ÍNDICE POLÍTICO.
FRANCISCO RODRÍGUEZ.
Muchas veces se olvida, no se sabe si conscientemente o no, que para consolidar al partido hegemónico representante de la facción triunfante en la Revolución mexicana, los caudillos sonorenses tuvieron que desaparecer a más de ochocientos partidos regionales que siempre obedecían a los caciques territoriales. También impusieron la idea de uno solo que encarnara los objetivos de todos los grupos en pugna.
Desde 1929 la aristocracia partidista fue integrada por una organización con mandos verticales, asentada sobre el capricho y la necesidad del hombre fuerte. Pero la oligarquía partidaria que se formó después acabó siendo un obstáculo para las reivindicaciones populares. Y sí, como Michels apuntó, la oligarquía partidaria destruye las posibilidades de la democracia.
A lo largo del siglo veinte todos los partidos que existieron en México fueron paradigmas de la sumisión y manipulación patriotera, creados a contrapelo del ciudadano. No hubo uno solo que no haya tenido la bendición o el sursum corda del aparato del poder y de los grupos financieros en boga.
Los industriales regiomontanos prohijaron el nacimiento del PAN
La realidad mexicana de los últimos noventa años habla de un sistema de partidos políticos diseñados desde el poder o desde los conciliábulos de la oligarquía. Cuando el gobierno empezó a vislumbrarse como un aparato de reivindicación, las nacionalizaciones cardenistas, surgieron los opositores sistémicos, al gusto de los reclamantes de mayores tajadas.
Los industriales de Monterrey –utilizados por los sonorenses en el poder para ser reconocidos por los Estados Unidos–, renuentes a reconocer a la facción triunfante de la Revolución, forzaron a la creación del Partido Acción Nacional para funcionar como contrapeso al poder omnímodo de los jefes, aunque fuera en la doctrina.
La agrupación partidista y clerical de la derecha no surgió como un reclamo de ningún sector del pueblo, lastimado por las acciones revolucionarias, sino como un aparato al servicio de los potentados regiomontanos. Para muestra: el apoyo incondicional al General Juan Andrew Almazán en su intento por sentarse en la silla de Palacio Nacional.
Como hoy, hubo una estela de partidos comparsas del oficial
Como la idea tuvo éxito, pronto el país se llenó de franquicias y de grupos de interés al frente de ellas, cada uno con su partido. Empezaron a desfilar el PARM, los sinarquistas, los socialistas populares, los comunistas, los de la afirmación mexicana y todos los que se puedan imaginar. Todos chocaron finalmente con la maquinaria estatal que recrudeció su hegemonía.
El milagro mexicano de la estabilidad, el crecimiento y la gobernanza, logrado sobre los bajos salarios y el control de los trabajadores, tuvo a una estela de partidos comparsas del oficial que sabían muy bien de qué lado tenía que mascar la iguana. Todo, en beneficio final del poder.
El remoquete de que los partidos eran entidades de interés público nunca fue más que eso: un apodo de moda. En el fondo no se avanzó un milímetro de la idea original de que a través de ellos, el Estado debería seguir formando la consciencia de la Nación, y no al revés, como debe de ser.
Los mandamases partidistas saqueaban los recursos fiscales
En un sistema político pensado a fondo, como el mexicano, los partidos dejaron fluir las expresiones de clases, sectores y regiones que quisieran agruparse para funcionar como oposición leal, responsable, con la condición de no imponer los criterios al Estado sobre las necesidades imperiosas de la sociedad y la aprobación de la opinión pública.
Los fondos de todos los ramos del gasto social del presupuesto se aplicaron con absoluta inverecunda terminal a todos ellos. Bueno, todo aquello que no entrara previamente al bolsillo del mandamás. Un saqueo indiscriminado y letal. El resultado comprobable es que todavía no existe aquél que haya sido procesado por prevaricar con la política partidista.
La corrupción de la vida pública, la falsa orientación educativa de los ciudadanos, la reglamentación innecesaria de la convivencia pacífica, la exaltación de patrioterismos y nacionalismos rupestres fueron posibles debido a la influencia mediatizadora de los múltiples partidos e ideologías, y su dependencia umbilical del poder.
La manipulación de los resultados electorales eran la constante
La fuente del financiamiento fue nuestro bolsillo. Una cantidad espeluznante de fondos públicos que sostuvieron a unas burocracias parasitarias y demandantes al interior de los partidos, del oficial y de los demás, con acceso preferente a las canonjías y prebendas que el caso ameritara, usted sabe.
Pero la desproporción siguió existiendo en las condiciones inequitativas de competencia, la oficialización propagandística, los monopolios informativos, las actitudes excluyentes y discriminatorias de intolerancia, la información por adelantado de decisiones políticas cruciales de los altos mandos que al ser gestionadas aparentemente elevaban las posibilidades del triunfo de los consentidos.
La manipulación ostentosa rompió el saco. La opinión pública captó de inmediato las verdades y la diferencia cabal con las mentiras esgrimidas en las campañas y llegó por fin, un poco tarde, la diferenciación del voto. Se elegía a un candidato oficial a gobernador, pero se repartían las preferencias para no darle el Congreso y las presidencias municipales más importantes.
El PRI se fracturó en 1997. Morena, a los dos años del triunfo
Este fue el sello de las últimas décadas. El partido oficial nunca volvió a tener el control total. En 1997 el PRI perdió la mayoría de la Cámara de Diputados, y desde entonces, nada fue igual. Con la rara excepción de la elección de hace ya casi tres años en que, sólo con un tercio de los votos del padrón, Morena se quedó con todo. Era Jauja.
Pero el sujeto que se sentó en la silla presidencial cometió el error más estulto de que se tenga memoria: conculcó su propia mayoría, a base de decisiones inconsultas, de polarizaciones entre los sectores y clases, de posiciones incómodas hasta para sus propios partidarios. La mayoría cameral de Morena llegó a fracturarse hasta no servir ni para aprobar una iniciativa sencilla, de mayoría simple. Se prendieron los focos de alerta. Y les llegó la orden: “no le cambien ni una coma”.
Seis partidos políticos creados por y a la orden del “caudillo”
El “caudillo” siguió creyéndose infalible e inatacable. La opinión pública y los niveles de aceptación han sufrido uno de los más grandes reveses que se recuerden. De casi un noventa por ciento de aprobación, descendió, según estudios demoscópicos serios que nunca serán dados a conocer por miedo a las venganzas, a un veinte por ciento de aceptación ciudadana. Grave por donde se le vea.
La oligarquía partidaria se ha desmembrado. El “caudillo” nunca supo interpretar los tiempos políticos, a pesar de que sólo se dedica a eso. De todos los partidos actuantes, seis siguen las indicaciones y los caprichos del que manda. Pero los otros tres no. Y esto es lo que puede marcar la diferencia en las elecciones intermedias de junio próximo.
Los seis partidos obedientes al extremo están plenamente identificados por los electores. Tienen en su origen el estigma de la derrota ante una ciudadanía cada vez más desilusionada del cambio que se pregonó y de los resultados fútiles que está recibiendo. Esto es más sencillo de entender que la tabla del uno.
Los votos que obtengan PAN-PRI-PRD por la repulsa al “caudillo”
Todo mundo ve venir la alianza electoral del PAN-PRI-PRD como una opción preferente, a pesar de que los operadores de los fallidos programas sociales no lo quieran ver.
El caudal de votos que obtengan será producto de la repulsa a un modo ignorante y despótico de usar el poder prestado.
Los resultados en las elecciones federales y en las locales serán históricas.
Quien crea que el electorado no lo tiene claro, se equivoca o miente por interés, como decía el clásico.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El tweet de la diputada Martha Tagle encendió los focos rojos: “La reforma que quieren aprobar es al art 94 de LEGIPE para que el umbral para conservar el registro de los partidos se recoja de cualquiera de las elecciones, con lo que buscan favorecer los nuevos partidos aliados. En un momento en que no es procedente hacer reformas electorales”. Como saben que los nuevos partidos van a desaparecer por no alcanzar el mínimo de sufragios…
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