/ Por Inocencio Yáñez Vicencio. /
Nadie puede escapar de dejar de comentar las enfermedades de Amlo. Claro que es muy preocupante que tengamos un presidente que está enfermo del corazón, de la tiroides, de su presión arterial, pero en este caso eso no es lo importante sino que lo haya ocultado por tanto tiempo.
Sin embargo, esa no es la enfermedad que nos preocupa mucho, por la sencilla razón de que existen los mecanismos constitucionales para suplirlo temporal o definitivamente. Mi preocupación es por su más grave enfermedad. La que nos ha costado miles de millones de pesos y que nos tiene a punto de sufrir la peor ruina de que tenga registro la historia: su necedad. Que por cierto no se conoce tan siquiera terapia para controlarla o hacerla retroceder.
La necedad mata. Cuando Habermas dice que la vida es un aprendizaje, nos está diciendo que cuando nos cerramos por creer saber o saberlo todo, morimos en vida. El mismo teórico de la democracia deliberativa es un ejemplo del combate a la cerrazon. Quien lo haya seguido seguramente constató su evolución del marxismo hacia un pensaminto abierto.
Habermas sin ningún rubor está en constante revisión de su pensamiento y ha rectificado, sin desnaturalizar su discurso de la accion comunicativa.
Si Amlo se mostrara un poco receptivo al universo de opiniones pudo haber integrado un equipo de técnicos y expertos que le dieran a cada área de la administración la eficacia necesaria para lograr los resultados que tienen encomendadas.
Las decisiones políticos deben ser responsabilidad de los políticos pero la ejecución y operación deben estar a cargo de los especialistas. No hacerlo nos costó tirar a la basura 321 mil millones de pesos en la cancelación del aeropuerto de la CDMX , triplicar el costo de la refinería de Dos Bocas, empeñarse en el Tren Maya, que si no pasara por su rancho y de su tía Felipa, diríamos que no tiene ningún sentido. Hicimos un escándalo con los ochenta millones de la Casa Blanca de Peña, que salían de Hinojosa, pero guardamos un silencio de complicidad con el despifarro de los hijos de Amlo.
Dicen que a palabras necias, oídos sordos, solamente que que en este caso no podemos hacer como si no pasara nada, porque no se trata de cualquier lunático obsesionado en encontrar y recepcionar únicamente la información que confirme sus aberraciones; se trata del hombre que lleva las riendas de nuestro país y que ya causó muchos destrozos.
Cuando un necio desquicia su casa o una plática, tal vez ni trascienda, mientras no haya otro que se preste o caiga en su juego, pero si ese desquiciado es el presidente de México, estamos obligados a hacer todo por alertar a la población de su obcecación.
La necedad de Amlo ya nos llevó a cancelar miles de guarderías, miles de escuelas de tiempo completo, el Seguro Popular, los fideicomisos, los fondos para desastres, derrochar los ahorros fiscales, a la opacidad de los subejercicios, a no licitar más del ochenta por ciento de los contratos y adquisiciones, a una deuda externa impagable, a tasas de interés que van a disparar la inflación porque los créditos serán más caros, a destruir nuestro sistema educativo, a someter a sus caprichos al poder legislativo y al poder judicial, a entregar importantes franjas del territorio nacional al crimen organizado, a buscar apuntalar su poder en las corporaciones policiacas y militares, a eliminar todos los órganos autónomos y pretender destruir el INE, a dejar la operación electoral en manos del narco para favorecer a Morena, a querer imventar una oposición para eliminar a la verdadera oposición, para sustituir la verdad de Peña por la verdad de Amlo en los 43 desaparacidos de Ayotzinapa…
Esa es la enfermedad que nos preocupa de Amlo, su necedad, que en cualquier mortal, basta con dejarlo que lo carcoma, pero en nuestro presidente, no podemos ignorar porque sus costos ya son muy altos.