La última y nos vamos.

*A juicio de Amparo.

/ Maria Amparo Casar./

Es ésta la última columna que tengo oportunidad de escribir en el periódico que ha sido mi casa durante los últimos 11 años. Agradezco a Excélsior la oportunidad de despedirme de mis lectores y la aprovecho para compartir algunas reflexiones, inevitablemente personales, pero, quizá, de interés general para el momento que vivimos.

Crecí en una época del país en la que las libertades de expresión y de prensa eran letra muerta. El periodismo de investigación no existía y el derecho a la información no asomaba todavía en el horizonte.

Poco a poco, cobraron vigencia. Se abrieron paso movimientos independientes, la academia se fortaleció, nacieron organizaciones de la sociedad civil, diarios y revistas independientes. Los medios masivos abrieron sus espacios a la crítica.

Como en otros aspectos de la vida democrática, los avances fueron paulatinos, pero reales. Todos tuvimos la oportunidad de constatarlo y disfrutarlo. Lo registró así, a lo largo de cuatro décadas, el Freedom of Expression Index, cuya pregunta base es ¿hasta dónde respeta el gobierno la libertad de prensa y de medios, la libertad de la gente común a discutir asuntos políticos en la esfera pública y la libertad de expresión académica y cultural? En 1968, México alcanzaba únicamente 0.3 puntos en ese índice, cuyo valor máximo es uno. En 2018, nuestra calificación llegó a 0.8 puntos. Habíamos ganado cinco décimas, pero de ahí bajamos a 0.6, en 2023 y me temo que la caída seguirá cuando se mida 2024.

La libertad de expresión no sólo consiste en poder ejercer la crítica desde algunos espacios como yo he tenido la fortuna de hacerlo.

Hace más de 80 años, el presidente Franklin Delano Roosevelt habló de cuatro libertades esenciales: de expresión, de culto, de vivir sin privaciones y de vivir sin miedo. La libertad de expresión está ligada indisolublemente a la libertad de vivir sin miedo.

En México, un gran número de valientes periodistas viven con miedo. En este sexenio, 47 han perdido la vida. Otros, como Ciro Gómez Leyva, tuvieron más “suerte” y el atentado contra su vida falló, pero supongo que vivirá con miedo a que vuelvan a atentar contra él y la “suerte” lo abandone.

La libertad de expresión puede restringirse por numerosos procederes y el miedo imponerse por muchos medios. Los medios favoritos de este gobierno para infundir miedo han sido los insultos inclementes del Presidente en su conferencia matutina, que convierten a los comunicadores en presas del odio, del desprestigio, del aislamiento o del escarnio; la revelación ilegal de datos personales; la divulgación, también ilegal, de los datos de organizaciones, incluidos donantes, proveedores y planta de colaboradores; la instrucción de auditorías fiscales frecuentes, la apertura de carpetas penales y civiles por presuntos actos de corrupción sin sustento, y el amago de investigaciones por parte de la UIF, el SAT y de la Procuraduría Fiscal.

Mi experiencia es que este tipo de amenazas generan temor entre los periodistas, dañan su reputación, inhiben la aportación de donaciones por posibles represalias, provocan la desaparición de organizaciones de la sociedad civil, impiden el ejercicio independiente de la profesión o provocan la autocensura.

He sido beneficiaria de la libertad de expresión que la democracia trajo a México. He podido expresar en diversos medios mis investigaciones y opiniones sobre la vida pública. Lo he hecho sin que dueños de medios o directores editoriales me hayan censurado jamás. Pero ha habido consecuencias.

El periódico Excélsior ha sido para mí, uno de los medios más importantes. Me abrió sus puertas hace más de 11 años y no he recibido desde entonces más que facilidades, atenciones y pleno respeto a mis artículos semanales. Nunca una llamada de cautela, nunca un llamado a la moderación, nunca una censura de ninguna naturaleza.

Me voy con pesar de perder este valioso espacio, pero con un profundo agradecimiento a la empresa, al vicepresidente ejecutivo de Grupo Empresarial Ángeles, Ernesto Rivera, y muy especialmente a mi amigo y colega Pascal Beltrán del Río, director editorial del hasta hoy mi periódico. El mismo agradecimiento va para mis lectores.

Espero que todos los que han perdido espacios desde dónde ejercer la crítica encuentren la manera de seguir siendo leídos y escuchados. Pero lo cierto es que hoy el Estado de derecho, la democracia y la libertad de expresión están amenazados en México.

No sé lo que viene hacia adelante. Tengo la esperanza que la nueva Presidenta revierta lo perdido y sea una abanderada de la libertad de expresión, facilite el fortalecimiento de la sociedad civil y promueva la diversidad de opiniones que enriquecen la vida pública.

Estoy convencida de que si hay voluntad y apertura, quien ejerce el poder podrá hacerlo de mejor manera con una prensa crítica.