El buen vecino

Sin tacto

Por Sergio González Levet.

Hay una persona a quien conozco, que es conocida entre sus cercanos como el buen vecino, porque realmente es un ciudadano modelo y un alma de Dios, siempre interesado en el bienestar de los demás.
No, no voy a hablar de política ni a lanzar loas en pro de algún hombre público o el patriarca de algún partido o movimiento, tan dados a recibir elogios tan inmerecidos como irreales de parte de obsequiosos que solamente buscan conseguir algún favor o prebendas a cambio de sus mentiras.
Nuestro personaje de hoy es un hombre de la calle, un civil igual a cualquiera de nosotros, que se distingue por su preocupación por ser un ciudadano modelo.
Miren ustedes: en su casa procura manejarse a manera de no molestar a sus vecinos. Cuida sus espacios con el fin de no invadir el derecho ajeno, y eso no obstante que a cada lado tiene a dos verdaderos monstruos de la incivilidad.
El de la casa de la izquierda, según se ve de frente, tiene una manía por los animales que lo ha llevado a tener en su domicilio una verdadera jauría, tres o cuatro canes que permanecen en la diminuta cochera y la llenan satisfactoriamente todos los días con sus heces, sólidas y líquidas, que producen un hedor de todos los demonios -un “hedor huasteco”, para quienes saben cómo se cocinan los aromas en el norte profundo de nuestro estado-. Y encima, los animales espantan a ladridos y casi muerden a todo aquel que se atreva a cercarse a la puerta del buen hombre.
El vecino de la casa de la derecha no tiene mascotas, que ya es un alivio, pero a cambio ostenta una garganta digna de toda una vicetiple, pues de ella salen sonidos verdaderamente estentóreos cuando habla, que lo hace muy constantemente, con tal volumen que sus gorjeos, hablados y permanentes, se oyen hasta media cuadra de distancia. El hombre habla mucho, mucho, y ya se sabe que casi todos los que lo hacen de ese modo, por lo general dicen puras tonterías, así que al ruido hay que agregar la mala calidad de los contenidos. Su retahíla es como “un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, y no significa nada”, si me disculpan que cite el Macbeth de Shakespeare.
Vean cómo nuestro respetuoso protagonista tiene que sufrir cotidianamente los asedios contra su paz y tranquilidad, atacadas en el oído y el olfato.
Claro, él ha intentado dialogar con sus molestos prójimos, tan próximos a su vida, pero ninguno de ellos ha querido siquiera poner en duda la injusticia de su proceder.
También buscó el auxilio de la autoridad, que se dice ahora tan cercana al pueblo, y lo único que encontró fueron respuestas vagas, mentiras impiadosas y por último voces de reprobación por andar pidiendo lo imposible, que es conseguir que los nuevos funcionarios hagan algo positivo por la gente.
Encerrado por la pandemia, agotado por las intromisiones olorosas y auditivas, nuestro buen hombre está a punto de dejar de serlo, y sé que está preparando sendas sopas de su propio chocolate para sus molestos vecinos.

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