Sarahi Aguilar Arriozola-
Terminó la era de Liz Truss como primera ministra del Reino Unido. Pero no así el liderazgo femenino frente a los machos alfa, aunque usted no lo crea desde la centro derecha. Y si bien en nuestro país como en el resto de los países latinos, generalmente un par de años atrás en las tendencias sociales, un nombramiento como el que detentaba Truss podría entenderse como un triunfo de la paridad de género o avance de la agenda feminista, nada parece ser más contrario a la realidad.
En una era donde el progresismo ha traspasado más allá de la lucha por los derechos, igualdad y respeto por minorías e identidades, a veces con excesos de corrección política, leyes hechas sobremedida para cuestiones específicas, indignación y cacerías contra aquellos que piensan diferente en lugar de propiciar el diálogo, la centro derecha parece ganar terreno posicionando a mujeres para lavar la cara y abanderar sin vergüenza algunas ideas conservadoras en temas tales como economía, inmigración y divergencias sexogénericas entre otras.
Y en el otro extremo del espectro ideológico, tal vez es hora de revisar si el tratar de silenciar a pensamientos conservadores logrará de verdad una conquista de derechos y un mundo más incluyente. O si, por el contrario, terminará por generar un efecto boomerang en el que algunos sectores de la población no sean capaces de externar sus ideas sin miedo a ser cancelados, y en el que ser tachado de “privilegiado” sea peor que la letra escarlata; o que las voces sean silenciadas si las experiencias no te atraviesan directamente.
Podrían verse en riesgo incluso los derechos alcanzados por grupos minoritarios y la apertura de los sectores conservadores. Y de prueba tenemos a Suecia. Mientras en México se anunció con bombo y platillo en 2021 que se adoptó una política exterior feminista –cualquier cosa que eso signifique, ya que la misma ONU ha señalado que “no existe una definición única para ello, sino lo que convenga a cada país” o cada gobierno para jalar a electores dirían otros–, en el país escandinavo dan por terminado ese ciclo.
Esta semana, el primer país que aplicó una política exterior feminista, ahora dirigido por un gobierno de derecha desde las elecciones de septiembre, anunció que quería abandonar esta política pionera. Tras la presentación del nuevo gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores, Tobias Billström, dijo que “la política exterior feminista de Suecia terminará cuando el nuevo gobierno tome posesión”. Lanzado por el gobierno de izquierdas de Stefan Löfven en 2014, dijo que la etiqueta podría ser “contraproducente” para la agenda internacional del país.
El supuesto predominio de un pensamiento más progresista y la supuesta cancelación del pensamiento retrógrada parecen por ahora sólo una ilusión, una mentira que nos contamos para tranquilizar la conciencia.
Tan engañosa como creer que todo pensamiento diferente o distinto a nuestras banderas o activismos debe ser combatido como si fuera discurso de odio. Se fue Trump, pero llegó Meloni.
Y en Reino Unido se fue Truss pero la sustituye Rishi Sunik, representante de una minoría étnica y al mismo tiempo de la élite financiera.
En un mundo progre, los extremos terminaron por tocarse. Que el poder tenga cara de inclusión no avizora un mundo necesariamente mejor, pero sí hace necesario un nuevo e intenso debate. Por Sarai Aguilar Arriozola*