Miguel López Azuara.

CON SINGULAR ALEGRÍA

/ POR GILDA MONTAÑO /

Conocí a don Miguel López Azuara, –el mejor comunicador social y periodista que ha habido en mi país, que yo recuerde–, hace más de 52 años. Yo iba en primero de facultad y el otro Miguel, Miguel con Ángel, –Granados Chapa– era mi maestro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Entre los dos, hacían la página editorial del mejor periódico que había en ese tiempo: Excélsior, “el periódico de la vida nacional”. Julio Sherer García, era su único jefe.

La UNAM, estaba muy lejos de mi casa: en la calle de Reforma y Cuauhtémoc y para mí ir allá, era la locura. Tenía que tomar, como tres trolebuses. Pero llegué a ver a mi maestro. Yo estaba muy enojada: no me había puesto el diez, que yo creí que me merecía, y entonces, iba a pelearme con él. ¿Usted lo cree? Bueno, Granados Chapa no me corrió porque se ha de haber muerto de risa. Yo tenía apenas 18 años, e ir de sopetón, –después de asistir a una escuela de monjas–, a la universidad de mi país, de mis padres, y la mejor ranqueada de América Latina, era algo muy diferente para mí.

De repente, entró a la oficina de Granados Chapa, el extraordinario don Miguel. Me vio y mi maestro le dijo: el papá de Gilda escribió la columna “Cuando Eva Habla”, en la 2ª. sección de Últimas Noticias, durante varios años. ¿Miguel Ángel Montaño, fue tu padre?, qué extraño mundo, también fue mi amigo. Tienes una madre muy bella. Y a partir de allí comenzó una entrañable amistad con él. No sé si porque me tenía, así como un peculiar sentido de afecto, pues mi padre había muerto diez años antes, o porque me veía muy joven, muy sonsa y aguerrida; o porque quiso bien a mi padre. O todo junto.

Me casé, lo invité. Nació mi hijo y él nos convidaba seguido a Tlalpan a su casa, con su esposa No. 2. Conocí a sus hijos: Enrique, Miguel y Norma. Y luego vino Constanza. Muchos años y anécdotas, puedo platicarles de mi relación inteligente, y genuina con don Miguel. Considero, que de los hombres más inteligentes y enterados de lo que había pasado, estaba pasando y pasaría en el mundo, uno era él y otro era sin duda, Ignacio Pichardo Pagaza. Uno era periodista, el otro administrador público y estadista. Fueron grandes amigos.

Siguió conmigo todos los lugares en donde estuve trabajando, y me orientaba, me decía qué hacer, cómo y por dónde. Cosa que de plano yo no sabía, y el, que se conocía a todo el mundo, podía medir y apoyar en las circunstancias de cómo lograr desenredar la madeja más torcida. ¡Cómo me orientó y me ayudó!

Recuerdo que yo estaba en Jalapa, con su esposa 3, el día que asesinaron a Colosio. El era el Director General de Comunicación Social de la Presidencia de la República. Que difícil la pasó. Se regresó a México ipso-facto y desde allí jaló todos los hilos. Esos que siguen volando.

Viajó por todos lados del mundo. Fue editor de los libros de la Secretaría de Educación Pública; de la revista, del mejor partido que hubo alguna vez en la vida: el PRI, (aún recuerdo cuando salió la primera revista, que Beatriz Paredes era la presidenta del CEN del PRI, y al único que le hizo caso fue a él); se fue con Sherer, del brazo, con gran galanura, cuando Echeverría los corrió; fundó los periódicos y la revista que conocemos; fue el comunicador social de su estado; auxilio a Otto Granados, con la comunicación social de Carlos Salinas en la Presidencia. Estuvo en relaciones Exteriores, y en la Cámara de Diputados. Siempre como director general de comunicación social.

Me acompañó mucho en la vida. Hace poco menos de cinco años, inventé reunir a mis cuatro queridos amigos, comunicadores sociales todos, de grandes alas, a que desayunáramos una vez al mes. Por supuesto, allí estaba don Miguel, Carlos Reta, Jorge Herrera Valenzuela, y al final, pedí a Norma Meraz que nos acompañara. Invitamos a muchas personas de excelencia.

Vino la pandemia, y ya no se pudo hacer nada más. Cuando su adorado hijo Miguel se cayó de un segundo piso, se fue volado a Tuxpan, en donde su padre le había dejado un rancho enorme, a procurarlo y estar cerca de él. Nunca quiso regresar a la Cdmx. Era muy feliz en su tierra. A pocos seres humanos, he visto estar tan informados. Ser tan analíticos, y ver la vida con la frecuencia al tope, para poder descifrarla.

Ayer soñé con él toda la noche. Y temprano le hablé por teléfono. Don Miguel, estudia en este momento por Duolingo sus lecciones de alemán. Vamos, sabe ya francés e inglés. Está cerca de su hijo que bendito Dios ahora está más que bien y que lo cuida, como si fuera de oro.

Tengo ganas de verlo. De decirle de nuevo: gracias, y te quiero. Será más que pronto. Darle un beso en la frente, y agradecerle de corazón su vida. Será.