* Retrovisor
/ Ivonne Melgar /
Sin las movilizaciones de la Marea Rosa y su insistencia a que la oposición abriera las puertas a los ciudadanos para definir la candidatura presidencial, Xóchitl Gálvez Ruiz no habría llegado a la boleta del 2 de junio. Así lo hemos sostenido en la presentación de Xingona: una mexicana contra el autoritarismo, libro en el que compartimos una semblanza biográfica de la abanderada del PAN, PRI y PRD. Basta constatar el origen de esa candidatura para desechar cualquier disociación entre la Marea Rosa y la candidata Xóchitl Gálvez, cuya postulación hizo posible que aquella siguiera vigente.
Porque, como lo expuse el 9 de mayo en el Foro Cultural Ana María Hernández, el tema de fondo en la biografía de Gálvez es también el tema de esta elección: el enfrentamiento a nuestro autoritarismo revivido.
Y es que, si bien contamos con un marco jurídico que da sustento a la democracia constitucional, en los hechos no existe la democracia en el ejercicio del poder. Por eso los ciudadanos estorban: unos partidos quieren clientelas, otros aspiran a que se limiten a ser votantes. Pero sin rendición de cuentas ni escrutinio.
Gracias a las reformas constitucionales construidas entre 1977 y 2014 en el Congreso para preservar el pluralismo, contamos con un árbitro y un tribunal electorales que, en teoría, deben obrar de manera independiente. Y, gracias al movimiento feminista y a la resistencia democrática expresada en diversas reivindicaciones sociales, hoy los partidos están obligados a responder a la paridad y a las cuotas arcoíris, de representación de pueblos originarios, migrantes y personas con discapacidad. Aunque siempre están buscando cómo darles la vuelta a esas acciones afirmativas.
Porque esos organismos de interés público, componentes del Estado, los partidos políticos, aun no experimentaron el proceso de democratización ni de ciudadanización que requerimos para desmontar el autoritarismo en el ejercicio del poder. Por el contrario, con el aval del voto popular, la concentración de poder avanzó a partir de 2018 bajo la ilusión de que el gobierno elegido encarnaba los sentimientos del pueblo, prescindiendo desde el día uno del diálogo con organizaciones sociales y ciudadanas.
Esa circunstancia profundizó el manejo cerrado, discrecional y opaco en los partidos políticos. Por eso no es trivial que haya sido Xóchitl Gálvez quien se coló en el pequeño paréntesis que las dirigencias del PAN, PRI, PRD hicieron para atender el reclamo de miles de hombres y mujeres convocados por la Marea Rosa. Es cierto que ese experimento fue impulsado por activistas que en su mayoría habían sido militantes de partidos, pero en este caso operaron al margen de éstos para obligarlos a abrirse a la auténtica oposición, la de los ciudadanos. Y no es casual que sea Xóchitl la candidata presidencial, una política de tierra que, en 2010, en la operación electoral, siendo aspirante a gobernadora en Hidalgo, descubrió cómo se simulaba en México ser oposición.
El 25 de febrero de 2023, mientras convivía con decenas de ciudadanos en el paseo peatonal de Madero, después de la segunda concentración de la Marea Rosa en el Zócalo, la entonces senadora comentó: “La verdadera oposición son los ciudadanos”.
Existen decenas de episodios que son prueba del reclamo constante de Xóchitl Gálvez frente al ejercicio autoritario del poder, sea el de los varones de su familia y caciques de su pueblo o el del actual presidencialismo, pasando por el de la administración foxista, partidos políticos y burbujas parlamentarias.
En su biografía también hay evidencias de la tensión permanente que ella ha protagonizado entre ese ejercicio y su estilo personal de hacer política. Es una tensión que ha persistido en la campaña y que este fin de semana toma revuelo ante la pregunta de si es la candidata de los partidos o de los ciudadanos.
Como resultado de las conversaciones que he sostenido a raíz de la publicación de Xingona, tengo tres ideas que bien podríamos llamar dilemas o disyuntivas. Una. La niñez, adolescencia, juventud y trayectorias empresarial, de filántropa, funcionaria, alcaldesa y legisladora de la candidata ofrecen elementos para entender por qué Xóchitl es la punta de lanza de este ensayo electoral entre partidocracia y ciudadanos huérfanos de marcas políticas con las que se sientan representados.
¿Funcionó el experimento? Sólo si logra hacer crecer la intención de votos de los logos que la postularon.
Dos. Xóchitl Gálvez no es una política convencional. Nunca tuvo interés en entrenarse en el lenguaje de las dobles intenciones ni en el de la simulación de alegría, enojo o fraternidad cuando no existen. Y posee una singularidad aún más contraria a las disciplinas partidistas: en su estructura de toma de decisiones, la jerarquía del organigrama no lo es todo, porque justo su liderazgo se alimenta de una capacidad de diálogo horizontal donde lo que importa es resolver problemas y atender causas en su doble acepción: origen y propósito.
¿Estamos preparados para una gobernante a la que le interesa más el acercamiento y la confianza de y con la gente que el infundir temor y admiración?
Y tres. Si hubiera que esbozar de qué están hechos los nuevos perfiles políticos femeninos del México de la paridad de género, la violencia feminicida, las madres buscadoras y el cobro de derecho de piso, diría que el de la candidata opositora es un liderazgo en el que coexisten la reivindicación del derecho a ser vulnerables y vulnerarnos pública y colectivamente y la valentía de enfrentar los abusos de poder, independientemente de las fuentes que le dan sustento.
¿Quieren los mexicanos un liderazgo así? Falta menos para saberlo.