*Análisis de la Frontera .
/ Ana María Salazar /
Al cierre de edición, Joe Biden no había renunciado a la candidatura a la presidencia, pero todos los rumores y filtraciones indicaban que esto sucedería en los siguientes días, tal vez horas. Y obviamente, los medios de comunicación, analistas, operadores demócratas señalaban el caos y desorden que se encuentra el partido a 110 días de las elecciones presidenciales.
Faltan tres meses y medio para las elecciones más importantes no solo de la historia reciente de Estados Unidos, pero la decisión de los votantes estadounidenses tendrá un impacto global.
No exagero en señalar que, en los siguientes cuatro años, los países del hemisferio y en Europa podrían convertirse en democracias menos liberales y más autoritarias. Menos prosperidad y más crisis económica.
Y los demócratas, a estas alturas, sin definir quién será su candidato. Indefinición que afectará a las candidaturas legislativas que podrían definir qué partido controlará las cámaras. Esto es particularmente importante para los candidatos al senado, ya que es en la Cámara alta donde se define quiénes serán los siguientes ministros que ocuparán un asiento en la Corte Suprema. En Estados Unidos, al igual que en México y varios países del hemisferio, el sistema partidista enfrenta una crisis existencial: Una de las funciones de los partidos es asegurar la unión de su membresía alrededor de unos principios doctrinarios, lo que se traduce en poder electoral. Pero también igual de importante es que la selección de los candidatos asegure la viabilidad electoral. Mejor dicho: Estas agrupaciones políticas tienen que ser el filtro en la selección de candidatos.
En el caso del partido republicano, debería ahora llamarse el Partido Trump: la misma nuera del candidato es la directora del partido, que también debería de tener una estrategia para asegurar éxitos electorales que vayan más allá de los intereses de su suegro. En el caso del partido demócrata, el hecho de no cuestionar hace meses las capacidades del presidente Biden podría ser el factor que permita la reelección de Donald Trump.
Pero al escuchar el discurso, de hora y media, del candidato Donald Trump, en la convención republicana, creo que abre la posibilidad de que los demócratas puedan literalmente sacar un candidato o candidata competitiva que le gane a Trump. Digo esto porque sigo cuestionando la seriedad del expresidente. En lugar de usar el discurso más importante en su carrera política, con un discurso que sumaría electores independientes, mujeres o hispanos a sus filas, gracias en parte a la simpatía que provoca por ser víctima de un atentado además de persecución judicial. El grito de “fight, fight, fight” (luchen, luchen, luchen) que emitió Donald después del atentado se tradujo en un discurso que polarizó y que no agregó, posiblemente asustó a algunos seguidores. Y fortaleció el temor que existe de que Trump sea reelecto.
Lo que debería ser el momento de amarrar la reelección, Trump lo desperdició. Esto no implica de ninguna manera que el candidato demócrata vaya a ganar en noviembre. De hecho, está cuesta arriba porque no es claro que los demócratas puedan apoyar en una forma contundente a un candidato o candidata.
Pero desafortunadamente la estrategia del miedo asegurará que salgan a votar los demócratas. Más allá del temor fundado del deterioro de los derechos de mujeres y minorías, si Trump es reelecto, también hay temores existenciales de lo que representa Donald para la seguridad nacional de ese país. De hecho, este jueves se difundió una carta de un grupo de expertos en política exterior y seguridad nacional, pidiendo a Biden que renuncie a su candidatura ya que no asegura detener la reelección de Trump.
Fight, fight, fight. Después del atentado en contra del expresidente Trump, los demócratas enfrentan un dilema: Cómo hacer campaña recordándole a los electores independientes de que la víctima de un atentado, Donald Trump, es una amenaza no solo a la democracia estadounidense, sino una amenaza a las democracias liberales alrededor del mundo. Los demócratas tienen que infundir miedo para sacar el voto. Pero la figura semimítica que ha construido Trump y el contexto religioso que busca inyectar el candidato republicano, además el miedo que crece ante la eventualidad de que gane, es un recordatorio que no hay garantía de que se acepten los resultados electorales. No importa lo que pase el 5 de noviembre, Estados Unidos se acerca más que nunca a un conflicto constitucional, político y social que durará los cuatros años de la siguiente administración, sin importar quién gane.