Por Stephanie Salazar Mahecha .
A lo largo de la historia las mujeres nos hemos disputado todos los lugares, y su sentido, y el relato religioso no ha sido la excepción. La forma en cómo habitamos y vivimos la espiritualidad en nuestra cotidianidad no ha estado exenta de cuestionamientos y transformaciones. En ese sentido, hemos construido y reconstruido historias y narraciones desde nuevas visiones, sin desconocer el contexto en el que se encuentran situados estos relatos. Por eso hoy queremos hablar de María y lo que ella significa.
Para leer a María desde el feminismo necesitamos verla como lo que es y fue: una mujer. Más allá de la virginidad incuestionable, y también de la maternidad divina, es importante ver a María en su humanidad. De acuerdo con Virginia Azcuy en Teología de María en voces de Mujeres, la lectura de María puede ser liberadora (o no) para las mujeres, porque depende del carácter simbólico con el que se nos presente y la entendamos. En el relato dominante, María ha sido un símbolo del deber ser de las mujeres creyentes: madres, obedientes, sumisas, silenciosas, incondicionales. Por eso, para poder tener en cuenta a María como una figura que nos inspire en la lucha a favor de los derechos de las mujeres, es relevante dar nuevos significados y sentido a su presencia.
Durante siglos, la figura de María se usó para subordinar y oprimir a las mujeres. Esa María poco humana, muy diosa, en la que se hizo una omisión consciente de su vulnerabilidad y se exaltó, sobre todas las cosas, su sumisión, obediencia y santidad. A partir de allí, de esa lectura de María, las mujeres nos hemos relacionado con ella desde la frustración y la culpa porque nunca podríamos llegar a tal santidad. La culpa ha sido cuota frecuente que como mujeres hemos pagado en nuestra espiritualidad.
Queremos resaltar entonces no solo la vulnerabilidad de María, en la que nos encontramos y hermanamos, sino su figura de dignidad, fortaleza y autonomía. El mejor ejemplo de esas virtudes y características de María lo encontramos en el relato sobre la anunciación que está en Lucas 1 (26-38), cuando Gabriel le dijo a María que había recibido “el favor de Dios”. En ese momento María cuestionó a Gabriel sobre el significado de su mensaje y Gabriel tuvo que ampliar su explicación. Aun así, María no parecía convencida y le preguntó que cómo era posible que fuera a ser madre si era virgen y tenía un compromiso con José. Entonces el arcángel le dijo que el espíritu vendría sobre ella y, así como le iba a dar un hijo a su prima Isabela que era estéril, Dios también podría darle un hijo a ella porque para él no había nada imposible. Solo hasta ese momento, María dio su sí, que fue su consentimiento, y dijo que era su sierva y que estaba de acuerdo con que se hiciera su voluntad.
El sí de María fue un sí consciente, que se tradujo en una maternidad deseada. En el sí de María hubo consentimiento y una lección fundamental: que la maternidad es una elección, no una misión. Esto nos enseña sobre la agencia moral de María y sobre su capacidad de cuestionar. La suya no fue una obediencia irreflexiva, como se ha solido interpretar, sino todo lo contrario: nos revela su carácter. Carácter que fue fundamental en su participación en la historia de la salvación, en la que Dios hace un nuevo pacto a través de su hijo para salvar a la humanidad. María no solo es el principio de esta historia con su maternidad, sino que acompaña este plan durante su vida y Jesús la reconoció como a la persona “que oye y hace la palabra de Dios” (Lucas 8.21).
Es precisamente ahí cuando podemos ver a esa María feminista, cuando logramos pasar de interpretar el “gesto individual al movimiento colectivo” como afirma Ana Miguel en su texto Los feminismos, en el que diferencia el momento histórico en el que pasamos de hablar de mujeres que luchaban de forma individual a la organización colectiva. Cuando vemos a María más allá de su rol de madre o intermediaria y la entendemos como una mujer fundamental en el crecimiento y consolidación de su ministerio. Es entonces en lo colectivo que reside el poder de María, no en la sumisión o santidad, sino en la representación para todas las mujeres de la fuerza, la valentía y la reivindicación de su agencia moral, tan urgente en estos tiempos en los que a las mujeres se nos han negando espacios de participación y se nos ha anulando nuestra capacidad de decidir.
Este nuevo relato y entendimiento de María solo es posible recorriendo las voces de teólogas feministas como Carmiña Navia, María López Vigil, Sally Cunnen, Mary Gordon, María Pilar Aquino, Diana Hayes, entre muchas otras, que han sembrado nuevas preguntas en nuestros corazones, no para tumbar ídolos, sino para reconocer en esa experiencia religiosa una oportunidad de contarnos con ojos y rostro de mujer. En este nuevo relato María, en lugar de ser un lugar de opresión, es un lugar de libertad y encuentro. Nos encontramos con ella en su humanidad, en su conciencia y en su agencia moral para decidir.
Me ha alegrado mucho encontrarme con este artículo. Me enteré de esta revista por una entrevista a una de sus colaboradoras que escuché este mismo lunes 3 de enero en France 24. Me llama la atención el enfoque del artículo que me parece tan honesto como bien fundamentado, solamente enfatizando que lo individual es el preámbulo indispensable para lo colectivo.
Quisiera sugerirles que en lo posible y poco a poco vayan explorando otras personalidades bíblicas femeninas que desde la perspectiva de esta revista tienen mucho que revelarnos…