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/ Por Marisol Escárcega /
La jefa de Martha le dio un plazo de dos días para que decidiera si aceptaba la vacante de un compañero, parecía una buena oportunidad, el problema es que tenía que dedicar más tiempo al trabajo y eso chocaba con el cuidado de sus dos hijos. La jefa le argumentó que “difícilmente” tendría una oportunidad así otra vez y que su situación no era para tanto, pues ésa era la realidad de todas las madres.
Tiene razón, de acuerdo con cifras del Inegi, 48% de las madres solteras en México son jefas de hogar. El problema que no vio la jefa de Martha es que no todas las mujeres ganan lo mismo ni su situación familiar es igual. Olvidó mencionar que ella, a diferencia de Martha, gana cinco veces más, que contrató a una trabajadora doméstica que lava, plancha, hace la comida, va al súper, etcétera. Además, que su hija tiene una nana que se encarga de llevarla a la escuela y recogerla, darle de comer, revisar sus tareas y acostarla a dormir.
El privilegio, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, significa una ventaja exclusiva o especial que goza alguien por determinada circunstancia propia, de ahí que hablar desde el privilegio nos hace decir que “el pobre es pobre, porque quiere”, cuando nosotr@s tuvimos circunstancias que nos permitieron tener estudios, trabajo bien remunerado, casa, auto, viajes, ahorros…
Hablar desde el privilegio nos hace decir que una mujer que sufre violencia “no se va, porque no quiere o porque le gusta”, cuando la realidad es que es una decisión difícil si no tienes a quién recurrir, si nunca has trabajado, no tienes dinero ahorrado o una cuenta bancaria propia, una casa o carro a tu nombre y si encima tienes un bebé o vari@s hij@s.
Hablar desde el privilegio nos hace decir: “¿Por qué no denunciaste cuando pasó?”. Ignoramos que denunciar un abuso no es sencillo cuando sabemos que de facto dudarán de nuestro testimonio. Las víctimas de violencia no denuncian cuando nosotros queremos, sino cuando se sienten listas para hacerlo.
Hablar desde el privilegio nos hace juzgar a las parejas pobres, porque, pese a su situación económica “se llenan de hij@s” cuando, en realidad, nunca tuvieron acceso a información de calidad y sin prejuicios sobre métodos anticonceptivos.
Hablar desde el privilegio nos hace cuestionar “por qué no denunciaste” cuando nosotr@s jamás lo hemos hecho o si, de perdida, nunca hemos acompañado a alguien a poner una denuncia. Olvidamos que denunciar una violación sexual, por ejemplo, es enfrentarse a un sistema que, de entrada, te hará sentir que tú eres culpable de lo que te pasó y te juzgará pase lo que pase.
Hablar desde el privilegio nos hace decir “te ‘descuidaste’ demasiado”, cuando sabemos que el cuidado físico y mental requiere recursos y tiempo que, seamos sincer@s, muy pocas personas pueden presumir.
Hablar desde el privilegio nos hace juzgar a una mujer que nunca ha experimentado un orgasmo cuando nunca tuvo el conocimiento ni información necesaria para explorar sanamente y en libertad su cuerpo.
Hablar desde el privilegio nos hace criticar a una mujer que no tiene hij@s, olvidando que la maternidad es deseada y que implica un cambio de por vida, en el cual se necesita tiempo y recursos que no todas tienen ni tampoco quieren experimentar.
Hablar desde el privilegio nos hace decir “amiga date cuenta”, cuando, a diferencia de ella, nosotras sí contamos con una formación feminista que nos permite identificar las red flags. Cuando se habla desde el privilegio todo lo demás nos parece exagerado, pero recordemos que el privilegio indica que alguien más no tiene esa “ventaja” y, por tanto, jamás estará en las mismas circunstancias. Los privilegios deben convertirse en derechos, piso parejo, pues, igualdad de oportunidades para tod@s.
marisol.escarcegagimm.com.mx