Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
Según el clásico, la ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, una colectividad o una época. Pero como nada en el mundo es sencillo ni mucho menos, llegó Karl Marx a complicar esta bonita definición y salió con que “son las representaciones que el hombre se hace de la realidad, ligadas a las condiciones materiales de existencia y las condiciones reales en las que se desenvuelve la vida humana.”
Trato de explicármelo y de explicarlo, y me digo que la ideología es el conjunto de razones (o pretextos) que nos damos a nosotros mismos para actuar como actuamos, sobre todo en actividades sociales o políticas.
Y como tiene que ver con un principio humano y debido a la voluntad particular, hay infinidad de ideologías. La forma de organizar tantas versiones ha sido agruparlas en ideologías de izquierda e ideologías de derecha. Esta dicotomía viene de una nimiedad. Dejo que la Wikipedia lo explique:
“El origen histórico de esta oposición debe buscarse en un hecho fortuito,” [que sucedió en Francia al triunfo de la Revolución Francesa] “la ubicación geográfica de los delegados con diferentes orientaciones doctrinales en la Asamblea Nacional de agosto-septiembre de 1789. Al debatir sobre el peso de la autoridad real frente al poder de la asamblea popular en la futura Constitución, los diputados partidarios del veto real (en su mayoría pertenecientes a la aristocracia o al clero) se agruparon a la Derecha del presidente (posición ligada al hábito de ubicar allí los lugares de honor). Por el contrario, quienes se oponían a este veto se ubicaron a la Izquierda, autoproclamándose como «patriotas».”
Años después, entre tantos devaneos y discusiones han surgido también los moderados, que se colocan al centro, entre las dos tendencias, y han creado un nuevo tipo de ideología.
En fin, izquierdistas y derechistas se han peleado a lo largo de la historia y se convirtieron en enemigos irreconciliables durante el siglo XX, sobre todo en la época de la Guerra Fría.
Pero con el nuevo milenio las cosas han ido cambiando, y vemos cada vez más que, por ejemplo, gobiernos y partidos de ideologías opuestas están haciendo uniones, coaliciones o alianzas, sobre todo en el ámbito de los procesos electorales.
¿Cómo explicar que un Donald Trump, representante exquisito de la ultraderecha más recalcitrante, tenga tratos de afinidad, y hasta de amistad con un Andrés Manuel López Obrador, el más puro luchador social -según su autodefinición- y por tanto un representante prístino de la izquierda?
Esta conjunción coloidal, como la que se da momentáneamente entre el agua y el aceite cuando entran en emulsión, se torna posible por un elemento adicional que los une: el extremismo.
Tanto el al fin saliente Presidente gringo como el mexicano encuentran afinidades en su forma de ver la democracia. Para ellos, la lucha política es una guerra sin cuartel entre quienes están a su favor y quienes no comparten sus proyectos. “Si no estás conmigo, estás contra mí”, dicen ambos desde sus posturas extremas.
Y por eso se comprenden y por eso se unen y por eso se alían.
Y por eso…
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