De memoria
Carlos Ferreyra Carrasco.
Con el paso del tiempo el ámbito periodístico ha cambiado. Se ha transformado para mal, disgregado, sin punto de unión o cada día más alejados los reporteros, que son sin discusión posible, el alma, el sustrato de los medios.
No hace mucho, desconocíamos las malhadadas redes, había centros de reunión de los informadores; los que enviaban sus notas al extranjero, los militantes de partidos o de tendencias filosóficas determinadas y los más, al amparo de una vocación celebraban sus triunfos o rumiaban sus fracasos en determinados lugares.
Siempre acompañados por sus iguales, sus compañeros o sus amigos. Lo eran todo a la vez.
En remotos tiempos, en el café La Habana coincidían dos gremios: el de orejas de Gobernación y los periodistas que se consideraban o eran militantes de una izquierda actuante. Los primeros se ubicaban entrando a la izquierda y los otros a la derecha. Se saludaban o se ignoraban con miradas de soslayo.
En épocas recientes y con la izquierda reconocida y legalizada, el centro de reunión se trasladó a la Librería Reforma de la adorable Angelita González Callado y su bien recordado esposo, Franklin Ramos Basterrechea.
Con una cafetería de precio modesto, los reporteros acudíamos a comer allí, mientras ojeábamos algún libro con la esperanza de hacerlo perdedizo. Esperábamos a los amigos con los que extendíamos la tarde intercambiando información o platicando simples avatares de la tarea del periodista.
Muchos otros se extraviaban en largas sesiones de dominó y por allí pasaban, entretanto, Pita Amor, Silva Herzog y otros destacados personajes de la vida pública nacional.
Allí recibimos Juan Ibarrola y yo la noticia del asesinato de Manuel Buendía, apenas a minutos de haberse cometido. Y la presencia en el lugar del crimen, del director de la DFS, Zorrilla.
La librería estaba donde hoy es el estacionamiento del hotel Meliá, en la esquina de Paseo de la Reforma y la calle de República, antes Juárez y más antes Ejido.
Muchos corresponsales extranjeros tomaron como sitio de reunión matutina para disfrutar café tipo cubano, La Calesa donde hicieron planes para el Premio Nobel de Luis Echeverría o su candidatura a la Secretaría General de la ONU. Cuestión de manejo informativo, sin visos de realidad, pero es que por entonces México no era noticia.
Al paso de los años y con el surgimiento de las redes, el internet y esas cosas diabólicas, se hizo innecesaria la presencia de los reporteros en las salas de redacción de los medios impresos. Casos hubo en que un periodista con varios años de trabajo no conocía, increíble, ni siquiera al jefe de Redacción y mucho menos a sus compañeros reporteros.
Proliferaron los periodistas de ocasión, los comentaristas cuya labor no era la de orientar a la opinión pública, como supuestamente actúan los analistas, sino de descalificar el trabajo de los informadores profesionales. Todo bajo el criterio de que los trabajadores de los medios no tenían la disciplina para investigar los temas que publicaban o publican.
También con el retintín de que, si hay una denuncia, “aporta las pruebas”, la descalificación inmediata de ignorante y el título de chayotero o vendido. Sin entender que el periodista no es ministerio público, su trabajo es denunciar y, bueno, corresponde a las autoridades dar seguimiento, investigar y en su caso castigar.
Hoy observamos a los periodistas desperdigados, sin una verdadera camiseta que presumir. Parando golpes y a veces entrando al contragolpe majadero, infame, que ha llevado a esta noble tarea al nivel de chisme de lavanderas.
Y de eso se han aprovechado los listos de siempre. La Cámara de Diputados, el Senado, organismos judiciales y hasta secretarías de Estado otorgando premios y reconocimientos a los que suponen periodistas; o sea, colgando medallitas y entregando diplomas a diestra y siniestra.
Lo que no obsta para que en su momento los propios legisladores cuestionen la labor de los informadores, y los incluyan en prácticas de las que ellos son propiciadores. Ejemplo: a reconocidos vividores de la información les cuelgan doctorados impuestos por centros de estudios desconocidos, pero avalados por el Congreso.
Tras el reconocimiento profesional de quienes han cumplido determinado número de años en el ejercicio periodístico, se desató una ola de organismos oficiales y gremiales que empezaron a entregar medallitas y placas certificando la antigüedad de los miembros de esas agrupaciones.
De méritos profesionales, muy poco. El Club de Periodistas en acto sublime, además de entregarle premio “nacional” a conocido payasito de la tele matutina, extendió las preseas hasta un total de 70 categorías y claro, siempre en primera fila los más importantes medios, léase la televisión.
Anoto el hecho de que el segundo oficio más antiguo del mundo, al decir de Manuel Buendía, ha decaído y al parecer y gracias a los diarios trompicones y agresiones matutinas no parece presentar un rostro saludable.
Explico: Buendía señalaba que el más antiguo oficio del mundo es ese que ya sabemos; algún chismoso difundió la noticia de las actividades de la señora en cuestión, dijo si cobraba o lo hacía por amor al arte y en fin, allí nació el periodismo…
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