Violencia golpista .

/ Por Ángel Álvaro Peña /

La violencia que se dijo desde años que era característica de la izquierda, ahora es la oposición de derecha la que toma por asalto el recinto del Senado como consecuencia de una serie de actos que, al quedar impunes, desarrollan hechos que lastiman al país.

Nadie podría negar que la toma del Senado fue una decisión espontánea sino algo planeado. Tampoco cabe duda de que el discurso violento anticipa agresión física, porque se sumaron unas tras otras, principalmente por personajes del PAN, principalmente mujeres. Las amenazas de la senadora por Aguascalientes, María de Jesús Díaz Melgarejo, de linchar a todo aquel que votara a favor de la Reforma Judicial, fue el principio de una andanada de violencia, que preparaba un golpe mayor.

A unas hora de ese llamado la panista trabajadora de la alcaldía Tlalpan, Soraya Cleopatra Aguilera Ocampo, protegida de la alcaldesa, golpeó en repetidas ocasiones al periodista Máximo Allende, dañando su equipo y lastimándolo físicamente y luego, la agresión de los golpistas que nadie define quiénes son en realidad, porque aunque aseguren que los manifestantes son trabajadores del Poder Judicial no pueden aceptar que la violencia es protagonizada por quienes deben defender los derechos dentro del marco de la ley y no con una violencia generalizada que dejó inconsciente a un trabajador del Senado.

Tampoco pueden decir los líderes de los porros que son gente del pueblo porque la protesta perdería fuerza, y que la consigna principal es que sean los trabajadores escuchados, cuando en realidad las mesas de acuerdos, pláticas y consensos sobre la Reforma, fueron realizadas desde meses atrás, pero los trabajadores nunca asistieron. Tampoco pueden reconocer que entre los inconformes hay gente del pueblo, porque revelarían que los contrataron, porque en los videos puede apreciarse hasta menores de edad.

De hecho, la propia Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia presentó, a destiempo, su reforma alternativa a título personal, cuyo ninguno de los ministros ni de los trabajadores conoce.

La ministra Jazmín Esquivel aseguró que la propuesta fue anunciada y presentada fuera de tiempo ya que se tuvo suficiente espacio para la discusión, pero en un acto de soberbia los trabajadores del Poder Judicial nunca asistieron. La reforma fue modificada de acuerdo a lineamientos de especialistas de todas las corrientes políticas, arrojando el texto que se debate en el Senado y se aprobó en la Cámara de Diputados.

El hecho de que los trabajadores no hayan asistido a debatir y acordar a tiempo, los deja fuera automáticamente. La irrupción en el Senado no es más que una manera violenta de impedir que los procesos democráticos se realicen conforme a derecho, el cual parecen desconocer quienes cobran, y mucho, por defenderlo.

Los manifestantes piden diálogo, cuando nunca fueron a platicar cuando se les invitó. Ahora ese es el pretexto que quieren convertir en consigna para justificar su violencia y vocación golpista.

En la mañana los líderes de los inconformes acordaron no tener reacciones violentas, incluso frente a la prensa, pero al ver que la reforma se concretaría irrumpieron faltando a su palabra y vandalizando el recinto.

Nunca protestaron en 1994 cuando Ernesto Zedillo, de acuerdo con sus facultades deshizo la Suprema Corte, esos mismos trabajadores callaron, ahora buscan la represión para tener un pretexto para quejarse ante la OEA y foros internacionales y señalar al actual gobierno como dictadura. Podría ser el principio de un golpe de Estado.

Debe mencionarse que los agresores fueron azuzados por algunos senadores del PAN y de MC, quienes envalentonados les facilitaban su acceso y les señalaban los puntos vulnerables de la sede. Los manifestantes todo el tiempo tomaron fotos de los daños que causaban, como comprobante de su actuación con las que cobran su trabajo violento.

Los representantes de jueces y ministros violentan en nombre de un diálogo al que se les convocó puntualmente pero nunca asistieron, ahora agreden para tratar de desbarrancar un régimen electo por una gran mayoría, de manera democrática.

Quieren lograr por la violencia lo que no lograron en las urnas.

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