/ Guadalupe Loaeza /
Como periodista independiente siempre he creído en el derecho de réplica, es decir, que el aludido en un texto, después de una denuncia, pueda expresar su versión. De allí que con mucho gusto acepté ir a tomar un café, en su oficina-casa, situada frente al Metro Insurgentes, con Omar García Harfuch, secretario de Seguridad de la Ciudad de México.
¿Cómo no encontrarme con quien sobreviviera a 414 disparos en el brutal atentado que sufrió en junio del 2020 en Paseo de la Reforma, a las 6:38 am? ¿Cómo no escuchar de viva voz al “policía más amenazado del mundo”, como lo llamara el diario español El País? Y ¿cómo no entrevistar a este joven de 39 años, nieto de Marcelino García Barragán e hijo de Javier García Paniagua y de la actriz María Sorté, cuya disciplina heredada por el abuelo y el padre hace que siempre aparezca muy serio en la tele, impecablemente bien vestido, con una actitud de absoluta seguridad, consciente de su enorme responsabilidad? He de confesar que con respecto a la trayectoria del secretario de Seguridad, tenía muchos sentimientos encontrados. No me cabía en la cabeza que un policía supuestamente tan profesional hubiera sido jefe de la Policía Federal en Guerrero durante la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Encontrarme con él era una espléndida oportunidad para preguntarle muchas cosas acerca de la inseguridad de la ciudad y, por supuesto, a propósito del asalto a la casa de Elena Poniatowska.
Una vez que su secretario particular, súper joven y amable, me instaló en la oficina del octavo piso del secretario Omar García Harfuch, me dispuse, desde mi lugar, a observar el librero de madera con muchos libros, escudos gigantescos y gorros de policía y, al fondo, la bandera mexicana, la cual lucía un poco desgarbada. “Como el país”, pensé. Súbitamente apareció el secretario, me saludó con tal calidez que me desconcertó; el señor que estaba frente a mí nada tenía que ver con el personaje muy serio y formal que acostumbraba ver en la tele. Su actitud era como la de cualquier joven “cool”, del estilo de los amigos de mis hijos, eso sí muy respetuoso. Era evidente que no quería imponerse, ni tampoco impresionar (apantallar) y, mucho menos, jugar el papel de un funcionario de altísimo nivel frente a una periodista crítica de la 4T. La expresión de su rostro no mostraba ningún gesto de arrogancia, su mirada me parecía directa y franca. La plática se fue desarrollando con absoluta naturalidad. Al verlo tan “cool”, me sinceré con él y le dije que no había día en que no fuera testigo de denuncias de la inseguridad de la ciudad, como por ejemplo la llamada que recibió mi marido desde la cárcel, en la que supuestamente escuchó la voz de su hija, y que naturalmente se trataba de una extorsión, o el último asalto que había sufrido mi primo Fernando Tovar, en el cual le robaron la cartera, reloj y celular en plena luz del día, adelante de la calle 13 de Septiembre, datos que de inmediato apuntó en un cuaderno. Le comenté, igualmente, mi indignación por el asalto a la casa de Poniatowska.
Al escucharme de inmediato hizo venir a uno de sus asistentes, quien me mostró una carpeta con este caso en la que aparecía paso a paso lo que había ocurrido ese domingo. Vi algunas fotografías de dos siluetas muy diluidas, la de un joven y una mujer de cierta edad.
Se veían al entrar y al salir de la casa de la escritora; el muchacho con una mochila, que no llevaba cuando se introdujo en la vivienda de Elena, y a la señora se le ve que se sube a un coche. “Como la señora Poniatowska no tenía cámara en la puerta, ni tampoco sus vecinos, nada más pudimos ver la de una casa que estaba más alejada. Con una buena cámara, hubiéramos dado de inmediato con los responsables”, me explicó Omar (para ese momento ya nos hablábamos de tú).
“¿Por qué los de la 4T no se reúnen con la prensa? ¿Por qué no nos escuchan para poder establecer un diálogo más ciudadano y democrático?”, le pregunté. Omar estuvo de acuerdo en que así fuera. “Así como te escuché y me escuchaste, me gustaría encontrarme con Claudia Sheinbaum”, le comenté. Antes de despedirnos, me invitó a visitar su departamento cerrado a piedra y lodo, del cual prácticamente no sale nunca. Vi que vivía en un espacio muy pequeño y con una gran austeridad. Cero lujos, un mínimo confort y fotos de su abuelo, su padre, su madre bellísima y seis hijas de 18 a un año.
Si evoco la entrevista con Omar García Harfuch, siento confianza y optimismo por mi ciudad tan dañada. Me gustó conocerlo y platicar con él.