Por Paulina Majul Rubio
Volví a tocar los barandales, subir por las escaleras y caminar por el patio; la semana pasada regresé a la que fue mi casa de 2008 hasta 2022.
Mi escuela, más que aprender sobre matemáticas, historia o inglés, aprendí a ser la persona que soy el día de hoy. Recuerdo escuchar a las misses decirnos que el tiempo que pasábamos en la escuela superaba por mucho el tiempo que estamos en nuestras casas, así que debíamos realmente aprovecharlo. Esas palabras resonaron en mí durante cada día que pasé en ese lugar, poco a poco haciendo más sentido, pero nunca hicieron tanto como ahora que ya me gradué. Podré seguir viendo a mis amigos, podré regresar de visita, pero nunca volveré a mi rutina en el Pinecrest.
Hoy recuerdo mi escuela y a las personas en ella y encuentro pedacitos de nostalgia entre mis memorias, pero es raro, porque realmente no diría la clásica frase: “Daría lo que fuera por un día más ahí”. Bueno, de vez en cuando sí lo pienso, pero creo que me gusta la historia tal como quedó. ¿Qué hubiera cambiado? ¿Qué tal que me faltó aprovechar más este tiempo? Puede que sí cambiaría ciertas cosas o que abrazaría los momentos que tuve ahí aún más, pero todo fue como tuvo que ser y así lo dejo.
Es chistoso hablar de “disfrutar el momento” cuando yo era alguien que vivía pensando en el futuro y extrañando el pasado, ahora veo más el hoy el ahora en este aspecto; ése es otro tema que ya he tocado antes y al cual estoy segura que regresaré múltiples veces en mis textos, pero por lo pronto, sólo mencionaré la nostalgia presente.
En este momento, estoy de camino a visitar a mi hermano a su escuela en Estados Unidos y, contemplo por la ventana la luz tenue de la tarde, veo a mi hermana sentada a mi lado, y escucho la misma música que escuchaba en prepa para conectarme con la Paulina de ese momento, una Paulina tan igual y tan diferente a la de hoy. Siento nostalgia por mi realidad actual, una realidad la cual se va a convertir en una reminiscencia en un par de horas, una realidad que recordaré el lunes en mi clase de las 7:00 am.
No sé cómo explicarlo, pero empecé a vivir sintiendo lo mismo que uno experimenta cuando mira hacia el pasado, sintiendo cada momento más profundo. Claro que con los malos momentos lo único que uno quiere es escapar, pero también intento verlos desde un lugar en el que ya pasaron, a veces fallo, pero esto me ayuda a mantenerme a flote.
Regresando al tema de mi escuela, quiero recalcar que nada va a ser suficiente, siempre vamos a querer más de lo bueno y menos de lo malo, y de esos 14 años hay cosas que me gustaría volver a tener, pero viví tan presente (el mayor tiempo que pude), que ese “poquito tiempo” me bastó.
Creo que cuando queremos, todo en la vida (o la mayor parte) puede ser bastante simple. Como humanos, nos encanta complicarnos la vida y nos esforzamos en sufrir. Tomo todo lo que viví en mi escuela, cada etapa, cada persona, cada enojo, cada risa, cada tristeza, cada alegría y los acepto; todo eso fue mío y de nadie más. Puede que el tiempo en ese lugar y con esa gente se me acabó, pero lo único que el tiempo no me va a quitar es lo que yo Paulina viví y sentí, y eso es lo que convierte una memoria en algo especial.
Para terminar, quisiera recordar que entre tantas cosas que me dio esta escuela fue a la maestra que me ayudó a expresarme en papel, y más que nada, a saber de lo que yo era capaz. Hoy escribo en Excélsior con muchísimo orgullo, algo que planteé desde la primera vez que abrí un cuaderno para escribir más que unas tareas. Valoro y abrazo esta oportunidad, expreso lo que pienso y lo que siento con la esperanza de que llegue a alguien, y trabajo en la incertidumbre del futuro para un día volver a decir, “ayer no sabía de hoy”.