Los mártires de la información .

**De memoria .

/ Carlos Ferreyra /

Dicen los periodistas que no hay mejor tarea ni un oficio superior al suyo. Lo avaló con 6 décadas dedicadas sin interrupción a las labores noticiosas incluyendo descansos, vacaciones y hasta accidentes que terminaron en el hospital.
En ese tiempo pude crónicar o sencillamente informar de lo que sucedía en mi entorno, en el país y durante siete activos años lo que acontecían en América latina.

Resulta curioso observar la vida de un periodista que llega al oficio sabiendo que su salario será precario, no habrá horarios de labores y por las malas mañas de los dueños de los medios ni siquiera habrá garantías sociales para él y para su familia.
Curioso que los periodistas pasen su existencia defendiendo los derechos ajenos y denunciando los abusos contra sus semejantes pero son incapaces de asumir similar actitud con su propio gremio. Ridículo, pero el sector laboral más desprotegido en el sistema jurídico mexicano es el periodismo.

Las profesiones liberales cuentan con un salario mínimo con horarios acordados con sus contratantes y obviamente con todas las garantías que otorga la ley federal del trabajo.

Estos no funcionan para los informadores que desde el momento que logran un puesto como reporteros deben aceptar salarios simbólicos que muchos de los propietarios de medios justifican con la opinión de que el reportero siempre estará sujeto a las magnanimidad de su fuente informativa que teóricamente deben asignarles lo que coloquialmente llamamos “chayo”.

Esto es una falacia y los empresarios periodísticos son los más interesados en mantener la versión colocando a los trabajadores de la pluma como el sector más vilipendiado, difamado y despreciado entre todos los trabajadores y profesionales del país.
Decía el presidente López Mateos que a los reporteros se les debía tratar como a las prostitutas, alquilarlas, usarlas y dejarles en el buró su propina.
Por tradición las fuentes informativas oficiales establecieron nóminas en las que decidían gratificaciones insólitas para algunos reporteros aún si no eran de esa fuente mientras al resto de los integrantes del equipo de información se le establecían salarios diferenciales conforme a la importancia de su medio.
Esta situación de los embutes o chayos fue cambiando conforme transcurría el tiempo hasta llegar a su casi desaparición.
Para un funcionario denunciado en alguna actividad ilegal le era muy sencillo hablar con los periodistas y refiriéndose a quien lo descubrió o quien denunció el delito y sentenciar: ¡Me pidió dinero; no se lo di¡
Caso frecuente este y muy triste por la actitud del resto de los compañeros que simplemente registraban la respuesta que luego comentarían en los corrillos cafeteros.

Desde luego había ciertos informadores muy apegados a la bolsa de los funcionarios públicos y siempre imaginando cómo explotarlos. En la fuente obrera se acostumbraba hacer una relación que luego el promotor vendía copias a quien se las quisiera comprar. Esas listas contenían el nombre del sindicato y el día en que acostumbraban obsequiar dinero en efectivo a los periodistas.

Casos se daban como el de un periodista que organizó una conferencia de prensa con el secretario de agricultura, michoacano por cierto, para que denunciara a la fuerza aérea de Estados Unidos dedicada en su opinión a desviar huracanes hacia México.

Recuerdo este hecho por qué en el diario en que yo laboraba consulte con el director al que le indique que no tenía disposición de participar en el negocio particular de un periodista promoviendo al funcionario y que desde luego consideraba una tontería la información.
El director me autorizó al no publicar la nota y fuimos el único periódico que no llevó tal información ni mucho menos en primera plana como el resto de los cotidianos nacionales.

Un par de días después el funcionario debió desmentirse pero el daño ya estaba hecho.

En esta zahúrda debía manejar el periodista y siempre tratar de salir con las alas limpias. Recuerdo un líder senatorial que estaba de acuerdo en no dar gratificaciones a los periodistas y que cuando un columnista le pidió que a él sí lo atendieran el dirigente legislativo le explicó:Usted puede recibir este dinero que irregularmente tendría que darle yo disponiendo de fondos que no me pertenecen y por los cuales usted nunca debería sentirse obligado puesto que también cometería una irregularidad. Lo pensaré.

La vida del periodista desde el momento en que asume la profesión deja de pertenecerle, temprano muy temprano estará solicitando su orden de trabajo, ignorante si será atendiendo algún acto público o quizá trasladándose a otra población donde hay novedades que reportar.
En la fuente política tuvo que emitirse institucionalmente una agenda de actividades de la institución o del funcionario respectivo para el día siguiente. Eso permitía al reportero tener una vida más o menos organizada.
Pero lo real es que el reportero pide su orden de trabajo, sale de su casa totalmente a ciegas sin saber cuál será su futuro inmediato.puede ser que lo inviten a un gran banquete en el restaurante más elegante de la ciudad o quizá tendrá que correr entre acto y acto para comprar un par de tacos de canasta y tomar un refrescó.
Su familia no sabe si contará con él, tampoco está segura de que el día de descanso obligatorio se lo respeten y mucho menos puede asegurar que tendrá unas plácidas vacaciones.

El periodista tiene acceso a las más altas fuentes del poder pero carece de ese poder, se codea con los más grandes capitales del país pero quizá tenga que pedir prestado para pedir un taxi a la media noche. Es un hombre sin decisión propia, disciplinado y que sin darse cuenta perdió la facultad de quejarse, no importa lo que le pase todo estará bien mientras él pueda cumplir con su tarea. No es desde luego un mártir ni tampoco un hombre carente de decisiones propias simples y sencillamente es el oficio, la responsabilidad absorbe de tal manera al individuo que nunca se da cuenta de cuánto cambio el jovencito iluso que pensaba cambiar el mundo por el hombre que asume una responsabilidad que debería corresponder y compartir con su empleador.

Las redes sociales han transformado el periodismo que ahora ya no es un asunto de profesionales sino de fantoches y payasos, generalmente funcionarios públicos que piensan publicando sandeces que pueden modificar e influir a la opinión pública. Finalmente ya no necesitan los medios profesionales basta con abrir su paginitas personal o colocar sus opiniones a portales que se manejan muy formalmente.