Por: Zaira Rosas
¿Cómo será el futuro? Realmente no podemos saberlo, pero podemos imaginar múltiples escenarios considerando lo que hemos vivido a través de generaciones y lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Hace dos años imaginarnos encerrados, con múltiples pérdidas y llenos de temor por lo desconocido era casi imposible. Confiábamos excesivamente en nuestro desarrollo y en la capacidad de resolver todo tipo de adversidades.
Teníamos como uno de los principales retos la desigualdad económica y social, pensábamos en conquistar otros mundos y veíamos con emoción al hombre explorando el espacio, sabíamos de la globalidad, pero poco apreciábamos la conexión entre seres humanos, pocos creíamos que el problema de uno era de todos. Que equivocados estábamos.
Aprender de nuestros errores y los de nuestros ancestros sería lo primero que quisiera transmitir a las futuras generaciones. Que no se pierda la curiosidad, el anhelo de nuevos mundos y la creatividad que nos brinda tantas soluciones, pero que todo lo anterior siempre se acompañe de la debida humildad, sin olvidarnos de aquello que está fuera de nuestro control y que tengamos presente que no somos dueños del mundo ni de la vida.
¿Por qué quiero compartir todo esto? Porque la memoria es nuestro mejor legado, porque hablar con mis abuelos y tíos sobre lo que fue su vida me permite entender cómo podemos hacer la nuestra mejor y quisiera lo mismo para quienes han nacido en plena pandemia y las generaciones por venir. Las crisis llegan para obligarnos a transformarnos. Históricamente cada 100 años hay movimientos sociales, naturales o biológicos que nos orillan a replantear las decisiones del presente.
Actualmente vivimos algo caótico, para lo que sin duda nadie nos preparó, una pandemia que nos llena de heridas y cicatrices, pero en medio de la cual también surgen grandes aprendizajes. El primero quizás podría ser la pérdida de equilibrio con la naturaleza, fuimos tan antropocentristas que ignoramos que otras especies tenían el mismo derecho que nosotros a un desarrollo balanceado en la naturaleza, destruimos sin pensarlo múltiples ecosistemas, arrasando con el hogar de múltiples seres vivos. Por ello la naturaleza nos cobró después la factura.
En medio del caos prevaleció la desigualdad, fue evidente qué países podían hacer frente a la adversidad y cuáles enfrentaron a la muerte con abandono en las calles. Sin embargo, en medio de panoramas complejos llegó la solidaridad y la empatía para hacer frente a todas las historias que hablaban de tristeza y dolor. La creatividad y el trabajo conjunto lograron avances inimaginables para brindar un poco de ilusión con una cura para el mundo.
Mientras lo anterior ocurría descubrimos que lo realmente importante no tiene costo, aprendimos a valorar más un abrazo, un beso, la cercanía de los que amamos. La música en los balcones se volvía sinónimo de alegría y también consuelo. Lo digital invadió cada uno de los rincones y nuevamente descubrimos que no estábamos preparados.
Entendimos que la tecnología nunca ha dejado de avanzar y desarrollarse, sin embargo, el alcance de los aprendizajes de la humanidad no iba del todo a la par. Sabíamos encender los equipos, pero no necesariamente aprovecharlos. Algunos incluso tuvieron su primer encuentro con las pantallas o a través de ellas nos encontramos.
Los cambios en estos últimos años han sido muchos, la tierra gira y el universo no se detiene, pero hoy es inevitable pensar en qué nos ha enseñado todo esto. ¿Realmente añoramos la normalidad? ¿Qué era normal para nosotros? ¿Qué esperamos alcanzar? Si el mundo se está transformando, ¿No sería natural también hacerlo nosotros?.