El Bronce en Tokio y en Nuestra Vida Mexicana

Por Nidia Marín

No lo hurtamos, lo heredamos y lo cumplimos. Tokio nos ha demostrado que los mexicanos efectivamente somos la raza de bronce. Podríamos ser de oro o de plata, lo que hemos intentado y logrado en escasa ocasiones, pero se nos da más el bronce.

Aunque ya lo sabemos, gracias al Instituto de Medicina Genómica (y a personajes como Luis Jorge Arnau Ávila que nos lo informan) el genoma humano de los mexicanos está conformado por 35 grupos étnicos.

Ello, tomando en cuenta que como dice el IMEGEN el cuerpo humano tiene trillones de células, cada una tiene un núcleo en el cual se encuentra el genoma humano. Esta molécula está formada de ácido desoxirribonucléico o ADN, mide cerca de metro y medio de largo y se compacta en 23 pares de estructuras llamadas cromosomas. El ADN está compuesto por 3,200 millones de nucleótidos o unidades que conocemos por sus iniciales: A (Adenina), C (Citosina), T (Timina) y G (Guanina).

En México se hicieron estudios en todos los estados de la República. Mostraron en los resultados iniciales que las diferencias genéticas entre mestizos de diversas regiones de México se deben principalmente a diferencias en contribuciones ancestrales entre poblaciones europeas y amerindias.

Apenas en abril pasado, por ejemplo, desde la UNAM se informó que expertos del Instituto de Biotecnología de la UNAM, en colaboración con investigadores del Instituto Nacional de Medicina Genómica (INMEGEN), encabezaron el mayor estudio de genoma completo de poblaciones originarias de México.

Especificaron que los especialistas detectaron 44 mil variantes exclusivas de los pueblos originarios, las cuales les permitieron sobrevivir a medida que viajaban y llegaban a nuevos ambientes, es decir, del Estrecho de Bering al sur del continente.

Hicieron hincapié en que: “En los grupos mexicanos encontramos muchas variantes seleccionadas naturalmente, no sabemos con precisión qué hacen, pero sí sabemos en términos generales que tienen que ver con nuestro sistema inmune; es decir, nos dan ‘ventajas’ inmunológicas”, precisó el experto en evolución molecular Juan Enrique Moret Sánchez.

Más hallazgos dados a conocer en la UNAM dicen que al buscar marcadores genéticos que ofrecieran información de la infección por SARS-CoV-2 (o Covid-19), encontraron que la proteína que tenemos no varía con respecto a las demás poblaciones del mundo, pero su regulación sí podría ser diferente. Hicieron hincapié en que estos datos podrán aprovecharlos otros grupos de investigación para combatir el virus.

Y hay más: “El cáncer, la diabetes y las enfermedades crónico-degenerativas tienen mucho que ver con nuestro componente genómico, entonces entenderlo y estudiarlo puede tener mucho que ver con la respuesta ante enfermedades, de ahí la importancia de entender la parte de información amerindia, la cual nos faltaba”, consideró el especialista.

Pero mientras continúan los estudios en la materia no podemos decir que lo que sucede con los deportistas mexicanos es que viven en la “Edad de Bronce”, no obstante que en ese periodo se desarrolló la metalurgia y se registraron las jerarquizaciones sociales. Desdeñar el bronce es desconocer que esa aleación de cobre y estaño ha sido utilizada no solo para fabricar medallas para el tercer lugar en los Juegos Olímpicos sino para la fabricación de monedas y armas, instrumentos musicales, campanas, herramientas y demás.

Mejor recordemos unos versos del poema “Raza de Bronce” escrito por Amado Nervo en honor de Benito Juárez, que fue presentado en la Cámara de Diputados en 1902 y que en su primer verso decía:

“Señor, deja que diga la gloria de tu raza, / la gloria de los hombres de bronce, cuya maza / melló de tantos yelmos y escudos la osadía: / ¡oh caballeros tigres!, ¡oh caballeros leones!, / ¡oh! caballeros águilas!, os traigo mis canciones; / ¡oh enorme raza muerta!, te traigo mi elegía.

Y su final que es maravilloso:

—Señor, alma de luz, cuerpo de bronce. / Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre! / Soy un guijarro; ¡enséñame a ser cumbre! / Soy una linfa: ¡enséñame a ser río! / Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala! / Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala!, / ¡y que Dios te bendiga, padre mío!

“Tú escuchaste mi grito, sonreíste / y en la sombra infinita te perdiste / cantando con los otros almo coro.

“Callaba todo ser y toda cosa; / y arriba era la noche misteriosa / jardín azul de margaritas de oro…”