**El Ágora .
/ Octavio Campos Ortiz /
A principios de la centuria pasada se creó la clase política mexicana, la cual desplazó a los “científicos” porfiristas y se alimentó de militares y algunos intelectuales positivistas como José Vasconcelos y los Siete Sabios o la Generación de 1915, hombres de letras que ponderaron la educación como instrumento desarrollador del país. Los primeros regímenes posrevolucionarios tuvieron un origen castrense y reclamaron para sí el control de las riendas del país; las diferencias políticas se dirimían a cuartelazos y magnicidios.
Fue Plutarco Elías Calles y la institucionalización de la vida nacional lo que desplazó a los generales y acabó con los golpes de Estado e inició la era de los políticos civiles, aunque hubo insurrecciones de miembros del Ejército que fueron rápidamente silenciadas. Surge el sistema de partidos para encausar la lucha por el poder con la participación de institutos políticos como el PAN, el abuelo del PRI y el clandestino Partido Comunista. Hombres con ideología fundaron y transitaron por esas organizaciones que buscaban acceder al poder y arribar al Congreso como verdadero contrapeso del Ejecutivo para darle a la nación un andamiaje legislativo que posibilitara la paz y tranquilidad social en el marco de la Constitución.
Pero los vicios de un partido hegemónico, las reformas políticas y reglas laxas en el sistema pluripartidista acabaron con la clase política mexicana; los hombres que vivieron para la política fueron desplazados por vividores que se sirven de la política. Los partidos se convirtieron en franquicias y dejaron de representar posiciones ideológicas. El poder se transformó en botín y agencia de colocaciones para ambiciosos fariseos que vieron en la política no una ciencia para el buen gobierno, sino un negocio y en los cargos públicos y de representación popular la forma perenne de enriquecerse.
Los partidos dejaron de ser institutos de participación política para acceder al poder político para convertirse en grupos de presión, en franquicias de camarillas sin proyecto de nación que buscan formar parte de la criticada burocracia dorada o mantener una estéril carrera legislativa porque no cuentan con cualidades parlamentarias.
Rumbo a los comicios del 2024, donde se disputan el mayor número de cargos de elección popular, los nuevos políticos y los que ya huelen a formol hacen fila para aparecer en las ansiadas listas. Todos tienen un común denominador, carecen de principios políticos, ideológicos y éticos. Prueba de ello son los que han saltado de un partido a otro, casi todos a Morena, cuya génesis es el vetusto y odiado PRI; pero nunca desdeñaron las posiciones que les regalaron, lo mismo gubernaturas que en el gabinete, curules y escaños, sin olvidar las presidencias municipales.
Cuando ya no son requeridos por sus partidos de origen, saltan a otra franquicia, ya que como decía César, el “Tlacuache”, Garizurieta: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Así ocurrió con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Rodolfo González Guevara al salir del PRI y fundar primero la Corriente Democrática y luego el PRD. Lo hizo Manuel Camacho Solís y Marcelo Ebrard que fundaron efímero partido y luego el excanciller se refugió en quienes lo han humillado y denostado, Morena. Dante Delgado creó su franquicia, Movimiento Ciudadano, resentido porque el sistema lo metió a la cárcel. El propio inquilino de Palacio Nacional se fue del PRI, se encaramó en el PRD -del que fue dirigente-. y luego, como kleenex, lo desechó para fundar su movimiento. De ahí pa’l real, miles de tránsfugas ahora son tocados por la divinidad, perdonado su pasado borrascoso y convertidos al bien. Las rémoras como el PT y el PVEM son mercenarios que han prostituido la política para vender sus favores al mejor postor.
México se ha quedado sin clase política y está a merced de facinerosos sin ideología que buscan su propia conveniencia; postergan la solución de los grandes problemas nacionales porque no tienen capacidad para proponer un plan de gobierno.