatos en la entrada y que usen cubrebocas. Los tengo bien checaditos y así mantengo todo muy tranquilo por acá, pero, de forma inusual, se recibieron muchos paquetes.
Fue cumpleaños de una de las vecinas, bien la conozco. Siendo niña, llegaba acompañada de un montón de amigos al salir del colegio, portando su uniforme no tan impecable que digamos.
En los últimos años, un enorme arreglo llega de la misma florería, es curioso, al recibirlo, le han dicho que lo envía un admirador secreto, cosa que causaba sensación en la chiquillada que pasaban horas buscando al sospechoso. Cuatro de ellas eran infalibles. El pastel y los preparativos eran un constante abrir y cerrar de puertas.
Ahora, ella es una joven mujer igual que sus amigas y, aunque ya no vive aquí con su mamá, llegaron los regalos. Aun cuando viene de visita frecuentemente, la extraño mucho.
Recuerdo los días de la festividad de la iglesia cercana, las niñas salían disfrazadas con trajes regionales, saludaban desde el carro alegórico causando gran alboroto; las mamás siempre estaban pendientes de la fecha, porque curiosamente, se celebra el 30 de abril, Día del Niño, así que, después la convivencia en su escuela y que salían temprano, inevitablemente, llegaban con grandes carcajadas, a ponerse cuanto listón encontraban para ir a la feria, a los fuegos artificiales que tanto odio, y regresaban a la obligada pijamada.
Siempre que alguien tocaba a su puerta, encontraba brazos abiertos para recibir un buen abrazo y si tenía algún problema, segurito era el tema que abordaba en el portón de acceso, y ahí se pasaba el tiempo buscando solución.
Yo también he disfrutado de esos abrazos; cuando Liz salía de viaje, sin fallar, venía a saludarme, a ponerme comida y a jugar conmigo.
Al aprender a manejar, las reuniones incluían vehículos, llegaban en fin de semana en tiempos de la universidad y no es que siempre estuvieran de acuerdo, no que va, podían tener grandes diferencias, pero encontraron la forma de superarlo.
La amistad se extendía a las mamás, a las compañeras, incluso los familiares, aprendieron que, como a nosotros los felinos, la unión nos hace más fuertes, sobre todo, si no tienes casa.
Hay un día que recuerdo claramente, hace casi tres años, una de ellas había estado muy enferma, pero con todo y eso, venía de visita y la consentían. A pesar de sus actividades o distancia y compromisos, estuvieron juntas el día que Ale partió.
Su amistad ha permanecido por muchos años, las he visto compartir desde una paleta, incluso, la bolsa de moda. Sé que dos de ellas son mamás. Todas se quieren tanto, que son más que amigas.
Cuando llegó la cumpleañera, debe haberse llevado una gran sorpresa al ver sus regalos acumulados, y aun manteniendo la sana distancia, los vecinos, también la felicitaron desde sus puertas, yo también, por supuesto.
Llegó con su hermosa sonrisa muy emocionada, sabiéndose amada y reconocida. El valor de la amistad eleva a cualquier ser vivo a un estado de éxtasis inexplicable, puede, inclusive, generar lazos más fuertes que los de sangre, yo lo vivo cada día, sólo tengo que deslizarme entre las piernas de Liz para saber que ella es centro de mi universo y yo el de ella.
Y tú ¿eres o tienes a alguien así? Piénsalo…
¡Hasta la próxima! Miau.
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