Claraboya.
/ Azul Etcheverry /
“Ser detenido, arrestado o trasladado en contra de la voluntad propia por agentes gubernamentales o grupos organizados sin que luego se dé información de nuestro paradero, siendo así sustraídos de la protección de la ley.” Esa es la definición de la Organización de Naciones Unidas para determinar una desaparición forzada. Se lee como un guión de terror que, tristemente, tiene como uno de sus escenarios principales a nuestro país.
Se conmemoró el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada el pasado 30 de agosto y vaya que México tiene mucho que reconocer y recordar por este día, en primer lugar, a sus víctimas, más de 110,000 personas no localizadas en territorio nacional. Desde que se tiene registro en 1962, 300,000 personas han sido registradas como desaparecidas, más de 100,000 en los últimos 6 años lo que resulta en 25 personas por día. Otro dato de terror.
Pero la pesadilla no acaba ahí, pues por supuesto el horror tiene efectos transversales, no solo sufre quien desaparece, sino todo su entorno. Las familias como el círculo más cercano son quienes reciben el golpe más duro, manteniendo por largos periodos de tiempo un estado de incertidumbre inimaginable, todo el reconocimiento, fuerza y deseos de pronto consuelo para todos ellos. En el siguiente plano, las comunidades y sociedad en general también sufren las consecuencias, un estado de miedo colectivo se apodera de los entornos comunes que impide vivir el día a día con total libertad.
No solo habla de fallas en el estado de derecho, o de vacíos de poder, habla también de una deshumanización generalizada donde, a nivel mundial, hemos visto casos del mismo gobierno haciendo uso de esta práctica como método de represión política para afectar a opositores y grupos particulares como periodistas, defensores de derechos humanos y activistas. Del lado del crimen organizado hemos visto también, a nivel nacional, como la violencia bárbara también acompaña a este suceso.
No queremos hablar de la respuesta del oficialismo en México, más allá de no querer darle protagonismo, es porque no hay mucho que decir en términos reales. Queremos mejor reconocer a estos mexicanos afectados por este fenómeno, a sus familias, amigos y sociedad en general, que todos los días salen valientes pero con miedo de no volver, en especial a nosotras mujeres que por el simple hecho de serlo ya corremos más riesgo.
También aprovechar para que por medio de esta sensibilización, con esa misma valentía del día a día, salgamos en el futuro próximo a manifestar nuestro miedo, preocupación y voluntad de cambio en las urnas. Que este sea un tema que podamos exigir y en el que no les quede de otra a los presidenciables que echar a volar su imaginación para que podamos ver políticas públicas reales, contundentes y que acaben de una vez con la desaparición forzada.