/ Alma Delia Murillo /
No sé qué tengo. Es julio, el mes séptimo, el mes de Julio César dictador, el mes de mi abuela emperatriz de la hipérbole y de la parábola. Es víspera de tu cumpleaños, emperatriz, es 15 del mes séptimo y estoy sentada en la banqueta de Avenida Revolución esquina con Emiliano Zapata, afuera del legendario restaurante Ceasar’s en Tijuana. Aquí estoy, con el corazón, ese cazador solitario, buscándote. Busco tu sabiduría, tu mano diminuta, tus dedos de jardinera, de tejedora, de partera, de doña Paz. “Muchacha, te vas a mojar”, me dice un hombre y me toca el hombro para que me levante antes de que me alcance el chorro de la botella de mezcal que alguien acaba de tirar entera. Me levanto, sigo buscándote, abuela, pero no vienes, hay servilletas sucias y vasos de plástico, propaganda electoral donde ponga los ojos. Pero no tú.
Avanzo unos pasos y un bulldog pardo y rechoncho viene hacia mí, lo acaricio, jugamos, escucho que gritan “Chico” y el perro de inmediato me abandona, se encuentra con su dueño, un hombre con los brazos mutilados casi a la altura de los hombros; de su cuello cuelga la larguísima correa de Chico que ahora lo sigue, camina rebotando junto a él y yo me quedo mirándolos, pensando en cómo hará para ponerle la correa.
Aquí y allá ruedan cartones y servilletas arrugadas, la feria de la gastronomía parece ser el evento y alguna playera de Morena flota entre los globos y el cintado amarillo que prohíbe a los autos circular por la avenida; Chico vuelve a aparecer olfateando el suelo pringoso, el aire caliente. Una niña afuera del café de enfrente establece contacto visual conmigo, va vestida de color de rosa como flor hermosa te acercaste a mí (¿te acuerdas de esa canción que te gustaba tanto?), ahora te veo, estás bailando, moviendo las caderas con ese toque clown que le imprimías a todo. Me pregunto si la niña estará sola, intento inferir qué adulto la acompaña, tiene el pelo larguísimo y negro, me pongo nerviosa, estoy a punto de cruzar la calle para preguntarle con quién viene cuando aparece su madre.
Ya sé que esto no te va a gustar y que me vas a decir muchacha malacabeza cómo se te ocurre. Pero Tijuana se parece a Urapa, tu pueblo michoacano: efervescencia y desesperación, vitalidad y esos falsarios, bandidos del gobierno que todo se lo roban a punta de labia, que todo se lo tragan como los rateros que se tragaron a tu abuelo, si este es un país de bandidos (¿te acuerdas de nuestras pláticas eternas en la madrugada, de tu susurro grave acompañado por el ronroneo de aquel refrigerador viejo y mi mano dentro de la tuya?).
Sí pues, tal vez estoy loca, pero es que ya puestos, la Avenida Revolución se parece al callejón de tu pueblo y el callejón de tu pueblo se parece a la Avenida Presidente Masaryk; no lo creerías, pero aquí y allá los bandidos pueblan esto, dos casas delante de la que era tuya dicen que viven unos narcos, tres cuadras para allá de Masaryk parece que viven otros, y en Tijuana, bueno. Y si nos ponemos a decir nombres de pueblos y de ciudades, quién sabe cuándo acabamos y ni que estuviéramos así de desquehaceradas, mejor levantarnos cuando el gallo cante y buscarnos un trabajito (¿te acuerdas?).
Era 20 de julio del año 2013 y yo no voy a dejar de llevar este calendario que ni gregoriano ni romano, sino tuyo y mío, el día que te fuiste. En la terraza de mi casa hay una corona de Cristo que riego con esa tina en la que remojabas el nixtamal y les hablo a las flores con la esperanza de que las veas, tienen un color imposible y alegre, a las flores hay que hablarles (¿te acuerdas?).
Ni los memes de julio ni Julio César ni el Caesar’s ni Pancho Villa, que murió un día como el tuyo, mi mes séptimo eres tú, Paz Villaseñor.
Y no concibo cómo es que ha pasado esto, abuela. No es que quisiera que fueras eterna, sólo al pensar que de seguir aquí habrías cumplido 106 años hecha hueso y óxido me digo que no, qué chingadera.
Me conformo con esa foto tuya que tengo en mi altar paganísimo (yo sé que me perdonas, viejita caraja) y otra que metí dentro de un diccionario de latín, in saecula saeculorum, como decías en tus inexpugnables rezos.
Que espero que no tarde agosto y que me asesina un julio eterno y diez años infinitos sin darte la mano. Salve, abuela, los que van a morir te saludan.
@AlmaDeliaMC