/ Por Erika Benítez Camacho* /
El suicidio es una grave problemática de salud pública. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, una de cada cien personas en el mundo muere por esta causa, lo que corresponde a una muerte autoprovocada cada 40 segundos. A pesar de que ocurre en todas las regiones del mundo y no es exclusivo de un sexo o edad, las personas entre 15 y 29 años constituyen un grupo vulnerable. De hecho, el suicidio es la cuarta causa de defunción en el mundo en los adolescentes de entre 15 y 19 años y la segunda causa de muerte en México en los jóvenes de entre 15 y 29 años.
Tal como ocurre en otros países, en el nuestro este fenómeno ha incrementado su presencia en los últimos tiempos, en los que la salud mental sufre los estragos como consecuencia de la pandemia por covid-19 y las situaciones económicas y sociales vinculadas a ella. De origen multicausal, los factores de riesgo del suicidio incluyen elementos biológicos, psicológicos, sociales y culturales haciendo énfasis en los trastornos mentales, las crisis de vida, el estigma social que rodea a la enfermedad mental y la muerte autoprovocada, los intentos de suicidio previos, y la exposición a situaciones de pérdida, estrés agudo, trauma o violencia, tales como haber sufrido o sido testigo de violencia intrafamiliar o abuso sexual, padecer acoso escolar, discriminación o aislamiento, pérdida de seres queridos por muerte o separación, entre otros.
Si bien es cierto que la conducta suicida es altamente compleja, también es verdad que se puede prevenir con estrategias integrales basadas en la evidencia. El 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, nos recuerda lo relevante que resulta informar de este tema con responsabilidad, así como detectar y atender de manera oportuna a las personas que presenten afecciones en su salud mental, cambios abruptos en el estado de ánimo, apariencia o higiene, retraimiento social, conductas riesgosas o de autolesión e incremento de consumo de alcohol o uso de sustancias. Escuchar al otro atentamente puede ser útil para identificar si alguien tiene preocupación sobre la muerte o el suicidio o si vive con sentimientos de desesperanza o indefensión. La expresión de nuestra preocupación por el otro, el acompañamiento sin juicio, la transmisión de una visión esperanzada de la realidad, la reducción del estigma, el derrumbamiento de los mitos sobre la conducta suicida, el fortalecimiento de una red de apoyo social y la intervención psicológica que dé prioridad a la seguridad personal puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
Pensar en la conducta suicida como una situación individual es un error, por el contrario, la tragedia de la pérdida de la vida humana impacta a familias y comunidades, rompe el tejido social y provoca una huella imborrable; devela la imperiosa necesidad de reflexionar sobre la vulnerabilidad del ser humano, la solidaridad y la corresponsabilidad que todos tenemos en la promoción del bienestar, la salvaguarda de la integridad y la protección de la vida. Por ello, hablemos del suicidio y salvemos vidas.
Si tú o alguien que conoces necesita apoyo emocional o presenta alguna emergencia relacionada con salud mental comunícate a la Línea de la Vida al 800 911 2000 o ingresa a: https://coronavirus.gob.mx/salud-mental/.
*Directora de la Facultad de Psicología de la Universidad Anáhuac México.