Salón de belleza

/ Denise Dresser /

Andrés Manuel López Obrador aplica el lápiz labial, Alejandro Encinas pinta el pelo, Alejandro Gertz enchina las pestañas y Rosa Icela Rodríguez hace pedicure. Así funciona la “Estética 4T”, el salón de belleza dedicado a maquillar a México ante la crisis de desapariciones que desfigura al país. Aquí, una persona desaparece cada hora, una fosa clandestina es descubierta cada dos días, y la cifra ronda alrededor de 112,000 personas que nadie encuentra. Más que durante la dictadura militar chilena, más que en la Guerra Sucia argentina. Pero el que se siente dueño del negocio está más preocupado por emperifollar que por esclarecer. AMLO no vive angustiado por los miles de compatriotas ausentes, o por los muchachos de Lagos de Moreno, o por las madres buscadoras que escarban la tierra. Su obsesión es que sus cifras de desaparecidos sean menores a las de Calderón. Y hará todo tipo de tratamientos exfoliadores para lograrlo.

Ésos son “los contextos actuales” a los que se refería Karla Quintana, extitular de la Comisión Nacional de Búsqueda, en una carta de “renuncia”, que más bien fue una salida obligada. Según un reportaje de The Washington Post ella envió toda la base de datos de desaparecidos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para su “salvaguarda”. Porque ya sabía lo que estaba ocurriendo. Ya anticipaba lo que iba a pasar, desde que un López Obrador encolerizado por las cifras, anunció que su gobierno haría un nuevo “censo”. Es obvio que el objetivo es desaparecer a los desaparecidos, y rasurar el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. El propósito no es ayudar a las víctimas. Es ayudarse a sí mismo, a su partido y a su gobierno. Mejor poner rímel en los ojos que abrirlos.

Alejandro Encinas le pidió a Karla Quintana que buscara “la manera de reducir” el número de desapariciones que a AMLO le molestaba, y luego dejó de tomarle la llamada cuando ella se resistió. La Comisión de Búsqueda fue marginada del proceso de producción del “nuevo censo”, ahora llevado a cabo por Servidores de la Nación, y personal de la Secretaría del Bienestar, que no está en el catálogo de autoridades buscadoras según la ley. De pronto, la Comisión fue auditada y presionada, y parte importante del equipo de Quintana fue desmantelado. Y los problemas comenzaron en la Ciudad de México, cuando Claudia Sheinbaum ordenó que bajaran las cifras de homicidios, mientras crecía el número de desaparecidos.

Sin duda hay cosas que Karla Quintana pudo haber hecho mejor, pero siempre enfrentó obstáculos mayúsculos. Sin duda es necesario mejorar la forma en la que se busca y se registra a los desaparecidos. Pero su salida es ominosa y más aún cuando se suma al patrón de obstaculización reciente. A la salida del GIEI/Ayotzinapa, a los documentos que el Centro Nacional de Inteligencia se niega a entregar a la Comisión de la Verdad, a la protección política que AMLO otorga a las Fuerzas Armadas. Atrás quedó la agenda de memoria, justicia y verdad. AMLO prometió revelar el rostro real de México, pero lo ha escondido bajo pestañas postizas y chapitas aplicadas sobre la palidez mortal. La agenda de esclarecimiento se ha colapsado bajo el peso del maquillaje que el Presidente le coloca encima.

El gobierno no quiere mostrar a México al natural, tal y como es. La FGR -junto con muchas fiscalías estatales- prefiere colocar más sombras que poner luces. Y en lugar de entender por qué la faz del país luce demacrada y ojerosa, las autoridades optan por emplear polvo corrector. Los 50,000 cadáveres sin identificar no requieren fortalecer la capacidad forense, sino una inyección de botox para que el Presidente no frunza el ceño. Las órdenes son seguir cortando el pelo, seguir limando las uñas, seguir ocultando las imperfecciones.

Para el Presidente, los más de 40,000 desaparecidos en este sexenio son un problema de popularidad, no un reflejo de mala gobernabilidad. El aumento de las cifras no es un tema de política pública, sino de imagen pública. No es un reto de presupuesto o profesionalización o mejor metodología. No es un desafío sobre cómo encarar el contexto de violencia que permite las desapariciones impunes. Lo que importa es que todo se vea más bonito. El ego por arriba de la empatía. Pero como advertía Keats, “Belleza es verdad, verdad es belleza”. Y AMLO no está transformando a México, está maquillándolo.