/ Lorena Jiménez Salcedo /
La detención de Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el pasado 5 de enero, dejó muchas reflexiones en el camino. Tanto en redes sociales, tertulias familiares o en diversos foros se discutió sobre el impacto que tendría este operativo, que ahora sí concluía con éxito, muy diferente a lo que sucedió aquel 17 de octubre de 2019 en la misma ciudad de Culiacán en la que tuvieron que liberar al conocido “Ratón”.
La misma madrugada de este 5 de enero, el gobierno de Chihuahua informaba sobre el fallecimiento de Ernesto Piñón “El Neto”, líder de la banda criminal “Los Mexicles”, después de un enfrentamiento con miembros del Ejército mexicano y de otros cuerpos de seguridad de aquel estado. Días antes, la madrugada del 20 de diciembre, se daba a conocer la detención de Antonio Oseguera, hermano de Nemesio Oseguera, “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación.
De todos es conocida la política de “abrazos y no balazos” del actual Gobierno federal. En el fondo estoy segura que las intenciones son buenas, pero lamentablemente no se ha logrado ver resultados positivos. Sin embargo, con estos operativos, tal parece que algo cambió. Solo esperamos que no haya sido únicamente producto de la reciente visita del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, a la Cumbre de Líderes de América del Norte, que sostuvo con el presidente de México y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; o peor aún, esperamos que no sea sólo parte de una estrategia política de cara a las elecciones del 2024.
Están bien las detenciones, pero tenemos que ir a la raíz del problema, porque sería muy ingenuo pensar que con la caída de estos líderes, la “guerra” contra el crimen organizado ya está ganada; la experiencia nos hace saber que habrá un reacomodo y después seguirán operando sin mayor problema.
Ir a la raíz significa atender las graves desigualdades sociales que aquejan a nuestro país, que incluyen una intensa y profunda campaña de concientización y sensibilización a la población sobre los riesgos y peligros que representa el narcotráfico. Lo anterior puede parecer una obviedad, pero tenemos que pensar en esa narcocultura que tanto se ha arraigado en nuestra sociedad, a través de la música, películas o series de televisión; sin duda un tema que se debe poner en la mesa de discusión, pues se nos olvida que en el camino hay miles de víctimas, entre muertos y desaparecidos, de manera directa e indirecta.
Da miedo toda esta situación y no sólo me refiero al clima que provoca esta absurda guerra, me refiero al miedo de perder nuestro futuro, de perder a nuestra niñez y juventud; por ello es urgente que todos los niveles de gobierno generen programas de inclusión integral con educación, deporte y cultura que eviten que los jóvenes se sientan atraídos y deslumbrados por “los beneficios” que les ofrece el narco, pues pocos hacen conciencia que su final sólo sería la cárcel o el cementerio.
Urge una estrategia de seguridad con inteligencia militar y financiera para combatir al crimen organizado, pero urge más una estrategia que genere oportunidades reales a las clases más desfavorecidas, con educación y empleo bien remunerado que represente el crecimiento de todos los mexicanos y mexicanas.
Urge una estrategia que abrace a nuestros niños y jóvenes, urge sanar el tejido social que está acabando con toda posibilidad de futuro; urge mejorar nuestro sistema de justicia, pues las cárceles están llenas de inocentes que no pueden acceder a un sistema de justicia “justo”. Los mexicanos queremos paz y la paz es un camino largo de construir, por lo que debemos empezar ahora. #OpiniónCoparmex La autora es Presidenta de la Comisión Nacional de Bienestar Social de Coparmex