Cinco historias de terror de Gabriel García Márquez para leer en Halloween

Redacción Centro Gabo-

Con el tiempo, muchos de estos recuerdos de ultratumba serían trasladados por el escritor a varios de sus reportajes, cuentos y novelas, de modo que la fantasmagoría, el mundo de las brujas y la adivinación terminarían desempeñando un papel protagónico en sus historias.

En el Centro Gabo compartimos contigo cinco relatos de terror en los que García Márquez se interna en el universo de los encantamientos, thrillers sicológicos, almas en pena y asesinatos a sangre fría:

1. Espantos de agosto

Incluido dentro de los Doce cuentos peregrinos, “Espantos de agosto” relata la historia de una familia que pasa la noche en un castillo embrujado en la campiña toscana. De acuerdo con su actual morador, el escritor Miguel Otero Silva, en la segunda planta de ese castillo ronda el fantasma de Ludovico, el dueño original de la propiedad, quien siglos atrás apuñaló a su esposa en el lecho donde acababan de amarse y luego se suicidó azuzando a sus perros de presa para que lo despedazaran. A los nuevos inquilinos les toca convivir con los eventos paranormales producidos por aquella alma en pena-

Estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. “Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

2. La Marquesita de la Sierpe

Se trata de una leyenda en el sureste del departamento de Bolívar que García Márquez contó en un reportaje para El Espectador. Está repleta de brujería, pactos con el diablo, oraciones sobrenaturales y maleficios demoníacos. Su historia gira en torno a La Marquesita, una matrona poderosa que beneficia o maldice a los habitantes de la Sierpe según se comporten. En la región creen en ella como si se tratara de una santa y la adoran con la misma devoción católica que se le tiene a la virgen y a los ángeles. El segundo día de noviembre, en años no bisiestos, es posible acceder a una fortuna de calabazos de oro cruzando una ciénaga embrujada en los dominios diabólicos de La Marquesita.

La Marquesita era admirada, respetada y servida porque conocía todas las oraciones secretas para hacer el bien y el mal; para levantar del lecho a un moribundo no conociendo de él nada más que la descripción de su físico y el lugar preciso de su residencia; o para enviar a una serpiente a través de los tremedales, a que seis días después diera muerte a un enemigo determinado.(…)

La Marquesita podía estar en diferentes lugares a la vez, caminar sobre las aguas y llamar desde su casa a una persona, en cualquier lugar de La Sierpe en que ésta se encontrara. Lo único que no podía hacer era resucitar a los muertos, porque el alma de los muertos no le pertenecía. “La Marquesita tenía pacto con el diablo”, explican en La Sierpe.

3. El último viaje del buque fantasma

Publicado por primera vez en septiembre de 1971, “El último viaje del buque fantasma” cuenta la historia de una persona en un pueblo del Caribe que cada año, durante una madrugada de marzo, ve pasar por la bahía un trasatlántico fantasmal. Como los habitantes no le creen, este personaje se empeñará en guiar al buque hasta las orillas del pueblo. El barco tiene un nombre en húngaro, halalcsillag, que traducido al español significa “Estrella de la muerte”.

La respiración del agua se iba volviendo triste, y así remaba tan ensimismado que no supo de dónde le llegó de pronto un pavoroso aliento de tiburón ni por qué la noche se hizo densa como si las estrellas se hubieran muerto de repente, y era que el trasatlántico estaba allí con todo su tamaño inconcebible, madre, más grande que cualquier otra cosa grande en el mundo y más oscuro que cualquier otra cosa oscura de la tierra o del agua, trescientas mil toneladas de olor de tiburón pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del precipicio de acero, sin una sola luz en los infinitos ojos de buey, sin un suspiro en las máquinas, sin un alma, y llevando consigo su propio ámbito de silencio, su propio cielo vacío, su propio aire muerto, su tiempo parado, su mar errante en el que flotaba un mundo entero de animales ahogados…

4. Sólo vine a hablar por teléfono.

Escrito como una metáfora de los horrores causados por la incomunicación, “Sólo vine a hablar por teléfono” también puede leerse como un thriller sicológico emparentado con películas como One Flew Over the Cuckoo’s Nest (“Atrapado sin salida”, en Hispanoamérica) y Shutter Island (“La isla siniestra”). La historia la protagoniza María de la Luz Cervantes quien, en una tarde lluviosa, termina refugiándose en un autobús que la conduce hacia un hospital de enfermas mentales en donde es internada por culpa de un malentendido. Se trata de un texto lleno de ansiedad y desesperación en el que la locura triunfa absurdamente sobre la cordura.

No tuvieron tiempo de sentarse. Ahogándose en lágrimas, María le contó las miserias del claustro, la barbarie de las guardianas, la comida de perros, las noches interminables sin cerrar los ojos por el terror.

– Ya no sé cuántos días llevo aquí, o meses o años, pero sé que cada uno ha sido peor que el otro –dijo, y suspiró con el alma–: Creo que nunca volveré a ser la misma.

– Ahora todo eso pasó –dijo él, acariciándole con la yema de los dedos las cicatrices recientes de la cara–. Yo seguiré viniendo todos los sábados. Y más si el director me lo permite. Ya verás que todo va a salir muy bien.

Ella fijó en los ojos de él sus ojos aterrados. Saturno intentó sus artes de salón. Le contó, en el tono pueril de las grandes mentiras, una versión dulcificada de los propósitos del médico. “En síntesis”, concluyó, “aún te faltan algunos días para estar recuperada por completo”. María entendió la verdad.

– ¡Por Dios, conejo! –dijo atónita–. No me digas que tú también crees que estoy loca!

– ¡Cómo se te ocurre! -dijo él, tratando de reír-. Lo que pasa es que será mucho más conveniente para todos que sigas un tiempo aquí. En mejores condiciones, por supuesto.

– ¡Pero si ya te dije que solo vine a hablar por teléfono! –dijo María.

Él no supo cómo reaccionar ante la obsesión temible. Miró a Herculina. Ésta aprovechó la mirada para indicarle en su reloj de pulso que era tiempo de terminar la visita. María interceptó la señal, miró hacia atrás, y vio a Herculina en la tensión del asalto inminente. Entonces se aferró al cuello de su marido gritando como una verdadera loca. Él se la quitó de encima con tanto amor como pudo, y la dejó a merced de Herculina, que le saltó por la espalda. Sin darle tiempo para reaccionar le aplicó una llave con la mano izquierda, le pasó el otro brazo de hierro alrededor del cuello, y le gritó a Saturno el Mago:

– ¡Váyase!

Saturno huyó despavorido.

5. El verano feliz de la señora Forbes

Publicado en los Doce cuentos peregrinos, “El verano feliz de la señora Forbes” se ambienta en la isla Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia, y narra la tensión entre dos hermanos latinoamericanos y la señora Forbes, una depresiva y estricta institutriz de origen alemán. Cansados de su régimen disciplinario, los hermanos planean –con sangre fría– el envenenamiento de la institutriz. Si la muerte de esa mujer se da en otras circunstancias, es por la repentina irrupción de un enamorado que le asesta veintisiete puñaladas mortales.

Se encerró en su cuarto desde las siete. Pero antes de la media noche, cuando ya nos suponía dormidos, la vimos pasar con el camisón de colegiala y llevando para el dormitorio medio pastel de chocolate y la botella con más de cuatro dedos del vino envenenado. Sentí un temblor de lástima.

– Pobre señora Forbes –dije. Mi hermano no respiraba en paz.

– Pobres nosotros si no se muere esta noche –dijo.

Aquella madrugada volvió a hablar sola por un largo rato, declamó a Schiller a grandes voces, inspirada por una locura frenética, y culminó con un grito final que ocupó todo el ámbito de la casa. Luego suspiró muchas veces hasta el fondo del alma y sucumbió con un silbido triste y continuo como el de una barca a la deriva. Cuando despertamos, todavía agotados por la tensión de la vigilia, el sol se metía a cuchilladas por las persianas, pero la casa parecía sumergida en un estanque.

Entonces caímos en la cuenta de que iban a ser las diez y no habíamos sido despertados por la rutina matinal de la señora Forbes. No oímos el desagüe del retrete a las ocho, ni el grifo del lavabo, ni el ruido de las persianas, ni las herraduras de las botas y los tres golpes mortales en la puerta con la palma de su mano de negrero. Mi hermano puso la oreja contra el muro, retuvo el aliento para percibir la mínima señal de vida en el cuarto contiguo, y al final exhaló un suspiro de liberación.

– ¡Ya está! –dijo–. Lo único que se oye es el mar.

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