**CON SINGULAR ALEGRÍA .
/ POR GILDA MONTAÑO /
Estoy azorada. Todos los países se dieron a la tarea de buscar a cinco exitosísimos, riquísimos, importantísimos y blanquísimos hombres, que se fueron a indagar, qué había quedado del Titanic. Al mega importante barco, lo desafiaron y le pusieron al suyo el nombre de Titan. Y, después de cinco días, supieron que había habido una implosión. Pagaron por su vida, el desafío.
Pocos países se dijeron a la tarea de arropar, mencionar, entender y rescatar a los cientos de migrantes griegos que fueron trepados, por bandas extorsionadoras que cobraron 6 mil dólares, en un barco pesquero en el que solo cabían 50 personas. Lo retacaron con 750. Van 78 muertos. Pero eran de piel obscura, pobres, con ganas de llegar a un feliz puerto, y solo comer… Lo pagaron con su vida.
Mejor me sumerjo en los libros y trato de entender la historia y a los estudiosos de la misma. A los políticos y a los hacedores de las políticas públicas. Para ello, leo a Laswell, que comenta que el propósito inicial del ensayo es entender el análisis de políticas en términos de su significado político e histórico. El análisis de política pública incluye todas aquellas actividades dirigidas a desarrollar conocimiento que sea relevante para la formulación e implementación de políticas públicas.
Debemos entender que el significado de este hecho no es uniforme. Tiene tres caras o aspectos. Cada una de ellas incorpora una relación diferente entre el conocimiento y la política.
Laswell consideró de particular importancia para la elaboración de los “Modelos de desarrollo” (1971). Modelos tentativos que pueden servir de marco histórico al trabajo del analista.
La aparición de las tres “caras” del análisis de políticas tiene una dimensión histórica: desde el apogeo del positivismo científico, a través de la crítica y desilusión posterior, hasta los esfuerzos actuales por desarrollar una orientación “pos-positivista”
Cada cara emerge de la fase anterior. En el análisis de política resulta tentador hablar de etapas distintas y progresivas. En la tercera cara vislumbramos una relación más adecuada entre el conocimiento y la política, pero de ella habían ya precedentes en la teoría y en la práctica. La primera aún sigue estando presente y con ella la razón comenzó a traicionarse a sí misma.
El sueño de fundamentar los asuntos públicos en bases racionales, apareció en el siglo XVIII, en el tiempo de la ilustración. Se fortaleció en el siglo XIX, con el advenimiento del positivismo. Los primeros positivistas anunciaron el surgimiento de una nueva era de la humanidad: una civilización industrial armónica y eficiente, basada en el interés político.
Mediante el conocimiento confiable de las leyes constantes, la ciencia podría promover la civilización humana, sacudida por el torbellino de la primera industrialización.
Si se examina la postura convencional del analista de políticas, la perspectiva dominante es la tecnocrática, y pretende separar el conocimiento de la sociedad, para después aplicarlo a la misma sociedad.
Hoy el análisis de políticas conserva el sello de la herencia positivista. Articulado por primera vez en el siglo XIX, el espíritu del positivismo fue recuperado en los albores del siglo XX por la cruzada de la administración científica en la empresa privada y en el gobierno.
La influencia del positivismo en el desarrollo del análisis de políticas ha sido recuperada en parte por Richard French, quien dice que la orientación positivista y tecnocrática de las ciencias sociales alcanzó su clímax en los años setenta. En esta perspectiva, el conocimiento real era el científico.
Las metas formaban parte de los valores, no de los hechos. El ámbito del conocimiento se restringía a planteamientos de carácter lógico y factural y no podía extenderse a juicios de valor. La razón no tenía cabida en la determinación de las normas, no podía auxiliar a los seres humanos a decidir qué se debería hacer o dejar de hacer.
Si el análisis de políticas podía ser aplicado a las causas de la tiranía o de la democracia, era una cuestión para la cual la razón no tenía respuesta.
En la perspectiva de los primeros positivistas, el desarrollo de la ciencia moderna, la tecnología y la industria, eran parte del orden objetivo de las cosas, su aparición era arte del camino predeterminado del progreso humano. (Continuará)
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