De reversa

/ Carlos Elizondo Mayer-Serra /

Me llegó por WhatsApp un ranking de las economías del mundo. En el 2020, México era la número 16, con un PIB de 1.04 billones (en español) de dólares. La economía de Texas era ese año 70 por ciento más grande que la nuestra.

Desde el año 2007 nuestra economía llegó al billón de dólares. Nuestra población era de 108 millones. En el 2020 éramos 126 millones. Entonces, en Estados Unidos había 12 millones de mexicanos y enviaban 26 mil millones de dólares en remesas. Ahora hay 39 millones de compatriotas. Envían 40 mil millones. No mandan más dinero que antes. Cada vez hay más mexicanos viviendo en Estados Unidos.

En el año 2001 la economía de México era la número 8, de ahí fue descendiendo poco a poco. En el 2018 nuestro PIB era de 1.22 billones de dólares y éramos ya la economía número 16. La reversa lleva tiempo.

De acuerdo con la teoría económica, con las políticas públicas adecuadas, el país más pobre debería crecer más, para ir convergiendo con el de mayor riqueza. Así lo hizo España respecto a Francia. México va de reversa: se aleja de Canadá, país que tenía un PIB de 1.4 millones de dólares en 2007 y de 1.6 en el 2020.

Como lo ha sostenido Luis Rubio, para Canadá la firma del TLCAN fue el punto de partida de una serie de reformas para hacer su economía más competitiva. En México, fue el punto de llegada. Por 20 años, se hizo poco para poder crecer más. Las reformas profundas vendrían hasta el 2014, pero se han ido desmantelando en este gobierno.

AMLO acierta en mantener la estabilidad macroeconómica. Podría estar improvisando en política monetaria, como Erdogan en Turquía, quien ha tomado control del Banco Central. Pero no es suficiente. Ni siquiera es que estemos creciendo menos porque hay medidas distributivas que disminuyen el número de pobres. Éstos son más numerosos que en el 2018.

Durante una conferencia en 1986, Ronald Reagan dijo que las nueve palabras más terroríficas en inglés, traducidas al español, son: “Yo soy del gobierno, y estoy aquí para ayudar”. En México, el concepto de un gobierno que ayuda es difícil de entender, salvo para quienes están conectados con la administración en turno.

Nuestro gobierno no hace bien lo fundamental, como proveer la seguridad pública. Tampoco educación ni servicios de salud de calidad. Peor aún, en general estorba, desde interpretar de forma arbitraria la ley, hasta modificarla sin entender bien sus implicaciones. Las empresas y los individuos gastan tiempo y capital enfrentando regulaciones gubernamentales muchas veces absurdas, improvisadas o de mala fe.

En materia eléctrica se encuentra el más triste ejemplo. En lugar de estar estimulando la inversión en un sector decisivo para el crecimiento futuro, la frenan. En lugar de diseñar políticas para tener una electricidad limpia y a menor precio, se quema combustóleo en viejas y caras plantas de la CFE.

Gracias al TLCAN, uno de los sectores de mayor crecimiento había sido el automotriz. Fue posible por una serie de políticas que hicieron atractivo nuestro país. Pero hasta en el sector automotriz y la manufactura en general el crecimiento ha perdido fuerza, mientras que en otros países manufactureros hay una importante expansión. Sin electricidad limpia, accesible y a buen precio, no tendremos la posibilidad de subirnos al boom de manufactura de autos eléctricos ni a muchas de las oportunidades por la relocalización de la inversión manufacturera.

La popularidad de AMLO lo protege de los costos políticos del estancamiento económico. Ese fenómeno le permite afirmar que vamos muy bien y centrar el debate en temas ideológicos, como la estatización del sector eléctrico.

La mera promesa de estatizar el sector energético ya ha sido un freno adicional al crecimiento. Si se aprobara la reforma eléctrica, lo terminaría por liquidar. La reversa sería más veloz y dejaríamos de ser una economía de un billón de dólares.