Historia de la Migración en México II

**CON SINGULAR ALEGRÍA.

/ POR GILDA MONTAÑO /

El presidente revolucionario Álvaro Obregón declaró en 1920 que el país debía propiciar una política migratoria de puertas abiertas como vía de enriquecimiento del proyecto nacional emergente a partir de la Revolución Mexicana.

            La primera globalización económica mundial tuvo efecto a finales del siglo pasado y coincide con la plenitud del prolongado gobierno de Porfirio Díaz. La etapa del porfiriato representa el momento en que se establecen las bases del desarrollo capitalista, la construcción de vías férreas, de puertos, la modernización de la incipiente industria de la agricultura, la explotación de recursos naturales y de otra serie de bienes que requerían de financiamiento y técnica, pero principalmente de fuerza capacitada. Para lograr todo esto fue necesario que las dos últimas décadas del siglo xix se convirtieran en una época de atracción a los inmigrantes procedentes de Europa: sobre todo ingleses, franceses, e italianos, en un flujo persistente.

            En forma paralela al establecimiento de estos grupos, se presentaron otras inmigraciones, como las de libaneses, israelitas y chinos que completarían las actividades industriales y agrícolas.

 

            El gobierno mexicano registró por primera vez la entrada de libaneses al país, en 1898. El primer trabajo que ejercieron fue el de comerciantes, y tras de dispersarse hacia el interior del país contribuyeron de manera importante al desarrollo del mercado interno para los productos derivados de la actividad industrial primero incipiente y después en expansión.

            Aún cuando ya habían hecho aportaciones significativas a la sociedad mexicana en el siglo XIX, no fue sino hasta 1912 que se organizó la sociedad Monte Sinaí formada por un pequeño grupo de inmigrantes del oriente cercano y de Europa meridional. Para 1918 se inicia la inmigración más fuerte de israelitas provenientes de Europa Central y Oriental, donde la crisis económica provocada por la Primera Guerra Mundial los determina a abandonar sus lugares de origen. Esta corriente cobra fuerza cuantitativa y cualitativa por lo que hace a su presencia en la vida económica, profesional y social del país a raíz, sobre todo, de los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. La comunidad israelita ha registrado un alto grado de integración efectiva a la sociedad mexicana.

 
A  principios del siglo XX  el cuidado que tuvo el gobierno para fomentar las colonizaciones dejó sus huellas. México necesitaba gente y fuerza de trabajo especializada.  En ese momento lo que sobraba eran riquezas naturales. Los bienes de nuestra tierra eran muchos y se requería de brazos e inteligencias que nos ayudaran a trabajarla.

El reconocimiento del gobierno de Obregón y después el acuerdo Calles-Monrow permitieron que los inmigrantes adquirieran bienes rústicos y urbanos, conforme a plazos y condiciones previstos.

 

            Durante el gobierno cardenista se precisaron aquellas actividades profesionales que se consideraban necesarias como apoyo al progreso económico y social del país.

A partir de 1936, con la rebelión de las tropas franquistas españolas que dio origen a la guerra civil española, se iniciaron una serie de conflictos que ensangrentaron a Europa por casi una década. Muchos europeos vieron como única opción la emigración a América.      En 1939, con el recibimiento de los republicanos españoles, México comenzó una política migratoria cada vez más abierta, por razones humanitarias. Esta continuaría con la emigración israelita y la europea en general.  El nombre de México fue sinónimo en Europa de humanismo y refugio, de libertad, terreno fértil y un horizonte prometedor. A la vez, esas corrientes migratorias fueron reconocidas como fuente de una enorme riqueza intelectual y cultural, en sentido amplio, que incidieron en la formación de mexicanos ilustres. De manera eminente, el Ateneo Español de México fue fundado a fines de 1948 y aglutinó a varios de los transterrados del exilio republicano en torno a un proyecto cultural progresista. Habría que destacar que, a partir de la labor llevada a cabo por los intelectuales y académicos del exilio republicano español, se crearon 11 colegios e instituciones de enseñanza específica, a la vez que se manifestaron logros perdurables a raíz de ella en los centros de estudios superiores del país.

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