Biden: el gran rescate

Isabel Turrent

El equipo económico del presidente Joe Biden debe haber dedicado meses a diseñar un proyecto para enfrentar, no sólo la epidemia de coronavirus que ha dejado medio millón de muertos en Estados Unidos, sino sus consecuencias económicas. El paquete de estímulos económicos que anunció Biden hace días con el apoyo de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el director de la Fed, Jay Powell, es un cambio tan radical de política económica que habría que remontarse a los años treinta con Franklin Roosevelt para encontrar un paralelismo adecuado.

El monto del paquete de inversiones y ayuda del gobierno de Biden que acaba de aprobarse en el Congreso desafía la imaginación: 1.9 trillones (anglosajones) de dólares. Cerca de 14% del PNB de Estados Unidos. Este plan de recuperación económica anuncia también el regreso de las ideas de John Maynard Keynes, el legendario economista británico que cambió la manera de entender la economía y el mundo.

Años antes de la Gran Depresión y de la debacle económica alemana que culminaría en la Segunda Guerra -y él había predicho-, Keynes estaba convencido ya de que la única salida para la deflación y el desempleo de los años veinte era la inversión estatal en proyectos productivos. El New Deal de Roosevelt adoptaría el concepto keynesiano del “multiplicador”: la idea de que el gasto público se puede reflejar en toda la economía y promover un crecimiento indirecto mucho más alto que la inversión inicial.

Y esa es la disyuntiva que enfrenta Biden. Si su ambicioso programa tiene éxito, dice el Financial Times*, mostrará que las economías occidentales, la Unión Europea incluida, han estado obsesionadas por decenios y sin buenas razones con el fantasma de la inflación, y aplicado una política económica de austeridad fiscal que ha generado una tasa de desempleo inaceptable, ha destruido un abanico de oportunidades para muchos que hubiera elevado el bienestar general y ha favorecido a los sectores de mayores ingresos y promovido la desigualdad social.

Buena parte del debate que ha generado el plan de estímulos económicos de Joe Biden ha girado alrededor de las consecuencias puramente económicas del proyecto: entre quienes temen que derive en una economía sobrecalentada y altas tasas de inflación y entre los economistas que creen que es insuficiente para sacar adelante a la economía norteamericana después del coronavirus. En el centro del espectro político del debate están los economistas que abrigan la esperanza de que el programa de Joe Biden redunde en un crecimiento mayor -y más verde-, fortalezca la base industrial y logre, a la vez, controlar la inflación.

Los keynesianos piensan que éste sería el Santo Grial de la intervención gubernamental, especialmente en Estados Unidos donde un buen porcentaje de votantes, sobre todo republicanos, desconfían de un Estado federal abultado y activo. Esa oposición es buena. Si el experimento keynesiano de Biden funciona, el Estado volvería a ser un actor económico que promovería de la mano de la iniciativa privada la recuperación económica post-Covid, pero en democracia: acotado por la oposición.

Martin Wolf** tiene razón. Si Biden y su equipo logran probar que un gobierno activo genera bienestar para todos en Estados Unidos, el experimento apuntalaría la democracia y abriría las puertas para la construcción, por ejemplo, de un sistema nacional de salud (que Keynes apoyó contra viento y marea y con gran éxito en Gran Bretaña). Y promovería en el resto del mundo programas de inversión en contra del dogma de la austeridad prevaleciente.

El ejemplo podría volverse global y nos beneficiaría como efecto colateral: si la economía estadounidense crece, la nuestra crecería también. Ni esperanzas de que el gobierno de López Obrador aprenda nada. Seguirá promoviendo una economía premoderna y arcaica de trapiches, machetes, palas, carbón y combustóleos.

* “Biden’s huge ‘acting big’ gamble”.

** The US rescue plan…