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/ Clara Scherer /
Ante cualquier peligro, el grito: ¡Mujeres y niños primero! Una maestra querida dice que, inmediatamente después: ¡Sálvese quien pueda!, con lo que niñas, niños y mujeres son atropellados por el tropel de bárbaros aterrorizados.
Algo así sucedió en los años pasados. Los presupuestos, las políticas públicas y hasta la buena vibra desaparecieron para el mundo infantil y para más de la mitad de la población: las mujeres. Y en estos mundos habitan, desde luego, algunas y algunit@s con discapacidades. Reconocemos que las primeras personas nombradas para integrar el gabinete están comprometidas con la agenda de género y con la de inclusión, salvo, quizá, quien se hará cargo de la Secretaría de Agricultura.
Por sus palabras, su compromiso será primero con quienes, desafortunadamente, viven en situación de pobreza extrema. Tiene razón, es indignante que en la “cornucopia del mundo”, frase falsamente atribuida a Humboldt, las mujeres y la niñez de pueblos originarios sean las más atropelladas por el tren del progreso. Llegar a ellas no es fácil. Sus lenguas, sus costumbres y su patriarcal modo de vida son barreras reales para apoyar su autonomía. Ellas tienen la palabra y el secretario deberá buscar traductoras que le faciliten la escucha.
El que desde este nivel de gobierno, el federal, se esté comprometido a cerrar brechas de desigualdad es alentador, pero no es suficiente. El Instituto Nacional de las Mujeres quedó reducido a la intrascendencia. Habrá que resucitar las políticas de igualdad porque la desigualdad avanza contra, como siempre, las más pobres. Ese escándalo, los “vientres de alquiler”; esos raros y anacrónicos terrores a las mujeres trans; ese afán de simular identidades para ganar curules, en fin, muchos pendientes que no se enderezan más que con un Inmujeres fuerte y claridoso. Y con el Conapred, también.
Cuando se había encontrado un mecanismo eficiente y potente para no dejar en la orfandad institucional a niñas, niños y adolescentes, el machete veloz lo hizo picadillo. El SIPINNA, un sistema de atención que logró articular a muchas dependencias, fue saqueado, inutilizado y vulnerado sin sentido y sin razón. Quienes han pagado y seguirán pagando la inconsecuencia son chiquitas, muchachitos, morras y jovenazos.
¿Qué ha sucedido con las hijas e hijos de víctimas de feminicidio, homicidio, covid y otras tragedias? ¿Qué, con niñas y niños migrantes y con las y los desplazados dentro del territorio nacional? Las desapariciones aumentan la cifra con la de jovencitas; los cárteles del narco les ofrecen mejores y más rápidas oportunidades a chavas y chavos que la lejana y aburrida escuela, o los obliga a incorporarse a sus filas. ¿Nos amenaza, además, la militarización de la Guardia Nacional?
Las nanas de la cebolla, de Miguel Hernández, ronda muchas casas mexicanas, pero sólo con el hambre y sin la poesía. El (la) niño(a) yuntero(a), también. Muchas infancias lavan y planchan, siembran y cosechan para otras personas, cargan con el peso de las injusticias, los atrasos, las deudas y los golpes inmerecidamente. Unos y otras huyen a las calles; algunas, a matrimonios violentos y embarazos adolescentes. Muchas, muchos, víctimas de abusos sexuales aberrantes. No les importa quién esté en la Suprema Corte, sino el juez de paz, el ministerio público, la madre, el padre, compañera, compañero, nunca cómplices, como sucede en ocasiones, desgraciadamente.
Justicia social y justicia a secas. La primera se resuelve con políticas públicas eficientes, presupuestos suficientes y tecnologías para reducir costos, coyotes y que alcancen a quienes deben beneficiar. La segunda, con fiscales independientes, una Suprema Corte fuerte y mucha capacitación en ambas estructuras. Los populismos no ayudan. La venganza, mucho menos. No destruyan al Poder Judicial.