/ FRANCHESKA PACHECO /
La cultura de la cancelación promueve retirar el apoyo a personas o empresas como consecuencia de determinados comentarios o acciones, pero, ¿realmente consigue su objetivo?
Con 3.8 billones de usuarios, las redes sociales se han vuelto una parte fundamental en la vida de muchas personas. Han impactado desde la manera en cómo se manejan los negocios, la publicidad, e incluso, la política. Y aunque tienen aspectos y usos positivos, también tienen efectos negativos.
Recientemente ha surgido la “cultura de la cancelación” o cancel culture, un concepto que consiste en retirar el apoyo o “cancelar” a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable. Es un tipo de bullying grupal ya que son muchas personas que se ponen de acuerdo para atacar o descalificar los puntos de vista de otra persona o de alguna empresa. Esto se ha vuelto aún más popular al delatar actitudes racistas, homofóbicas y machistas. Es un movimiento tan grande que varias personas han perdido sus trabajos por ser canceladas, sin la posibilidad de enmendar o arreglar sus acciones, quedando para siempre encerradas en un charco de odio público.
Uno de los casos más conocidos es el del youtuber enfocado en maquillaje James Charles, quien perdió más de 3 millones de seguidores en cuestión de días después de ser etiquetado como depredador sexual por otros creadores, sin pruebas al respecto, en un drama con su mentora Tati Westbrook, también youtuber y emprendedora de vitaminas. Otro caso famoso es el de la autora de Harry Potter, J.K Rowlings, quien fue cancelada por hacer comentarios transfóbicos en Twitter. Es un fenómeno que se ha vuelto tan común que incluso cancel culture fue la palabra o frase del año 2019 en el Diccionario australiano Macquarie. Este tipo de acciones o eventos se ha amplificado durante la pandemia.
Actualmente, debido a las cuarentenas y otras medidas establecidas para evitar contagios por COVID-19, muchas personas pasan cada vez más tiempo en casa e invierten más tiempo usando las redes sociales, lo que ha resultado en muchas “cancelaciones”. Varias personas creadoras de contenido en YouTube y TikTok han sido atacadas por organizar o atender fiestas durante la pandemia. Este tipo de acusaciones públicas no se limita para aquellas personas que tienen miles de seguidores. En Instagram, por ejemplo, hay un sinfín de perfiles reportados y clasificados como “covidiotas” o personas que rompen la cuarentena.
Aunque la intención es buena, señalar a personas que han hecho “algo malo” se ha llevado a un extremo tóxico. Un ejemplo es el de la creadora número uno de TikTok, Charli D’Amelio, de 16 años. Ella subió a YouTube un video de una cena con sus padres, hermana y el youtuber James Charles, donde la comida fue preparada por el famoso chef Aaron May. Entre los platillos que probaron esa noche estaban los caracoles, los cuales no fueron del agrado de las hermanas D’Amelio, además de que Charli comentó que quería alcanzar los 100 millones de seguidores al año de recibir su primer millón. Estos comentarios molestaron a sus seguidores y en cuestión de días perdió un millón de seguidores en TikTok.
¿Qué opinan los jóvenes de la cultura de la cancelación?
Uno de los mayores retos que enfrentan muchos jóvenes es poder realmente cancelar a alguien. Un ejemplo es Chris Brown, un rapero quien a pesar de que golpeó a su novia, la cantante Rihanna en el 2009, este sigue siendo popular porque muchos disfrutan de su música, pero no están de acuerdo con sus acciones.
En un artículo del New York Times, varios adolescentes fueron entrevistados sobre el tema. Ben, uno de los entrevistados de 17 años, dijo que para él, las personas tienen que rendir cuentas por sus acciones pero apoyar esta cultura evita que aprendan de sus errores.
Uno de los mayores problemas de este movimiento es que, lo que alguien haya hecho o dicho hace 10 años en redes sociales, cualquier persona lo puede tomar fuera de contexto y usar en su contra. Esto le pasó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, cuando salieron a la luz fotos de él en el 2001 con la cara pintada de negro. Esto se considera racista por la connotación histórica que tiene, ya que por mucho tiempo comediantes blancos se pintaban la cara basados en estereotipos negativos de los negros para burlarse de ellos. “Todos hacemos cosas vergonzosas y cometemos errores tontos y lo que sea. Pero la existencia de las redes sociales ha llevado eso a un lugar donde la gente puede tomar algo que hiciste en ese entonces y convertirlo en quien eres ahora”, dice L., una de las entrevistadas.
Varios jóvenes ven la cultura de la cancelación como un potencial para crecer y conocer más sobre lo que es políticamente correcto, sin embargo, otras personas argumentan que puede ser una práctica que causa preocupación por su impacto en la sociedad. Otra de las jóvenes entrevistadas comentó que cancelar a alguien es como golpear e insultar a una persona en lugar de educarlo pacientemente y mostrarle lo que hizo mal, sin darle la oportunidad de demostrar que pueden mejorar. Otros jóvenes están de acuerdo con que es importante ayudar a la gente a comprender sus errores en lugar de torturarlos, permitiéndoles tener diálogos abiertos en lugar de desterrar a la gente.
La cultura de la cancelación ha creado una severa censura en Internet y provoca miedo a equivocarse en las redes sociales y ser cancelados. Además, crea una falta de comprensión de las opiniones de otras personas ya que demuestra que sólo importa la opinión de las masas y si alguien piensa diferente o cometió un error hace años, su reputación puede ser destruida.
Combatiendo la cultura de la cancelación en el aula
La profesora Loretta J. Ross propone combatir la cultura de la cancelación por medio de una clase en Smith College. Ella busca desafiar a sus alumnas a identificar características y límites del movimiento. «Lo que realmente me impacienta es llamar a la gente por algo que dijeron cuando eran adolescentes cuando ahora tienen 55 años. Quiero decir, todos en algún momento hicimos cosas increíblemente estúpidas cuando éramos adolescentes, ¿verdad?», comentó en una entrevista para el New York Times.
Para ella, la solución está en llamar la atención en privado en lugar de hacerlo públicamente, “hacerlo con amor”. Si algún conocido hizo algo ofensivo, en lugar de pedir que se cancele por las redes sociales, mandarle un mensaje privado o llamarlo para discutir al respecto. Esto puede llevar a una conversación con contexto y puede convertirse en un momento educativo.
En sus clases, la profesora incluye el ejemplo de Natalie Wynn, una youtuber que elaboró una especie de taxonomía después de ser cancelada varias veces. En su video explica cómo la cultura de cancelación toma una historia y la transforma en una situación distinta. Busca la presunción de la culpa sin hechos, como fue el caso de James Charles. Además explica que parte del movimiento es el esencialismo que sucede cuando la crítica del error convierte a esa persona en “mala persona”, el pseudointelectualismo o la superioridad moral del que acusa y la contaminación o culpa por asociación.
Regresando al ejemplo de J.K Rowlings, varias de las estudiantes de la profesora Ross admitieron que se sentían culpables por ser fanáticas de Harry Potter después de los comentarios que realizó, ejemplificando como la culpa por asociación es algo muy común. Una alumna incluso admitió que se estresa al comprar una sudadera con la foto de una banda que le gusta por temor a que hayan cometido algo ofensivo y ella no sepa y sea cancelada. «No puedes ser responsable de la incapacidad de crecer de otra persona», dijo la profesora Ross. “Así que consuélate con el hecho de que ofreciste una nueva perspectiva de la información y lo hiciste con amor y respeto, y luego te alejas”.
Aunque la cultura de la cancelación parece no irse a ningún lado y su intención es buena, mientras se siga llegando al extremo de no permitir ni aceptar el crecimiento del cancelado, seguirá siendo un movimiento tóxico que no llevará a ningún lado. Clases y maneras de pensar como las de la profesora Ross son necesarias para combatir esta problemática y enseñar a las nuevas generaciones a dialogar de manera privada, más en una época donde todo es público en las redes sociales.