Maternidades mudas

Daniela Cardona Gómez, directora ejecutiva del Centro de Estudios Estanislao Zuleta, nos comparte una crítica del relato dominante sobre la maternidad, que enaltece el sacrificio y propaga el mito de la mujer-madre que, según su reflexión, es incansable, perfecta, no-humana. Un asunto a meditar en tiempos de celebración del día de las madres en Colombia y en varios países latinoamericanos.

Daniela Cardona Gómez

Muchos de los mensajes y las palabras que a simple vista se presentan como los más bellos y enaltecedores, están invadidos de ideas opresoras, injustas y nocivas. Detrás de unos y otras, sin saberlo o sin quererlo saber, se esconden las realidades más cuestionables. Una situación particular —una de mujer— nos ilustra esto, nos pone ante esos juegos de palabras, que no ocultan sino que configuran una realidad con la cual, para lamento de algunos, sobre todo de algunas, muchos se sienten identificados. Recientemente nuestro calendario —que marca fechas para recordar o para olvidar— nos trajo de nuevo aquello que se ha dado en llamar la celebración del día de las madres. Un día bastante propicio para que se hagan escuchar ese tipo de mensajes, que aturden de tanto adular: «Mi madre es tan buena como un ángel», «Nuestras madres, aquellas mujeres que hacen lo imposible para dar todo por nosotros», «Gracias por la paciencia infinita y el amor incondicional de las madres», «El amor y los cuidados de una madre no tienen límites». Quienes los dicen quedan en paz con su conciencia, pues se han sumado a las voces de un reconocimiento hegemónico patriarcal, que no ve a la humana que ha debido olvidarse de sí, perderse en esa forma de la maternidad; la que, a su vez, ha monopolizado la definición de lo femenino.

Una maternidad que sacrifica una existencia y un proyecto propio, porque importa es el proyecto que se delinea con la nueva vida que ha llegado al mundo; una maternidad que desgasta física y psíquicamente a la mujer-madre porque debe cuidar y amar sin límites; una maternidad pura bondad que debe acallar las amarguras y enojos de la mujer insatisfecha; una maternidad que absorbe el tiempo de la mujer en el trabajo de los cuidados, en la entrega completa a sus hijos; una maternidad que sigue propagando el mito de la mujer incansable, perfecta, no-humana. En esos mensajes triunfan la naturaleza y el catolicismo (con su aplastante modelo de mujer y madre basado en la Virgen María), y se siguen reproduciendo los sentidos binarios del patriarcado: la mujer-madre ha de estar de espaldas a construir una existencia propia, que se crea en el abanico de posibilidades que ofrece el mundo; el hijo, el hombre, han de jugarse su destino más allá de los muros del ámbito privado.

A la mujer-madre que ha penetrado el mundo de lo público, se le sigue exigiendo moverse en ese binarismo; si ha ido al mundo es sólo para retornar con más dádivas al hogar. La humanidad si bien ha aprendido a controlar la natalidad, desligando la sexualidad de la reproducción, no ha fracturado del todo, a nivel ideológico, la ecuación mujer=madre=naturaleza. A la mujer que no es madre se le exige encarnar los valores de la feminidad patriarcal (abnegación, sumisión, servicio, cuidado, etc.), como si fueran una esencia suya, en los diferentes espacios que habita; a la que es madre se le quiere retornar taxativamente, como diría Simone de Beauvoir en su valioso libro El segundo sexo, a la servidumbre de la especie. Dirán los voceros del discurso opresor: «Si la naturaleza ha dotado a la hembra humana de la capacidad reproductora, esa capacidad debe traducirse al ejercicio sin límites y reproches del cuidado de la vida. Si la madre está dotada de las cualidades femeninas, entonces está llamada a renunciar a su propia existencia y darse toda a su progenie».

La celebración del mito de la mujer-madre, que cínicamente las saca un día de la cocina, de la limpieza de la casa, de los límites del mundo privado, sumado a los mensajes que acompañaron tal festejo, circulando por WhatsApps, por cartelitos de colores, en cartas inauténticas, en propagandas que rinden culto a la voz dominante, no hicieron otra cosa que redimir, por un año más, la conciencia de hijos y padres, la conciencia de una sociedad inmersa en una masculinidad hegemónica, que aún no tiene el coraje para develar del todo las infamias que se esconden detrás de su idea de amor materno.

Una de las infamias que esconde es el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. El documento Cuenta Satélite de Economía del Cuidado, publicado el 30 de agosto de 2018, acatando lo expuesto en la Ley 1413 de 2010, evidencia en sus estadísticas de manera alarmante como las mujeres en Colombia siguen asumiendo la mayor cantidad de este tipo de trabajo; por dar sólo un ejemplo: el porcentaje de tiempo de dedicación anual al suministro de alimentos es del 87,0%, por parte de las mujeres y del 13% por parte de los hombres. Cualquiera sea la variable de la economía del cuidado (limpieza y mantenimiento del hogar, mantenimiento de vestuario, etc.) que se tome, y cualquiera sea el cruce que se haga de ésta, por ejemplo con la edad de las mujeres, su nivel de estudios, los tipos de familia a los que pertenecen, son ellas las que dedican mayor tiempo al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, reproduciéndose así la figura de la madre confinada exclusivamente a este tipo de trabajo y la figura de la madre aplastada por la doble jornada de trabajo. No escapa al mito de la feminidad ni a la opresión de género la mujer que no es madre. Y qué bien se sirve el capitalismo de ese mito que al enaltecer subyuga: el mismo documento arroja para el 2017 la no menospreciable cifra de 185.722 billones de pesos del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. El capital no sólo ha sabido explotar al proletariado consumiendo su fuerza de trabajo, sino a esas mujeres de la economía del cuidado que aumentan las ganancias de la clase dominante en tanto el valor que ellas incorporan en la reproducción de esas fuerzas de trabajo, no es pago. Del mito de la feminidad y de la idea de un amor materno que lo da todo, se han servido, además, los gobiernos que no titubean en el recorte de la inversión social y que no despliegan acciones contundentes para generar políticas que reconozcan monetariamente ese trabajo en mención, que distribuyan las tareas de los cuidados o que hagan de éstas una responsabilidad no sólo de las familias sino del Estado. Mientras más se atente contra los derechos sociales más opresión habrá sobre las mujeres . Admirable, sin embargo, han sido las luchas de las feministas que han alzado la voz en contra de este orden de cosas, y que hoy tienen temblando, por los movimientos estructurales que pueden llegar a ocasionarse, a los defensores de la discriminación de las mujeres.

El día de las madres que recién se ha celebrado oculta esta explotación, así como la idea de que la mujer no encuentra necesariamente su realización en el ser madre. La queja de la mujer-madre por sus deseos insatisfechos se enmudece en el ruido de la fiesta patriarcal. Ningún ser humano puede realizarse en la unilateralidad, en la entrega a los cuidados de un hijo, pues éste no responde a la multiplicidad que contiene la vida: más allá de él está el ejercicio de la ciudadanía, la participación en una causa social, la amistad, el amor pasional, la relación con el conocimiento, la ejecución de otros tipos de trabajo. Dar vida no es igual a forjar un proyecto existencial propio: el hijo puede hacer parte de éste, pero no es el proyecto mismo; éste ha de hacerse de cara al deseo, al mundo y sus posibilidades . Una vida que se hace en función de la vida de otro, puede terminar cocinando el odio más amargo por aquel con quien se ha generado el lazo de dependencia. Mucho tiempo aún falta para que la celebración del día de las madres celebre unas maternidades libres, que amen desde la libertad: reconocidas por la amplitud de su proyecto vital y no porque negaron el mismo, en tanto se sacrificaron por un hijo y por una familia. * Mujeres Confiar