/ Soledad Jarquín Edgar /
SemMéxico.- Las movilizaciones de protesta de las jóvenes feministas tienen una razón profunda, son ellas las niñas y las jóvenes, las que más desaparecen, a las que más asesinan, a las que más violan…
Además, son ellas, muchas profesionales en formación, las que viven hoy –insisto mayoritariamente- el acoso en la escuela, la calle y hasta en sus casas, una violencia dramática que no escapa de ser también una realidad en las redes sociales, donde la misoginia es el hilo conductor.
Son ellas las que pintan, rompen y queman muy hartas de cada minuto de su vida en la que un hombre las ha violentado. Muchas generaciones atrás no lo entendimos o lo entendimos tarde, se pensó que eso era la costumbre y que a ellos, los machos, se les permitía o peor aún era su derecho. Así aguantaron la rabia y mordieron su silencio y no es que antes la violencia feminicida en todas sus expresiones no sucediera, no, siempre pasó.
La semana pasada cuando se presentó en el Senado la iniciativa de reforma “sin consentimiento es violación” #NoEsNo, se dieron a conocer cifras que la verdad, deberían indignarnos en grado máximo. Casi la mitad de las mexicanas en algún momento de su vida declararon haber vivido un acto de violencia sexual. Peor todavía, cuando vemos que más de un tercio de las mujeres que sufrieron violencia sexual no denunciaron y las “razones” son las que perduran a lo largo de la historia humana: vergüenza, amenazas o porque nadie les iba a creer.
Hoy muchas jóvenes dicen no a cualquier tipo de violencia, pero seguimos viendo que las desaparecen o las violan sexualmente y aclaro no es que salgan a protestar porque todas hayan pasado por una historia semejante. Lo hacen para darle voz a las que ya no están mujeres que conocieron, fueron sus amigas, compañeras en la escuela, sus vecinas o no las conocían, pero les duelen igual, es su miedo, su indignación y su rabia la que les dice que deben salir a la calle y protestar.
La mexicana es una sociedad que las mira, pero no toda la sociedad actúa, nos falta mucho para entender sus protestas, un ejemplo son los millones de comentarios que surgen a diario en las redes sociales. A las que protestan les dicen “violentas”, agresivas, vándalas. A las que asesinan o no vuelven a casa se les cuestiona por salir de noche, por vestir de una manera “provocativa”, por reírse demasiado, por locas. Se les culpabiliza como sociedad y también desde las instituciones.
Cuando lo que tenemos que cuestionar es esta estructura de poder social, donde las mujeres seguimos estando aprisionadas en un marco de limitadas libertades y donde los hombres siguen creyendo que una mujer sola es objeto de cualquier tipo de violencia, es un divertimento adquirido, así se les enseñó, sea de día o de noche, estén en la calle o en sus hogares. No es la ropa, no es el lugar, no es el clima… No somos las mujeres es la cultura social, patriarcalizada, la del poder infinito de los hombres, la que las limita y les roba la vida.
¿Cuál es la respuesta? La social que mira una protesta y la ve pasar; la que observa cómo policías, como sucedió este domingo en Irapuato, las agrede físicamente y no hace nada para detener el mandato patriarcal de someterlas a base de golpes y luego detenerlas, porque protestaron y en su protesta quemaron una propiedad del gobierno municipal, “el palacio municipal” símbolo del poder, una pared, unas ventanas y una puerta. Eso tiene más valor que lo que ellas claman ¡No más desaparecidas, no más feminicidios!
No somos un país que responda. Las instituciones acumulan miles de expedientes de mujeres que salieron a la escuela, a dejar a sus hijos, a trabajar o buscar un trabajo, a divertirse y nunca volvieron, muchas son asesinadas.
Las carpetas de investigación no avanzan, nadie tiene el interés de hacer cumplir la ley, hay impunidad de sobra en México y por paradójico que parezca nadie castiga a las y los funcionarios que no cumplen con su responsabilidad. Se protege a victimarios, criminales, bandas de delincuentes de narcos o de trata, feminicidas, violadores y a funcionarios incapaces, cómplices. De ello hay cientos de ejemplos, familias que denuncian el actuar de ministerios públicos, fiscales, jueces, gobernadores compinches de amigos carniceros de humanas y hasta un presidente que no centra su mirada en el problema y que sostiene que para evitar la violencia hay que volver a las mujeres a sus casas. Pero no sabe que el hogar tampoco es seguro. ¡Es la estructura social desigual señor presidente!
El país entero se ha dicho es una fosa común para las mujeres. Esa es una expresión certera, real, demostrable. La respuesta del Estado es someter a las jóvenes, ahí está Irapuato. Ese es el ejemplo más reciente, 30 jóvenes fueron detenidas, sobra decir, con lujo de violencia.
No lo duden, quizá para ellas la aplicación de la justicia sea “pronta y expedita” pero en su contra, como no lo ha sido para miles de mujeres asesinadas o desaparecidas en este país. Hoy supimos del reclamo de María Patricia Becerril Gómez, madre de la Dra. Zyanya Figueroa Becerril, asesinada en Puebla el 15 de mayo de 2018, y donde para variar y no perder la costumbre, las investigaciones carecieron de perspectiva de género, por el contrario, la Fiscalía ha obstaculizado el acceso a la justicia. Les sonará conocido, sí, porque esa impunidad es un problema generalizado en México. Uno al que las familias de las víctimas de feminicidio, como las jóvenes que denuncian violencia y protestan en las calles, se niegan a aceptar.
Así de simple.