/ Enrique Krauze /
Luis Echeverría cumple cien años el próximo 17 de enero. Hasta hace poco, el veredicto sobre su gestión parecía definitivo: su “apertura democrática” cerró el sistema político y reprimió la libertad de expresión. Su “desarrollo compartido” despilfarró los recursos públicos en inversiones improductivas, desalentó la inversión privada, sextuplicó la burocracia, desembocó en el estancamiento y la inflación. Pero la historia nunca cierra sus expedientes. Una sorpresiva variante de su “estilo personal de gobernar” obliga a recordar aquel sexenio. A mi juicio, lo mejor es hacerlo a través de la obra de dos críticos que lo enfrentaron con valor, razones y datos objetivos: Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas. Acá unos apuntes.
Zaid nunca creyó en la “apertura democrática”. Tras la matanza del Jueves de Corpus (10 de junio de 1971), Echeverría culpó a las “fuerzas oscuras” que conspiraban en su contra y prometió una investigación inmediata. Carlos Fuentes advirtió que no apoyar al presidente era “un crimen histórico”. Zaid replicó con un texto de siete palabras: “El único criminal histórico es Luis Echeverría”. Un año después conminó a Fuentes en una carta pública a que planteara a su amigo Echeverría un plazo, el que quisiera, para llevar a cabo aquella investigación, o le retirara su apoyo. La investigación nunca se hizo. La apertura era una farsa. Fuentes aceptó la embajada en París. Zaid continuó su tarea crítica en la revista Plural.
A partir de 1973, cuando Echeverría decretó que “la economía se maneja desde Los Pinos”, Zaid demostró con cifras el error -ese sí, histórico- que implicaba abandonar la tradición centenaria de mantener separada a la Secretaría de Hacienda del poder político. La salida para México, por el contrario, consistía en restar poder al presidente, fortalecer la independencia del Legislativo, descentralizar la economía, favorecer la vía de las exportaciones y la libertad de empresa, instrumentar una política social de apoyo a los más necesitados alentando su autonomía -no su obediencia- mediante una oferta de medios de producción pertinente a sus necesidades concretas. Nada de eso se hizo. Para los acólitos en el PRI y en sectores de la izquierda integrada al régimen, “lo revolucionario era que todo pasara a depender de una sola voluntad omnipotente, patriótica, radical, generosa, incorruptible, sabia y redentora del pueblo”. Dos libros recogen el diagnóstico de Zaid sobre aquel sexenio y los siguientes: El progreso improductivo y La economía presidencial. No han perdido vigencia.
Desde 1971 visité con frecuencia a don Daniel Cosío Villegas. Fue emocionante verlo actuar en la vida pública. Era una cátedra viva de republicanismo en un entorno de monarquía absoluta y una clase de liberalismo en una atmósfera adversa a las libertades. En sus artículos en Excélsior y sus ensayos en Plural, sus lectores entendimos la importancia del debate respetuoso y razonado para la vida pública. Un día me dijo: “He decidido exiliarme”, mostrándome el inmundo libelo que el gobierno de Echeverría había puesto a circular contra él. Pero no se dejó intimidar. Escribió El estilo personal de gobernar, que vendió cerca de cien mil ejemplares. Pintaba al presidente como el rey de la fábula: desnudo en sus decisiones irresponsables y erráticas, su cerrazón ideológica, su monomanía, su megalomanía, sus ensueños de liderazgo mundial, su necesidad fisiológica de predicar y su intolerancia: “Echeverría está convencido de que, quizás como ninguno otro presidente revolucionario, se desvive literalmente por hacer el bien a México y los mexicanos. De allí salta a creer que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones”. El libro Crítica del poder recoge los textos de don Daniel en ese tramo final de su vida. Hay que reeditarlo.
En el número dos de la revista Vuelta (enero de 1977) Zaid publicó “El 18 Brumario de Luis Echeverría”. Termina con esta frase: “en vez de usar los poderes que tuvo para servir al país, los reinvirtió en adquirir más poder: se dedicó apasionadamente a hacer crecer la silla presidencial, hasta que le quedó grande”.
En el último número de Plural (julio de 1976) apareció un ensayo póstumo de Cosío Villegas sobre la sucesión de Echeverría. Contiene esta frase: “por esa sed insaciable de poder y por su temperamento personal, Echeverría ha terminado por creerse un Mesías, es decir, el escogido por Dios para revelar al mundo la Verdad”.